lunes, 15 abril 2024

Chile, una gigantesca ola difícil de surfear

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Y sucedió entonces, supuestamente así de repente, parafraseando a Fidel, que los chilenos “despertaron del largo sueño” embrutecedor a que los sometieron los diferentes gobiernos de derechas y de izquierdas que han pasado por la Moneda desde que el pueblo mandara a la cresta a Pinochet.

Sin embargo, el cuento del hada Morgana del milagro económico chileno solamente la clase política gobernante y la clase económica social dominante se lo creyeron. Sin duda alguna, Chile creció económicamente, pero las ganancias se las quedó una minoría oligárquica. El ciudadano de a pie siempre supo que se trataba de un espejismo, de una ilusión y no porque supiera distinguir la diferencia entre indicadores macroeconómicos de países desarrollados y subdesarrollados. Pero cuando el presupuesto mensual familiar no da para más, a pesar de la “cachativa” de la dueña de casa para mantener el equilibrio entre los ingresos mensuales y los gastos (fijos y variables) no hay que ser experto en economía, para comprender que el buen vivir es un artículo de lujo que solamente unos pocos pueden comprarlo en Chile.  

Muchas fueran las “olitas” que antecedieron al tsunami social de octubre de este año. El “Mochilazo”, movimiento estudiantil en 2001, durante la legislatura de Ricardo Lagos, marcó el inicio de una dinámica político-social postdictadura en la juventud chilena durante el periodo de transición a la democracia parlamentaria. El movimiento estudiantil de 2006, también conocido como el “movimiento de los pingüinos”, debido a los colores del uniforme de los liceístas, también estremeció la sociedad chilena en su momento y puso en la picota las deficiencias del presupuesto estatal en materia de educación. Los pingüinos exigieron del gobierno concertacionista presidido por Michelle Bachelet, el cumplimiento de una jornada completa con talleres, el mejoramiento de la calidad de la educación, el pase escolar gratuito para toda la enseñanza secundaria, el mejoramiento considerable de la infraestructura educacional.

No. Chile, parecía roncar, pero nunca estuvo dormido. Ahora bien, la diferencia esencial entre las movilizaciones pasadas y las actuales, radica en el hecho fundamental que ahora el pueblo chileno, en general, no está exigiendo solamente “reivindicaciones económicas”, sino que está cuestionando, primero, el modelo  económico neoliberal que el causante principal de los males que está sangrando al pueblo, segundo, está exigiendo la revocación de la constitución política pinochetista y la creación de una nueva a través de un proceso constituyente, y tercero, pero no menos importante, está demostrando el hartazgo político como consecuencia de la corrupción estatal y de los partidos políticos tradicionales, y sobre todo, el rechazo total a la administración de Sebastián Piñera.

El pueblo chileno, esté consciente o no, ha dado en estos últimos días un salto cualitativo en el contexto de la lucha de clases importantísimo y, todo esto, valga la aclaración, sin ninguna orientación ni dirección política partidaria. 

Por mucho que los analistas y los thinks tanks de derechas se empeñen en desvirtuar el carácter político-social de este movimiento, calificándolo de vandálico y violento, el hecho es que la demostración de fuerza político-social pacífica que el mundo entero vio y vivió el pasado viernes 25 de octubre, puso de manifiesto la contradicción fundamental del capitalismo. En las calles y alamedas de Santiago, Concepción, Antofagasta, Valparaíso y de todo Chile estaba la clase trabajadora demostrando con flores y canciones su descontento, mientras el Gran Capital y sus sabuesos uniformados la vigilaba muy de cerca. 

En este sentido, Chile se ha convertido en un barril de “pólvora político-social” que pone en peligro el estado burgués y, por lo tanto, el statu quo capitalista, pero no solamente en Chile, sino en toda América Latina. La lucha de clases chilena siempre ha sido un referente importante en Latinoamérica. Es decir, que tanto el gobierno y sus aparatos represivos, así como la oligarquía nacional e internacional, tienen ante sí una ola gigantesca muy difícil de surfear.  

Porque, como dijo Ernesto Guevara en las Naciones Unidas en 1964, “esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia”.

Fuente: Por un mundo nuevo, mejor y más justo

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Roberto Herrera
Roberto Herrera
Columnista y analista de ContraPunto. Salvadoreño residente en Alemania. Ingeniero graduado en electrotecnia, terapeuta ocupacional independiente con especialidad en pediatría y neurología. Narrador y ensayista.
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