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Cambalache cian… uro 

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Por Benjamín Cuéllar

Con letra y música de José Santos Discépolo, bonaerense nacido en 1901, sonó a media década de 1930 el tango más conocido de entre su rica producción. Luis Eduardo Aute, polifacético español nacido en Filipinas, definió al autor como “profeta del 2000”.  “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”, sentenció el primero al iniciar “Cambalache”; para él, el siglo XX era “un despliegue de maldad insolente” en el cual vivían “revolcados en un merengue y, en el mismo lodo, todos manoseaos”. Y eso que apenas había transcurrido solo una tercera parte del mismo. El segundo, “plagiador” confeso del “gran Discepolín”, en 1991 le cantó a la presente centuria. Desde la genial inspiración de estos, indignado observo lo que sucede en nuestro país descalabrado por el perverso actuar de quienes se han encargado de pasearse en su pasado, su presente y –si dejamos– su porvenir.

“¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!”. Eso reclamaba el argentino. “Cualquiera es un señor”, anotaba, y “cualquiera es un ladrón”. Resultaba “lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso estafador”. Todo era igual, nada mejor… “Lo mismo un burro que un gran profesor”. “¡Los inmorales nos han ‘igualao’!”, acusaba… “No pienses más…, que a nadie importa si naciste ‘honrao’. Si es lo mismo el que labura noche y día como un buey… que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”. “El que no llora no mama –aseguraba– y el que no afana es un gil”; léase: el que no roba es un tonto, un estúpido… ¡Un pendejo!, según la Real Academia Española.

Sesenta años después le llegó el turno a Aute, quien pronosticó para el siglo XXI la muerte del hombre y –por encima de este– el triunfo del capital. El cambalache descrito magistralmente por Discépolo, en el que todo daba igual, quedaría superado y entonces ya no serían lo mismo “un sabio que un traidor”; a final de cuentas, le correspondería al “más Judas” treparse al “podio del honor” a decidir la suerte de aquella gente que le tocaría sufrir en el incómodo abajo y –no obstante– aplaudir a su incomodador. Para configurar tal escenario, la mentira pasaría a ser “ley y el simulacro institución”.

Ni el primero ni el segundo de estos poetas cantores erró el diagnóstico. Al volver la mirada a El Salvador de los siglos anterior y actual, lo confirmamos en las décadas que –desde iniciando la pasada dictadura en 1931 hasta el fin de la guerra en 1992– el país permaneció abiertamente sometido por la ensangrentada bota militar y sus mayorías populares “sobremorían”, para su desgracia, entre el hambre que aguantaban y la sangre que derramaban; todo, por “obra y gracia” de los designios impunes de sus dueños que dispusieron del mismo para su beneficio particular.

Pero también lo comprobamos ahora, al observar cómo mienten y simulan tanto aquel que ocupa el mentado “podio” como sus subalternos inmediatos, los no tan cercanos y hasta los lejanos. Así resuenan frases que, además de pasar a la historia y no por las mejores razones, nos mantienen subyugados por un entorno palaciego adonde imperan la “mentira ley” y el “simulacro institución”.

“A mí nunca me verán en las filas de [los partidos] GANA y ARENA. Mi corazoncito está al lado izquierdo”, declaró Nayib Bukele en diciembre del 2016 y terminó siendo presidente de la república postulado por GANA en el 2019; además, parecería que lo sometieron a una operación quirúrgica para voltearle ese vital órgano. Y el 15 de septiembre recién pasado anunció su candidatura para las próximas elecciones presidenciales, tras sus abundantes y extendidas declaraciones públicas anteriores sobre la prohibición constitucional de la reelección inmediata en ese cargo. Igual ha ocurrido con su formalmente “segundo de a bordo” y así hemos podido observar la retorcida metamorfosis discursiva de este en torno al mismo asunto. 

Hoy se les sumaron José Luis Escobar Alas y Roger Arias. El primero –quien ni es la Iglesia católica y para nada está “del lado del pueblo”– bendiciendo desde el púlpito, que en su momento honró san Romero de América, la adelantada e inconstitucional postulación de Bukele; el segundo para aplaudirla desde la rectoría de la Universidad de El Salvador, enaltecida también en aquella terrible época por su titular: Félix Antonio Augusto Ulloa. Escobar Alas y Arias, personajes descartables para nuestra historia. Romero y Ulloa, en cambio, próceres indispensables de la futura patria nueva; ambos fueron martirizados por fuerzas malignas –aún presentes con nuevos formatos– por ser coherentes y consecuentes.

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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