Es común olvidar la naturaleza subjetiva del pensamiento humano y perdemos de vista que cada idea en nuestro razonamiento proviene de la experiencia, formación, ideología, religión y hasta de las voces que escuchamos. Todo esto afecta nuestra forma de expresarnos, interactuar y hasta la forma en que vemos el mundo. Así que no, no todo lo que usted considera verdadero significa que lo sea realmente, incluso si es replicado por una parvada de trolles.
En las redes sociales es común leer opiniones viscerales y mensajes de odio amparadas en la conocida falacia ad populum, que consiste en apoyar la propia opinión en “lo que el pueblo pide”, “lo que la población dice”, “lo que la gente quiere” sin que el argumento esté apoyado en una base científica como encuestas y estudios de opinión.
Esta falacia es la que ha servido de excusa para alimentar la intolerancia en todas sus variantes. Tras ella proyectamos inseguridades, odios y la violencia tan enraizada en nuestra sociedad.
El contexto político tan dopado con populismo ha generado que cada opinión contraria a lo que el presidente Nayib Bukele diga, venga enseguida atacada con violencia verbal y amenazas amparadas por la retrógrada idea de que la crítica es la enemiga, cuando la historia ha demostrado que el veneno ha sido siempre la fe ciega y el fanatismo.
Resulta preocupante que las voces críticas vengan lapidadas por aduladores que piensan que su líder está exento al escrutinio público.
Sin embargo, es necesario alentar a que el ejercicio de la crítica se siga ejerciendo como principio democrático. Entre los gritos y tambores de la locura, las voces razonantes son el salvavidas necesario para que la sociedad recobre la cordura (si en algún momento la tuvimos).
Es necesario partir de la idea de que el gobierno ideal, el “gobierno para todos”, no existe y debemos desidealizar a la supuesta opinión de la mayoría como consenso, porque no lo es. No existe el progreso sin la duda ni avance sin la crítica. Fiscalizar el trabajo de los actores públicos es el único camino al desarrollo, ese que se supone que “la gente quiere”.
El debate y el cuestionamiento deberían ser principios básicos para la toma de decisiones. La percepción de la realidad, al estar “revolcada” en subjetividad, debe ser sometida a escrutinio antes de venderla como afirmación absoluta.
Reconozcamos el bagaje ético y emocional que como ciudadanos del tercer mundo tenemos en nuestro ADN racional. Seamos capaces de identificar los vicios que entorpecen el pensamiento crítico y no permitamos que la perspectiva de la subjetividad ajena se convierta en la única verdad que estemos dispuestos a reconocer.
Me niego a creer que “la gente está a favor” del odio, que “la gente quiere” dictadores o que “la gente apoya” esas medidas que a la larga nos pasarán factura en nuestra ya enclenque seguridad. De lo contrario, seguiremos siendo peones de un juego político que no comprendemos, pero pagamos.