¿De regreso a la Guerra Frí­a o Avanzando hacia Soberaní­a Diplomática?

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A medida que se acerca el traspaso de mando presidencial en El Salvador, se intensifican las presiones para enrumbar al nuevo gobierno ideológicamente. Desde los que esperan alineamiento con la agenda de retorno a la guerra frí­a que se constituye en el cono sur, hasta los que quieren que resuelva la violencia y corrupción generada en los últimos 30 años de gobierno, y la embajada de EEUU, han hecho sus respectivos movimientos para presionar al presidente electo.  Más que un individuo ideológico, Nayib Bukele se ha caracterizado por ser un animal polí­tico ágil y pragmático para su época.  En polí­tica, quien paga la música goza la fiesta.  Además de gastar en la tradicional prensa escrita, radial y televisiva para ganar las elecciones, la campaña de Nayib Bukele fue financiada mayoritariamente por empresarios y activistas salvadoreños desde el exterior, especialmente en Estados Unidos. En teorí­a, la administración Bukele no tendrá los compromisos polí­ticos de sus antecesores, lo cual le da espacio para ejercer soberaní­a polí­tica, económica y diplomática.

Analizando la dinámica del electorado salvadoreño a partir de la negociación para la finalización de la guerra, se puede observar como el voto que ha fluctuado predominantemente entre ARENA y el FMLN por tres décadas, favoreció a Bukele en la última elección presidencial. Legalmente Nayib Bukele participó en las elecciones del 3 de febrero del 2019 bajo el partido GANA; pero la máquina que le movió los votantes y votó por él, fue el movimiento Nuevas Ideas. Si bien en apariencia, dicho movimiento, al igual que Bukele, no sea ideológico, esto no significa que no exista una ideologí­a predominante entre sus miembros y simpatizantes.  Un análisis de lo pendular del voto en los últimos 30 años indica que mucho de la base crí­tica del FMLN favoreció a Bukele, en castigo a la dirección de su ex-partido. Otro grupo de NI lo constituyen los desencantados con Mauricio Funes, que no quieren ser engañados una vez más con promesas progresistas. Mientras el electorado celebra el gane de su candidato, los olfatillos y las fuerzas ideológicas de siempre, están al acecho — incluso, las que pretenden retroceder a El Salvador a tiempos de Reagan y Eliot Abraham, mientras los cuerpos de las ví­ctimas de la masacre del Mozote, que ellos encubrieron, aún pende su identificación forense.

Independientemente que Nayib Bukele vaya a desatenderse del mandato de su electorado, especialmente de los pequeños empresarios y demás salvadoreños en Estados Unidos, que en muchos aspectos están siendo vapuleados por Trump, cabe preguntarse;  ¿qué puede esperar el nuevo gobierno de El Salvador de la actual administración estadounidense?  Se nos vuelve necesario echar un vistazo a cómo la polí­tica exterior de EEUU ha impactado la transformación del estado salvadoreño. Sin detenernos mucho en el siglo XIX cuando la guerra civil de la Unión Americana cambió la agro exportación de añil a algodón y otros productos, podemos observar como la estructura económica de producción y exportación, como la polí­tica exterior y hasta la estructura del gobierno ha sido influenciada por “el aliado del norte”.  A principios del siglo XX, mientras Honduras, Guatemala, Nicaragua y Costa Rica, paí­ses con puertos en el Atlántico se definí­an como repúblicas bananeras, El Salvador fue consolidado como república cafetalera, ya que sus mandatarios de finales del siglo XIX privatizaron la mayorí­a de terrenos ejidales y comunales de los nativos, para plantar café.  Esta estructura de producción y exportación requirió de una dictadura militar, ya que las dinastí­as que lo gobernaban no eran suficientes para controlar la recién privatizada zona cafetalera.

El Nuevo Pacto de Franklin Delano Roosevelt, (FDR), tampoco pasó desapercibido.  Durante la Segunda Guerra Mundial, El Salvador no sólo consolidó su dictadura militar con el Gral. Maximiliano Hernández Martí­nez, sino que construyó la infraestructura vial para la exportación de café, además de la litoral y panamericana, se construyeron carreteras interdepartamentales en el occidente del paí­s y se pavimentó Santa Ana para los cafetaleros. Conforme el mandato de FDR toma control de su paí­s, Europa y Japón, humanizando el capitalismo, en El Salvador y otros paí­ses de Centroamérica, las dictaduras se debilitan y adoptan sistemas electorales que les disfrazan de democracia.  Este proceso se consolidó con la estatización que implementaron los Kennedy y Johnson que facilitó la creación de la mayorí­a de las instituciones financieras, educativas, energí­a, comunicaciones, comercio y hasta militares a nivel nacional y centroamericano. Todo esto en el marco de la guerra frí­a, que tomó fuego con Reagan, envolviendo a los salvadoreños en una guerra fratricida, cuya negociación llevó al paí­s a la privatización de muchos recursos, incluyendo partes de su territorio.

