sábado, 13 abril 2024
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El llanito

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Por Carlos F. Imendia

La memoria nahua, acumula la dolorosa historia de  1932 llena de las almas de personas  que murieron y son parte del sangriento episodio de nuestro pequeño territorio, en el corazón del señorío, en su reducido llano, en el nervio izalqueño, lanzan la voz de alerta para que este memorable parquecito no sea convertido en pupusodromo o yucodromo para la actual alcaldía.

El ADN del pueblo nahua pipil , que no sólo es 1932, sino que carga en sus venas referencia y reputación grandiosa, que abarcan muchos siglos más allá del siglo XVI y la conquista española, en el pueblo de los cacahuatales más preciados del mundo, gente bravía , organizada , epicentro cultural,  portal de la cosmogonía nahua pipil, edificada en mágico suelo volcánico, de aguas potables y medicinales; de profunda fertilidad, donde abunda: El chile silvestre, el maíz teocinte, el ayut o calabaza y el éjet o frijol. De rica tradición  oral, preciosos relatos y la guía chamánica. Atacada innumerables veces por la ignorancia disfrazada de política, desarrollo municipal, que busca nada más pisotear el legado pipil, que con fuerza trata de guerrear y emerger invicta junto a  la historia nacional.

Ya vimos el ejemplo de Tacuscalco, aplastada por los constructores y el desarrollo, ahora los indígenas denuncian el asecho del Llanito en Izalco, donde se recuerdan a los ancestros que murieron.  Hay una pandemia, pero de ignorantes, que creen que la historia es ahorita, en este preciso momento, eludiendo el pasado glorioso. Que sepan estos iletrados que la historia no es interpretable, la tradición de un pueblo es admirable.

Ojalá y los ancestros no se vayan a encachimbar, aquellos que la justicia aun despierta, que desaparecieron ante la obstinación dictatorial, de estigmatizar al indio como enemigo y no como una fuente de información de los tiempos antiguos.

Desarrollo no es infraestructural,  el concepto de desarrollo debe armonizar con la memoria histórica de los antiguos pueblos, querer borrar esa realidad, es auto-mutilarse, cercenar el cerebro de las personas,  adormecerlos y manipularlos, arrancarles la identidad, atentar contra los derechos humanos de las personas de saber la verdad y saber de dónde venimos.  Político que permite eso es sensato, el que no,  es traidor de la identidad nacional.  Dejar que vivan y surjan las tradiciones, ya sean nahua pipil, maya, chontal, lenca, etc.  Es heredar identidad, patriotismo y amor a esta tierra, si no hay amor por el terruño, cualquier chino, ruso, turco, lo reclamará como nuestro, es  por eso que el respeto a estos pueblos delimita la infamia de la intervención y la adopción de otras costumbres. Sin respeto a nuestra identidad, no hay soberania

Las fosas comunes pueden estar llenas de cuerpos masacrados en el 32, pero el relato, la memoria histórica vive y resuena en nuestros oídos, aun en el de la generación de cristal, negar eso es quedar como tontos.  El Llanito es un vivo ejemplo de esos, llama a que nos unamos como nación a preservarlo con toda propiedad.

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Carlos F. Imendia
Carlos F. Imendia
Comunicador, publicista y mercadólogo salvadoreño; columnista y colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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