Álvaro de la Puente: Rojo sobre Negro

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El pintor peruano Álvaro de la Puente logra traducir el género de terror a la pintura a través del abstracto. El miedo huele a café y aguarrás.

Por Hans Alejandro Herrera Núñez.

Un tatuaje de araña trepa su hombro. Una playera sucia sirve como trapo de colores. Olor a pintura, café y colillas de cigarro. Libros de Stephen King y Lovecraft tirados en su cama cercada de pesas, parecen un grimorio. Toda la casa es un desastre. Sin lugar a dudas Álvaro de la Puente es un artista. Lleva dos años viviendo solo, o mejor dicho con sus compañeros góticos, una pandilla de gatos, mientras pinta y lee a Murakami, Harari, literatura rusa, y los mencionados King y Lovecraft.

Puedo imaginarlo pintando como Pollock, con el lienzo tirado al piso, como lo hacían los ancestrales maestros chinos sobre sus eruditos pergaminos durante la dinastía Han. Con un fuerte discurso académico, pero a su vez vivencial (que casi parece sudarlo), Álvaro posee un pulso firme en la creación/descubrimiento de su trabajo como artista plástico. Anteriormente aventajó a sus contemporáneos en la exploración de colores psicodélicos y amazónicos, dónde las ganas de colores como el rojo y amarillo resaltaban con una vida cercana a lo biológico, como cepas de una enfermedad hermosa. Ahora Álvaro deja los fondos blancos y se interna en las profundidades del negro, que curiosamente no es un color sino la negación de la luz. “El negro absorbe el color” me dice mientras me muestra algunas de las piezas en proceso de su nueva muestra de Romanticismo Gótico. Para este proceso se ha venido nutriendo de novelas de terror clásicas y de horror cósmico. Porque él para pintar, lee. Sospecho reimagina las imágenes abstractas de sus libros para luego plasmar las sensaciones dentro de esas cárceles que serán sus cuadros.

Con un aire que recuerda en clave abstracta el espíritu de diseño de portadas de la saga The Sandman de Neil Gaiman, o el aliento narrativo del Libro de sangre de Clive Barker, la obra de Álvaro en efecto logra transferir sensaciones ocultas, gritos atorados en la garganta, o esa común sensación de frío en la espalda mientras la piel se hace de gallina. 

Cuando tiempo atrás me hablaron de su proceso, no sospeché que el género de terror pudiera ser llevado a la pintura con tanto acierto. Lo paranormal, lo siniestro, la insinuación explícita de una emoción violenta se expresan mejor en abstracto que en figurativo. Considerada una corriente agotada y en declive por los nuevos críticos de arte, el abstracto es redescubierto por Álvaro como el lenguaje pictórico preciso para expresar algo tan intangible como el miedo, y a la vez hacerlo accesible a todos. En resumen, logró resolver un género literario en el abstracto, y eso como dicen los peruanos es “yucaza”. Como Álvaro menciona: “Primero me plantee cómo hacer mi terror paranormal sin que sea grotesco”. Lo que resultó en una apuesta a lo extraño. “Una sensación de extrañeza que respeta mi gama de psicodelia. Porque mi lenguaje formal es la del expresionismo abstracto. Para ello lo primero que hice fue un estudio de color para generar una interpretación en el espectador”. Resultado, huellas de mano amarilla, una huella anormal, sobre un negro que se traga el color. 

Sus primeros tres cuadros exploran la evocación del terror en tanto misterio. Para esto cabe preguntarse ¿Qué produce más miedo, el cadáver o los indicios de un cadáver? La sospecha incierta, el sabor de lo que puede venir en tanto ineludible, es lo que hace a la sensación del miedo. Es lo previo, el antes lo que dispara la sensación, es ese jugar en el canto mismo del abismo antes de caer y no la caída en sí donde habita el terror.

También su paleta de colores que vienen de lo psicodélico, son precisas para registrar la anomalía de la psicosis, los ciclos de convulsiones para conceptualizarlos.

De todo esto hablamos mientras tomamos café con olor a pintura y aguarrás en su cocina. “Ahora reduzco mi paleta para aumentar el reto, lo cual ordena mi trabajo”. Como si de una receta de pintura se tratase me va explicando su proceso: “Cuatro fríos en el fondo y tres cálidos en la superposición. El negro absorbe el color como drenaje”. Lo cual de inmediato me lleva a pensar en la famosa escena de Psicosis en que la sangre en la ducha se va por el drenaje en un remolino, y todo en blanco y negro.

Por otra parte su pintura ofrece una sutil textura, menos intrusiva, como algo de otro mundo que parece querer salir del color. “Ese es el tipo de sangre que estoy traduciendo”. 

Para Álvaro traducir al abstracto es personificar. “Soy como un detective ante estás huellas. Es lo que encuentro y no resuelvo ante esta sangre extraña, las huellas de manos que no parecen manos. Mi reto ha sido lograr esta traducción a mi estilo del género literario”. 

Un líquido extraño, huellas de manos de fantasmas transdimensionales, lo que se alcanza es hacer visible el terror invisible, mientras el rojo mandarín se aleja del negro sin irse. Y todo para que el terror tenga forma. 

Su proceso lo describe así: “arrojo la pintura con intención o la vierto por los lados o aplicó diferentes graduaciones de goteo. Salpico, vierto, junto. Una mancha no cae igual dos veces”. Y es precisamente eso lo que hace al arte y a los seres humanos únicos, que no hay dos semejantes. Y el hecho de que el miedo va un paso atrás para ir dos pasos adelante.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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