“La esencia de la sociedad participante es que los pueblos dejen de ser masas gobernadas y conduzcan su vida política y económica, conscientemente auto determinados”, sostiene Rosa Luxemburgo en el manifiesto de La Liga de Espartaco, definiendo así la esencia participativa de los pueblos en el destino del Estado.
No obstante la arrogancia y prepotencia con la que se exhibe, el capitalismo global que domina al mundo, éste ve surgir en su seno procesos de incertidumbre y caos en lo económico, en lo ideológico y en lo político, generando una poderosa bomba de tiempo cada vez mayor. Pese a los seudo teóricos de este modelo, el fin de la historia está muy lejos de producirse, como afirma H. Dieterich.
¿Es legítimo entonces, un nuevo proyecto histórico cómo alternativa al neo capitalismo, a su crisis sistémica y al empobrecimiento acelerado de los pueblos? La legitimidad de una sociedad política, sostiene las nuevas escuelas críticas, se deriva de dos componentes fundamentales: los procedimientos formales que determinan los mecanismos de acceso al poder, que deben ser transparentes y equitativos para todos los ciudadanos y, los principios materiales que son la razón de ser de la convivencia social.
Los procedimientos formales en las elecciones de la democracia burguesa, son importantes y conceden cierta autoridad moral a las autoridades electas, pero carecen de la trascendencia que tiene el principio de legitimidad material, que es la garantía de un nivel de vida adecuado para todos. Sin embargo, la experiencia actual en los sistemas de representación como el nuestro, es que las leyes electorales (votadas o impuestas) tienden a retacear la representación de las distintas minorías y la cada vez mayor cantidad de excluidos sociales. Esto no nos debería extrañar, por que en la medida que se prometen muchas cosas en las campañas eleccionarias y se realizan otras estando en el poder, se produce naturalmente una erosión de la confianza pública, que transforma en minoritario el consenso de quienes confiaron en ese proyecto.
Si ponemos atención a la sociedad globalizada actual –calidad de vida y existencia de un Estado de Derecho formalmente democrático- se vuelve obvio que en la mayoría de Estados nacionales, la legitimación para gobernar no se deriva de lo antes mencionado, pues alrededor del 80% de los ciudadanos del mundo están excluidos de los altos beneficios materiales de la sociedad global y gran porcentaje de los Estados nacionales, no califica como Estados democráticos de derecho. La sociedad globalizada capitalista carece mayoritariamente de legitimidad, sostiene el profesor Noam Chomsky. El marxismo demuestra que, el primero de los derechos materiales de la cultura humana, -el de comer y tener casa- es incompatible con la lógica del capitalismo. Mientras este derecho gira en torno a la reproducción adecuada de la vida, la dinámica del sistema gira en torno a la producción de la ganancia y del valor. El trabajo existe solo en una forma deshumanizante –como el monstruo de Frankestein- y como mercancía. Es decir, la calidad y dignidad humanas no tiene valor alguno.
La realización de un nuevo proyecto histórico alternativo, no sería factible solamente negando al neoliberalismo, pues no constituye una estrategia de cambio estructural. Tampoco parecen existir las condiciones para la revolución armada tradicional, sobre todo en los centros del sistema dónde se concentra el poder global y en sus cercanías. La formación de las organizaciones obreras y de masas no pasará de ser un esfuerzo organizativo abstracto ante la necesaria respuesta efectiva al complejo problema sociopolítico real. Simplemente porque una organización sin contenido programático es formal y carece de sustancia que dialécticamente, es su razón de ser y que le da vida y cohesión.
La izquierda salvadoreña debe comenzar en serio y sin pérdida de tiempo, a construir el programa del nuevo proyecto histórico alternativo, más de allá de simples y puntuales estrategias electorales. Hay que diseñar el Manifiesto de la Nueva Sociedad Democrática Popular, que tendría dos funciones sustantivas: la ideológica y la de poder. La base de su concepción, contenido y desarrollo no puede ser otra que el profundo arraigo a las masas, que constituyen la fuente de legitimidad y efectividad del poder, como lo explica Marx.
La función ideológica y política del proyecto permitirá dar a conocer al pueblo y demás actores sociales, la nueva concepción de la realidad y del país y, a través de procesos de concienciación, lograr que el pueblo comprenda que es el nuevo sujeto de cambio.
La función de poder será la del cambio de correlación de fuerzas, entre el poder capitalista del status quo y las fuerzas de la democratización. Los cambios estructurales de fondo, que son necesarios para instaurar la democracia plena e incluyente, sólo pueden alcanzarse mediante un amplio y largo proceso de concienciación política y cultural entre las mayorías, que permitirá convertirlas de objetos de la historia en sujetos.
La liberación de los pueblos de sus múltiples cadenas y la sustitución de la decisión obligada por la decisión autónoma de la gente, constituyen nuestra gran tarea del futuro inmediato.