Hace unos días, cuando los datos en EEUU ya apuntaban a una inminente derrota electoral de Donald Trump, mi amigo Paul Almeida me comentaba, en un mensaje de whatsapp, que había decidido celebrar desde ese momento el triunfo de Joe Biden. Mi respuesta, inmediata y emocionada, fue felicitar a Paul y, a través suyo, a mis amigas gringas Kati Grifith y Leslie Gates, cuyas trayectorias personales y profesionales, ricas en talento y ética cívica, expresan lo mejor de las tradiciones culturales estadounidenses. Enseguida, en mi respuesta a Paul, añadí lo siguiente: “derrotar al oscurantismo es crucial”. Un par de días después, aún sin resultados finales, Paul me comentó que no podía contenerse para celebrar. Y le escribí: “hay que preparar la celebración, Paul. No puede ser que triunfe el oscurantismo”.
Creo que el momento para celebrar en grande ha llegado, pues el revés electoral propinado a Trump no sólo es a él como persona, sino a lo que representa: unas tradiciones oscurantistas que, arraigadas en segmentos nada despreciables de la sociedad estadounidense, fueron explotadas por el presidente ahora derrotado. El oscurantismo no ha fenecido ni en EEUU ni en el mundo, pero que una mayoría de ciudadanos estadounidenses –razonables, prudentes, realistas– le pusiera un alto a quien no ha dudado en hacer alarde de su ignorancia, prejuicios racistas e intolerancia es alentador para el pueblo norteamericano y para el mundo.
Por supuesto que la personalidad de Trump es difícilmente separable de las tradiciones oscurantistas e irracionales en las que él se ha formado y que él ha fomentado en estos años terribles de su gestión presidencial. Las personas normales son una mezcla de virtudes y defectos, pero en Trump los defectos son de tal magnitud que si acaso posee alguna virtud la misma ha sido ahogada por su mala educación, pedantería, racismo, prepotencia, autosuficiencia, charlatanería, locura y endeblez moral e intelectual. Y quienes lo admiran –no pocos con un fanatismo ciego– lo hacen porque se identifican con uno o varios de esos atributos ciertamente bajos. Así como son escasos los seres humanos que inclinan la balanza de manera extraordinaria hacia las virtudes –hasta casi abrazar una especie de santidad–, son pocos los que la inclinan de manera extrema hacia los vicios y la bajeza. Trump pertenece a este segundo grupo.
No hay que perder de vista que, como presidente de EEUU, Trump ha tenido –y tendrá hasta que deje el cargo– un poder nada despreciable con capacidad para alterar el rumbo del planeta, un poder que le fue otorgado por amplios sectores de la sociedad estadounidense. Y tampoco se tiene que olvidar a las multitudes que, pese a sus disparates y ataques a la razón y a la ciencia, lo siguen aclamando como si fuera un mesías. Estas multitudes están atrapadas en un oscurantismo feroz, mismo que las hace presas fáciles de líderes capaces de explotar, identificándose y promoviéndolas, sus fibras y miedos más sensibles. No será tarea fácil para quienes representan la racionalidad, la tolerancia y la crítica científica –representados por el nuevo presidente, Joe Biden– bregar en esos ambientes y tocar, con la educación y la cultura crítica, los resortes del oscurantismo, la ignorancia, el racismo y los prejuicios enquistados en las mentes de quienes están atrapados en ellos. Tocar esos resortes y anularlos fue el propósito de esos dos estadounidenses cosmopolitas, visionarios y geniales que fueron Carl Sagan y Stephen Jay Gould.
En lo personal, desde El Salvador, celebro el triunfo de Joe Biden. Me parece que dará a la política doméstica y exterior de EEUU la dosis de racionalidad, prudencia y realismo que tanta falta le hace. Me identifico con la reivindicación de la ciencia realizada por Biden, de quien admiro su talante y posicionamientos políticos. No puede ser para menos, dada mi admiración por el economista Joseph Stiglitz tan en sintonía con Biden. Rechazo absolutamente los ataques a la ciencia y a la racionalidad científica efectuados por Trump. Creo que atacar a la ciencia es el indicativo más evidente de oscurantismo y, definitivamente, no puedo aprobar semejante aberración. La nación norteamericana tiene todo para seguir aportando al conocimiento científico, del cual la humanidad es la beneficiada directa e indirecta. Felicito, pues, los ciudadanos estadounidenses de todas las procedencias y raíces que pusieron un alto al oscurantismo. La democracia de EEUU ha superado una prueba más, y, sin duda, ha ganado una mayor fortaleza al superar este trance tan complejo.