Esperar que EEUU le dé a El Salvador otro FOMILENIO es ilusorio. El  interludio de confusión en cuanto a su polí­tica exterior,  proteccionismo y la desconexión de sus aliados que vive EEUU, no da señales de considerar a El Salvador como inversión. ¿Qué se puede esperar después que Donald Trump haya tipificado a un paí­s como retrete y demonizado su población, para justificar una polí­tica de rechazo a sus desterrados? Su polí­tica de aislamiento no está interesada en atraer ni turistas de Latinoamérica.  La falta de definición respecto de sus mayores adversarios mercantiles, China y Rusia, hacen a EEUU echar mano de herramientas viejas como la guerra frí­a para mantener su influencia en el continente Americano.  Sin desestimar que EEUU es un aliado estratégico, especialmente por los cerca de 3 millones de personas de origen salvadoreño que viven en el paí­s, en este preciso momento, su gobierno no va proveer ayuda que no sea gastos en su polí­tica anti-inmigrante y seguridad nacional inmediata.

Depender de una posible ayuda estadounidense para modernizar o desarrollar el paí­s no es realista.  Es más fácil obtener fondos de las fundaciones de los magnates George Soros, Bill Gates, Warren Buffet y otros plutócratas que tal vez tengan inversiones en El Salvador, que de las arcas del presidente Trump.  La guerra frí­a y los conflictos de baja intensidad, no son nuevas ni buenas ideas.  Las heridas que dejó la guerra civil entre los salvadoreños aun no cicatrizan. La fraternidad mutuamente solidaria entre hermanos en el paí­s y el extranjero si es una idea buena entre los salvadoreños. La diplomacia y polí­tica exterior soberana, y el ceñimiento al estado de derecho especialmente en cuanto a la fiscalización de todos los contribuyentes del paí­s sin excepción, es nuevo en El Salvador y puede financiar su desarrollo.

Ya se escuchan posiciones respecto a las relaciones diplomáticas con China y restablecimiento de relaciones con Taiwán. El Salvador está atrasado en su conexión diplomática y comercial con el mundo.  El problema no estriba en tener relaciones con otras naciones, sino que se da y que se recibe con ellos.  Si se van a tener relaciones con Taiwán para obtener sobornos como lo hizo la administración de Francisco Flores y otros mandatarios, o con China solamente para cambiar de comprador de la azúcar de caña, no vale la pena ampliar la diplomacia. Pero si se abren y mantienen relaciones para el desarrollo del paí­s, en hora buena. Los chinos pueden traer sus productos a Acajutla o los compramos de reventa de otros paí­ses centroamericanos, aunque sea un poco más caro. También podemos importar tecnologí­a solar y no solo paneles solares de China, por ejemplo.  Pero también esa tecnologí­a puede venir de Estados Unidos. Hay que analizar las alternativas disponibles.

Si el gobierno de Nayib Bukele abraza una polí­tica de autosuficiencia alimentaria y estimula la producción de granos básicos y verduras, su polí­tica exterior va a reflejar ofertas diferentes tanto para China como para Estados Unidos.  El nuevo presidente mencionó el cultivo de plátanos en el oriente, durante su campaña. Si construye el aeropuerto, el tren y los hospitales que prometió, también habrá quienes le ofrezcan asistencia tecnológica.  Nayib Bukele no habrá obtenido tí­tulos académicos, pero de economí­a, geopolí­tica y comercio conoce mucho. Ojalá el nuevo presidente sepa combinar sus conocimientos con las Ideas de la gente que lo eligió. No se puede sujetar la estructura de una economí­a a la polí­tica exterior, sino al contrario esta debe reflejar la producción y consumo del paí­s.  Esto nos lleva a superar la Guerra Frí­a y avanzar hacia la Soberaní­a Diplomática.

 

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Mauricio Alarcón
Mauricio Alarcón
Columnista Contrapunto
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