martes, 16 abril 2024

Contemos del 7 al 10

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Arranco con este texto en una tarde sombría, nublada por la pandemia y un cielo gris oscuro por el cual acaban de surcar aeronaves de combate con mantas rindiendo tributo al soldado salvadoreño en su “día”. Efectivamente, este se conmemora oficialmente cada 7 de mayo desde 1945. Cabe señalar que la mayor “hazaña” de la milicia en el país se sintetiza en dos frases pronunciadas el 1 de julio de 1993, cuando hubo cambio de titular en el Ministerio de la Defensa Nacional. Alfredo Cristiani, su entonces comandante general, se refirió a la “misión patriótica” cumplida por esta y destacó su “entrega y gran espíritu de servicio durante el conflicto”. Por su parte, el funcionario saliente ‒general René Emilio Ponce, acusado de ordenar la masacre en la universidad jesuita hace más de 30 años‒ afirmó que “ante la agresión comunista, la Fuerza Armada planificó, organizó y ejecutó la campaña militar contrasubversiva más exitosa de la época contemporánea”.

Son de sobra conocidos los resultados de la misma: enorme cantidad de personas ejecutadas con lujo de barbarie o desaparecidas inmisericordemente, miles detenidas de forma arbitraria y torturadas con un salvajismo inaudito, desplazamiento forzado de personas dentro y fuera del país… ¿Su contrario funcionó distinto? ¡Claro que no! Y no es cuestión de cantidad sino de calidad; por eso, para no pagar por sus culpas, cuando la exguerrilla asumió la conducción del Órgano Ejecutivo y tuvo la mayoría parlamentaria no hizo nada para superar la impunidad protectora de los autores de las atrocidades, sobre todo intelectuales y financistas.

Esperemos que esa impunidad aún vigente, no impida esclarecer la muerte violenta de un joven perpetrada precisamente este 7 de mayo en un retén; por de pronto, ya se encuentran detenidos en vías de investigación dos militares que ‒según se afirma‒ fueron quienes dispararon sus armas de uso oficial. Este lamentable hecho ocurrió luego de que días antes, el 26 de abril, el presidente Nayib Bukele ordenara innecesariamente a policías y soldados usar la “fuerza letal” en “defensa propia” o “de la vida de los salvadoreños”. Innecesariamente, digo, porque eso ya se encuentra regulado en la legislación nacional y en determinados instrumentos internacionales de derechos humanos; en su contenido no logro encajar lo ocurrido durante ese fatal incidente, pero sí creo tener derecho a pensar que pudo ser fruto de un ocioso pero peligroso discurso para insolentar a la tropa.

Luego, el 8 de mayo se conmemoraron 41 años de la masacre que en 1979 regó con sangre aún indeleble las gradas de la Catedral metropolitana y, además, encharcó su interior. Como siempre, los policías nacionales entonces militarizados ‒¿como hoy?‒ no fueron los culpables sino los manifestantes; eso, según el informe oficial denunciado por el arzobispo Romero tres días después. Las terribles imágenes que acuerpan lo dicho por el ahora santo, circulan desde entonces. El entierro de las víctimas, alrededor de una veintena, se realizó el 10 de mayo y también fue atacado por tropas gubernamentales.

El 9 de mayo, hubo otra conmemoración casi del todo silenciada: ese día, en 1944, renunció Maximiliano Hernández Martínez. Cayó entonces el tirano, pero la dictadura militar no; continuó maquillada a veces por elecciones tragicómicas y en medio de luchas intestinas que, en no pocas ocasiones, se tradujeron en golpes de Estado. Años después, alguien escribió de Hernández Martínez que decían había sido “buen presidente porque repartió casas baratas a los salvadoreños que quedaron…”; además, aconsejó así a El Salvador: “No olvides nunca que los menos fascistas de entre los fascistas, también son fascistas”.

¿Quién lo hizo? Pues el gran poeta, visionario y vigente. Roque Dalton García fue ese “alguien”; Roque el asesinado el 10 de mayo, hace 45 años, por criminales confesos y cobardes que por más que traten de cubrirse con el guiñapo asqueroso de la impunidad, todo mundo los señala. Y aunque se burlen de una justicia nacional sempiternamente raquítica, ese trapo inmundo no les alcanzará para no ser condenados histórica, política y moralmente.

La progenitora de Roque murió esperando que le entregaran los restos humanos de su hijo único. Nunca hicieron siquiera eso quienes lo sacrificaron en perjuicio de las letras nacionales y quienes lo sepultaron solo físicamente, pero no para la posteridad. Vaya nuestro reconocimiento a esa mujer a quien hace 45 se lo arrebataron, al igual que al país. Y vaya también nuestro abrazo solidario en este día de las madres, para aquellas mujeres que ocupan un lugar especial en muchísimos corazones: las que aún buscan a sus hijas e hijos que les arrancaron de su lado. Por ellas, ningún Gobierno de la posguerra hizo lo debido; ¡ninguno! Por ellas debemos entonces seguir exigiendo verdad, justicia y reparación integral.

Termino este texto en la tarde del 10 de mayo; menos sombría que cuando lo comencé, sí, pues esas mujeres y las lecciones de nuestra historia deben ser luz para no repetir tragedias que aún acechan a El Salvador. Porque como escribió Roque “este sigue teniendo “como mil puyas y cien mil desniveles, quinimil callos y algunas postemillas, cánceres, cáscaras, caspas, shuquedades, llagas, fracturas, tembladeras, tufos”. Eso, salta a la vista en medio de una “clase política” sin ninguna clase por hipócrita y marrullera.   

PD: Sobre la masacre del 8 de mayo en Catedral, ver:  https://www.youtube.com/watch?v=g66jNb3pQX4

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.
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