Si hacemos de la libertad y la creatividad un simulacro
La libertad y la creatividad son la esencia de la especie humana, o aquello que la hace ser lo que es y no otra cosa, y que explica su funcionamiento como ama del mundo mediante una praxis que transforma el ambiente y lo adapta para garantizar su preservación. La defensa de la esencia de la especie humana justifica todas las luchas en contra de un sistema que basa su reproducción en el sometimiento de la libertad y la creatividad, mediante su manipulación y escamoteo, a cambio de las cuales ofrece el simulacro y la performatividad como formas normales de vivir la vida. De hecho, la lógica del Mercado ha llegado ya a regir nuestra subjetividad hasta el colmo de que la sexualidad de amplias masas mediatizadas se reduce a la imitación del cine pornográfico y erótico, con lo que la educación sentimental de la humanidad ha pasado de ser una escuela del amor, a ser un taller de conductas imitativas que juegan la función de hacernos socialmente aceptables en comunidades cuya moral se basa en los logros materiales y no en la disciplina para el crecimiento espiritual.
Es quizá en este sentido que el filósofo surcoreano de moda Byung-Chul Han dice que: “El neoliberalismo representa un sistema altamente eficiente, e incluso inteligente, para explotar la libertad. Todo lo que pertenece a las prácticas y formas expresivas de libertad ―emoción, juego, comunicación― llega a ser explotado”.
Si la libertad se expresa mediante formas de creatividad, la creatividad es entonces la concreción de la libertad en los actos humanos. ¿Cómo es que el sistema explota mediáticamente las formas creativas que encarnan la libertad humana para manipularla?
La emoción se tergiversa mediante el melodrama, que “limpia” de criticidad toda acción y la reduce a pura reacción visceral. Esto se nota en las telenovelas, pero también en las comedias románticas y en los thrillers de acción.
El juego se manipula reduciendo los dramas humanos a una dimensión lúdica que los despoja de contenidos densos de pensamiento y convicción. Esto ocurre en las comedias de situación, que proponen un mundo feliz en el que las clases sociales y las luchas de clases no existen porque han sido sustituidas por emocionalidades irracionales basadas en la adaptación acrítica a las reglas del sistema como única forma de alcanzar la felicidad.
Y la comunicación ―que es la base del desarrollo cultural y civilizatorio― es banalizada por el sistema mediante su ejercicio antojadizo y errático, irresponsable y perverso, sobre todo en la interconexión mediante redes, en donde, como dijo Umberto Eco, el idiota del pueblo (que antes era uno solo) ahora se multiplica hasta globalizarse, como norma y no como excepción.
Sin libertad, creatividad ni criticidad, ¿cómo no estar paralizados de terror por un virus?