La restauración oligárquica y una creciente organización campesina.
En un mensaje del 13 de junio pasado, AMLO le propuso a Trump parar la migración ―no erigiendo muros ni firmando cajoneros TLC, sino― mediante un conjunto de proyectos de desarrollo productivo regional, enfocados en crear empleos y oportunidades de emprendimiento, no sólo en Canadá, EEUU y México, sino sobre todo en Centroamérica, pues es de allí que proviene buena parte de los migrantes y es México el encargado de deportarlos. Para México, AMLO le propuso a Trump medidas de desarrollo productivo adecuadas a la posición geográfica de su país, y para la franja fronteriza con EEUU le sugirió las ventajas de las zonas francas para la mano de obra. Si Trump le hace caso a AMLO, el mecanismo de la restauración oligárquica llamado Plan para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica quedaría superado por un pujante desarrollo productivo que retendría a los migrantes en sus países, pero no a fuerza de más mineras, hidroeléctricas, palma africana, militarización de fronteras y represión a los pueblos, sino con medios de producción al servicio de los intereses nacionales mayoritarios (no sólo oligárquicos) y una banca pública estimulando la pequeña y mediana empresa.
A esto apunta la organización campesina que no participa de las alianzas izquierdoderechistas que edifican la restauración oligárquica chapina. Por eso no se alía con ningún grupo de izquierda ni derecha. Cuando Morena se alió con grupos de derecha, lo hizo desde una posición de fuerza, dada por su formidable crecimiento, después convertido en una avalancha de sufragios que hizo imposible el fraude electoral. Lo mismo hace la organización campesina aquí: crecer, crecer y crecer. Las alianzas vendrán después, no ahora. Hacerlas ahora equivaldría a apoyar la restauración oligárquica en marcha, la cual entró ya en una fase de conformación del poder para el próximo gobierno. En efecto, son ya 23 las cenas que ha dado el oligarca en jefe de la restauración a jóvenes y no tan jóvenes para inventar una “nueva” clase política que viabilice el remozamiento de la fallida economía oligárquica desde el Estado. Se simula así un pacto de élites que posibilitará la gobernabilidad para el izquierdoderechismo rosalila cuando éste gane las próximas elecciones, como lo manda la geopolítica. El partido no importará. Porque los funcionarios públicos rosalilas constituirán un vistoso revoltijo de oportunistas que se venderá a la ingenuidad política como una inédita “unidad nacional sin ideologías”. El ala fascista oligárquica patalea aún por sus privilegios, pero es obvio que la facción dionisista le ganó la pugna intraoligárquica al alinearse con la geopolítica desde el 2015 y al sacar del juego a Arzú.
Por aparte y quitada de ruidos, la organización campesina crece. Crece. Y crece.