Esta semana que pasó, el canciller de la República, Hugo Martínez, apareció bajo el cobijo del presidente de facto, Oscar Ortiz, e hizo públicas sus intenciones de competir por la candidatura presidencial en 2019. Esto ha cambiado el panorama en diversos sentidos, y ha puesto en la agenda pública al partido con un respiro de aire fresco que tanto le hace falta. Pero también ha debilitado la figura de algunos personajes, ha generado rumores, ha mostrado puntos débiles en la influencia de ciertos actores y ha abierto la puerta a la hemorragia de las visiones más duras dentro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Pensemos en lo siguiente: 1) Martínez y Ortiz fueron las puntas de lanza de un movimiento que buscó, hace 14 años, transformar la rigidez del FMLN, pero fracasaron; pareciera que sus intenciones de escalar en la montaña de ese aparato partidario han vuelto –¿alguna vez se fueron? –, y esta vez con la carpeta de la realidad que escribió el fracaso del 4 de marzo bajo el brazo. Está claro que Ortiz tiene el poder en este momento debido a la coyuntura de urgencias, y lo está ejerciendo de una manera vigorosa a la luz de su incidencia en el trabajo del Ejecutivo. Martínez es un candidato de Oscar Ortiz. Punto. Y la energía la obtendrá del descontento dentro de la misma militancia. 2) La institución partidaria de izquierda parece lista para renovar su imagen, y esto tiene que ver, obviamente, con decisiones que se han tomado hacia adentro y con cambios en los manejos del poder. La crisis está forzando al FMLN a poner los pies en la tierra. 3) Gerson Martínez ha debilitado su posición, se le relaciona con la cúpula a pesar de que dentro del ajedrez de visiones en el Frente él representa en parte al reformismo; y si la cúpula es hoy por hoy una entidad fracasada, que se relacione a Gerson con ella lo pone en desventaja. ¿Cómo te va a ir bien políticamente si tu nombre es arengado por un grupo en decadencia?
Si partimos de estos puntos, vale la pena pensar cuál es el estado actual en la carrera presidencial que, al margen del irrespeto al Tribunal Supremo Electoral, se vive en El Salvador.
Esta carrera ha tenido en los últimos meses actores tan potentes como cuestionables. En la derecha explícita, una suerte de “debates” ha copado el interés mediático, que vende este ejercicio como el non plus ultra de la democracia y que enarbola la idea en el imaginario colectivo de que estamos ante un debate en el que sí o sí se encuentra el futuro presidente del país. La cobertura periodística cambiará ahora que el FMLN se alista a un ciclo de competencia interna: se le exigirá más, se le cuestionará más. Han sido y son las reglas del juego, y el partido las conoce.
Nayib Bukele es otro actor, el factor X. Su situación actual tiene como más grande referencia el interés de las mayorías descontentas, hartas de los discursos tradicionales y de los mismos rostros de los años 90. Cansadas de fracasos y de actos de corrupción. Horrorizadas por la situación del país: violencia, inseguridad, pobreza y marginación que ninguno de los partidos tradicionales ha logrado revertir con suficiencia en los últimos seis períodos presidenciales. Alentados por la innovación de las formas, por las obras sobreexpuestas del aún alcalde, por su empatía con los temas de interés a los que responde con prontitud gracias a su olfato político, los salvadoreños han puesto a Bukele como el personaje político más encumbrado, más aceptado y con mayores simpatías. Juegan en su contra su personalidad explosiva, que le ha traído consecuencias legales; su escasa concreción de propuestas reales (porque ideas ya hay muchas en este país, y buenas); la viabilidad aún en la penumbra de su aparato e institucionalidad partidaria; y su excesiva flexibilidad ideológica que erróneamente confunde con pluralidad de pensamiento. Recordemos que en la penumbra ideológica históricamente se cuelan el oportunismo, la demagogia y la preponderancia de visiones y haceres de la derecha.
Desde esta perspectiva, y teniendo como referencia la situación que hizo explícita el fracaso electoral del FMLN a inicios de marzo, el partido de izquierda lucía hasta esta semana decadente, precario de ideas, anacrónico en su propuesta discursiva, inmóvil en las urgencias de cambio que le refirió la ciudadanía. Es decir, sumido en la desgracia. La actitud de Ortiz queriendo acarrear buena imagen a como dé lugar y exponiendo obra y más obra del GOES era el único fuerte visible.
Sin embargo, el aparecimiento de Hugo Martínez y la actitud de Gerson al tratar de mostrarse sin miedo a la competencia parecen empezar a darle un nuevo respiro, un aire fresco de lucidez. Gerson pidió competidores, y le han puesto a uno cuya fortaleza es la realidad actual del FMLN, nacido del reformismo y aliado de un personaje que, ahora sí, tiene el poder. Hugo, por otra parte, ha pedido que los dados no estén cargados, y la cúpula ha cerrado la boca para no influir en el electorado. Las cartas están echadas para un ejercicio democrático real, es decir, un debate de propuestas, de ideales, de visiones de mundo. Hay mucho que preguntar a Gerson: sobre su labor en el MOP, por ejemplo, que priorizó a unos sobre otros; y hay mucho que cuestionar a Hugo: su relación con el Norte, por ejemplo.