domingo, 8 diciembre 2024
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¿Arte contemporáneo? (Parte II)

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Siguiendo con el tema, en una conversación cibernética con el amigo Mauricio Linares, artista plástico de mi más alta consideración, me comentaba sobre la propiedad registrada de la obra plástica. Las “instalaciones” o “performances”, en inglés, arte plástico pariente cercano de las artes escénicas, un derroche de imágenes y sensaciones multimedia que, igual que el teatro y la danza, tienen una vida efí­mera, son registradas y vendidas, no precisamente al espectador, como es lógico, que compra una entrada para ver un espectáculo, sino un certificado de copyright, para reproducir la instalación. Puesto que está en la órbita del arte plástico, al no existir la obra material, mucha gente lo considera fraude. Aunque, si lo vemos desde las artes escénicas, es válido.

El performance es una provocación a la psiquis del espectador, como es el caso del Museo Louisiana de Dinamarca, que llenó sus pasillos y salones con rocas y basura, para recrear un rí­o sucio. En el hall y los pasillos del teatro Red Cat, de Los íngeles, reprodujeron una zona marginal, que se veí­a a través de rendijas. A nosotros, seguro no nos dice nada. Pero para la gente de aquellos ámbitos, es un descubrimiento, un enfrentamiento con otra realidad. Existen otras instalaciones que nos traen sensaciones psiquicas, espirituales o como se quiera llamar. Grandes salones iluminados con luz difusa y sonido concreto; otros, que nos proyectan trozos de filmes ya destruidos, como fantasmas de otros tiempos, o aquellos que reproducen una tormenta. Son instalaciones para museos.

El Museo de Arte del Condado de Los íngeles, una gigantesca biota artí­stica donde conviven todas las épocas, escuelas y formas de arte, desde el primitivo, hasta las instalaciones actuales más inverosí­miles, como es el caso de una gigantesca roca, extraí­da de las montañas. Sin pulir ni hacerle ningún trabajo humano, solamente la roca, puesta sobre un pasillo. Imágenes, sensaciones, formas de vivir el espacio y el tiempo, una gran experiencia estética. Nadie pensará comprar esas obras, como tampoco comprará un mural para llevarlo a su casa.

Pero claro, eso no deja de ser una curiosidad; la carrera del artista tiene que tener una continuidad palpable, que comienza en sus años de escuela y nos va mostrando su maduración espiritual a lo largo del tiempo, así­ como va evolucionando su obra, a través de su peregrinación en la ruta del arte. Llega el momento en que los recursos tradicionales no son suficientes para expresarse. Entonces, opta por nuevos materiales, espacios, medios, aunque con una obra menos experimental, como testigo. De lo contrario, no es más que aprovechar las conexiones con las galerí­as, para satisfacer el ego del 1% de la población, que acepta la provocación de comprar una cama sucia en 4,000,000.00 de dólares; o una lata que contiene las deposiciones del artista, con un certificado de autenticación de que, adentro, hay caca.

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Carlos Velis
Carlos Velis
Escritor, teatrista salvadoreño. Analista y Columnista ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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