Somos todos convertidos en uno
Guatemala necesita convertir toda la riqueza natural que posee en alta productividad pública y privada, pero no sólo de la veintena de familias oligarcas que acaparan los márgenes de lucro, sino también de miles de nuevos empresarios pequeños, medianos y grandes que estén dispuestos a jugar con las reglas del juego de la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control de monopolios. Esta alta productividad requiere asimismo de la fuerza de trabajo calificada de los millones de habitantes que conforman la mayoría pobre y miserable del país, gracias a la estructura económica del régimen oligárquico, monopolista y corrupto. Y también requiere de la fuerza de trabajo de las capas medias —profesionales o no— que ofrecen sus servicios a cambio de salarios bajísimos que los expulsan de los consumos a los que estas capas aspiran.
Como se ve, es necesario que políticamente converja el empresariado no-monopolista, las capas medias urbanas y rurales y el campesinado con y sin tierra en un proyecto de país basado en la productividad física de mercancías, sobre la cual sea posible erigir una democracia plurinacional-popular. ¿Por qué popular? Porque el espíritu de la misma está volcado hacia lograr el bienestar de las mayorías (no sólo el de una micro-élite) como el cimiento sobre el cual construir un país que crezca económicamente y cuya ciudadanía sea capaz de protagonizar —desde una sociedad civil sana y no financiada desde el exterior— una fiscalización soberana que garantice a todos vivir bajo una democracia con una clase política comprometida con el bienestar de todos y no sólo con el de la minoría oligárquica: esa misma que ha llevado al país al estado en que se halla, desde su victoria política sancionada en los acuerdos de paz de 1997.
Pero esta convergencia de empresariado no-monopolista, capas medias urbanas y rurales y campesinado con y sin tierra simplemente no ocurre en un país en el que la izquierda se derechizó oenegizándose y adoptando la agenda culturalista de los países donantes, que así ejercen su injerencia foránea en nuestros asuntos internos, cuando no se cambió de bando abierta y estruendosamente. Aquí lo que existe es un movimiento campesino que constituye el único elemento dinámico de una política local que se ahoga en un mar de partidos políticos de podrida ultraderecha, alineada con la restauración oligárquica en marcha por medio del geopolítico Plan para la Prosperidad, el cual no contempla la productividad física ampliada y creciente como sinónimo de desarrollo económico, sino simplemente más mineras, más cementeras, más hidroeléctrica y más palma africana. Más de lo que tiene a los pueblos al borde de la muerte y de la rebelión violenta.
Esta colosal organización campesina se llama CODECA, y a ella le toca, desde la posición de fuerza que se ha ganado a punta de organización y más organización, producir la mencionada convergencia evadiendo el oenegismo culturalista y a las izquierdas rosadas y las derechas lilas, vendidas todas a la geopolítica y la restauración oligárquica. CODECA y el Movimiento de Liberación de los Pueblos (MLP) van hacia un Estado plurinacional y popular que regirá una economía que nos involucre a todos en la productividad, el salario y el consumo, con educación, salud, soberanía y dignidad. ¡Vamos todos por la Asamblea Constituyente Plurinacional y Popular! ¡El futuro ya llegó! ¡Somos todos convertidos en uno!