lunes, 15 abril 2024
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Banquete de tiranos

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Sigue pues en nuestra tierra la comilona de tiranuelos en la cual, parafraseando al par de cubanos irrepetibles, estos se sientan hundiendo “su mano ensangrentada en el manjar del mártir muerto”

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Por Benjamín Cuéllar Martínez

“Hay una raza vil de hombres tenaces de sí propios inflados y hechos todos, todos del pelo al pie, de garra y diente…” Este verso se cruzó por mi mente de inmediato al enterarme en la noche de este lunes 21 de noviembre, que el gran Pablito había trascendido. Eso sí, con música y voz de este gigante cubano. Es el comienzo de un poema de su gran paisano: Martí. Hecho canción, estaba incluido en el primer casete que compré apenas iniciando mi “autoexilio” de ocho años, dos meses y cinco días. Arrancaba entonces otro noviembre: el de 1983. Y sin aún saber qué hacer, vagaba por los pasajes y las calles del mítico Copilco en el sur del Distrito Federal de mi México lindo y –desde antes y hasta hoy– ¡qué herido! En ese barrio “chilango” me instalé un tiempo después y trabajé, afortunada y gratificantemente, hasta mi regreso al terruño patrio en enero de 1992. Antes me amparó en Coapa, muy cerca del Estadio Azteca, un muy querido y solidario paisano; él con su familia. 

En realidad, fueron dos los casetes que compré en la mítica librería “Salvador Allende”. Además del anterior, me di otro “lujo” en medio de la precariedad en la que me encontraba y me regalé “Fabricando la luz”, de Gabino Palomares. Me llamó la atención cuando leí el título de una de sus “rolas”: “El Salvador, continuamos”. Obvio ataque de añoranza furibunda y “farabunda” el que tuve, por lo que había dejado atrás: el sacrificio de mi pueblo en lucha contra la tiranía. 

Salí del país sin imaginar que a mi regreso me tocaría ocupar la silla que había dejado vacía, en la dirección del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (IDHUCA), una de las ocho víctimas martirizadas durante otro noviembre sangriento: Segundo Montes, el jesuita fundador de este organismo en agosto de 1985 y –exactamente una década atrás– del Socorro Jurídico Cristiano. El pasado miércoles 16 se cumplieron 33 años de haber sido perpetrada semejante atrocidad y de la sostenida impunidad en torno a la misma.

Contra esta última me tocó batallar desde que asumí dicho cargo en enero de 1992, hasta que lo dejé en enero del 2014. Desde esa trinchera peleamos contra viento y marea, principalmente junto con los jesuitas José María Tojeira y Rodolfo Cardenal, dentro del sistema de “justicia” salvadoreño. Fuera del territorio nacional lo hicimos en el marco del regional, hasta lograr que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitiera su informe de fondo en diciembre de 1999; entonces, esta responsabilizó al Estado por esos hechos terribles y por la falta de una debida investigación de sus responsables intelectuales, su necesaria persecución y el juzgamiento de los mismos. 

Con la abogada Almudena Bernabeu y su colega Manuel Ollé como querellantes, conseguimos el 3 de febrero del año pasado la condena firme del coronel Inocente Orlando Montano en la Audiencia Nacional de España. Este fallo alcanzó también a los oficiales de la Fuerza Armada que acá fueron protegidos durante un tiempo muy prolongado; pero política, moral e históricamente resultaron también culpables de esa masacre allá, aunque no hayan estado presentes durante el proceso. Es cierto que hasta hace poco comenzaron a procesarlos en nuestro país, pero eso no significa que las cosas hayan cambiado de fondo en este. El sistema de “justicia” interno sigue siendo utilizado por poderes fuera del mismo para proteger amigos y castigar enemigos. 

De esto último, las pruebas saltan a la vista; así se salva progresivamente a un expresidente y su familia, mientras se acusa e intenta hundir a otro. En los espacios y los cargos que ocupé desde que regresé, a ambos los denuncié y acusé: a uno públicamente y al otro también públicamente pero, además, judicialmente.

Sigue pues en nuestra tierra la comilona de tiranuelos en la cual, parafraseando al par de cubanos irrepetibles, estos se sientan hundiendo “su mano ensangrentada en el manjar del mártir muerto”. Para enfrentarlos, vencerlos y enterrarlos surgen y surgirán súbita, irremediable y decididamente luces que los aterran; que los hacen huir, “rojo el hocico, y pavoridos”. Uno de los fulgores a los que tanto temen esos cobardes que “no llevan del decoro humano ornado el sano pecho” ‒esos “menores” y “segundones de la vida”‒ acaba de apagarse en este mundo durante tan entristecido noviembre sin Pablito, para comenzar a brillar con más fuerza en el espacio sideral de la verdad y la justicia. Ella, Hebe de Bonafini, heroica e inspiradora fundadora de Madres de la Plaza de Mayo. ¡Gloria inmensa y eterna, estrella ya en el firmamento de la dignidad humana!

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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