“Espejito, espejito… ¿quién es cool, héroe y además bonito?”, preguntó aquel. “Ay papito, hoy por hoy, sin ninguna duda… vos”, le contestó quedito y remató: “Como vos, ¡no hay dos!”. Pero le pidió que se quedara, pues le contaría el cuento de alguien que también tuvo su momento. Este todavía reina cerca de la comarca tuitera y, en tres meses, “bitcoiniera”; reina con su consorte “hechicera”. Este que pasó de aprendiz de brujo a déspota, como tanto monarca en estas tierras, también tuvo su encanto hace años; lo tuvo antes de que ‒con su peculiar pareja‒ se convirtieran en las fieras que ahora son y se dedicaran, como hasta hoy, a hacerle al pueblo tantos y tantos daños.
Comenzó aclamado. Era entre los nueve caballeros de la corte el más amado, pues fue capturado por el tirano para luego ser liberado mediante un “golpe de mano” perpetrado ‒finalizando 1974‒ en el castillo del “Chema” cuando este agasajaba al “santo embajador”, el protector al cual se encomendaba entonces la dictadura; sus autores fueron trece jóvenes audaces, tres mujeres y once hombres, con la bravura del “Marcos” al frente y el “Danto” como seguro apoyo.
Y el 22 de agosto de 1978, con la inesperada toma palaciega consumada ese día en la capital del señorío, Anastasio II comenzó a darse cuenta que a él ‒”Tachito”‒ y a la “chanchera” que ahí se congregaba muy pronto se les acabaría “su cuartito de hora”. Eran 24 “compitas” rebeldes; solo el jefe del operativo tenía alrededor de 40 años. La tercera al mando de ese tan osado comando, Dora, era una atrevida chavala de apenas 22 noviembres. Y casi todo el mundo celebró cuando, tras once meses, el sátrapa abandonó sus dominios huyendo de una revolución que embrujaba para bien porque alumbraba los caminos a seguir e ilusionaba sobre todo a sus vecinos.
Una década después llamó a elecciones el querido paladín, en medio de la guerra que le hacía el imperio, y se postuló para triunfar; él, que no llegaba siquiera a las tres décadas y media de vida, se sabía y sentía predestinado vencedor. No imaginó que este evento sería, de su primer ciclo, el fin. Su mayor rival era una mujer cincuentona, respetada matrona sin experiencia en esas lides. Casi nadie imaginaba que a ella le alcanzaba para ganar; por tanto, él estaba seguro que iba a arrasar. Era el “gallo ennavajado”, se oía en los casetes, que había “preparado el pueblo trabajador”. Pero perdió y, en un principio, la derrota no aceptó. Mas un noble entre su séquito, don Mariano ‒respetado caballero al frente del supremo tribunal‒ hizo que el líder trasquilado se sometiera al designio electoral.
Habría más oportunidades para quien comenzaba a enseñar el colmillo marrullero. Y así, desde el 2007 hasta la fecha ocupa el trono. Ya no es aquel joven soñador que luchó por derrotar al dictador y cuyo hermano menor no pudo verlo convertido en su sucesor, pues murió combatiendo con la guardia pretoriana; eso fue lo mejor, quizás, porque no vio al opresor del siglo XXI que desde hace años pasó de la chochada a la cabronada.
¿Será cierto que, según Blades, “la vida nos da sorpresas”? Este juglar, ¡ay Dios!, acaba de “sorprendernos” como buen embaucador. El caso es que el rey del cuento quiere seguir dominando sin oposición, lanzando al ruedo sus “turbas divinas”. Por eso ahora, nada despacio, hay mujeres presas; entre estas Dora, la heroica “comandante dos” en el palacio. Y por sus dictados, hay hombres que también han sido enjaulados; entre estos Hugo, cuyo arrojo juvenil contribuyó a sacar de las mazmorras hace medio siglo ‒allá en las torres de la cárcel “Modelo”‒ al actual represor. No están detenidos ni “Marcos” ni el “Danto”, porque cayeron en la lucha; sino, seguramente lo estarían.
Sus compañeras y compañeros de antaño ahora son sus prisioneras y prisioneros de conciencia, por ser esta la “capacidad de discernir entre el bien y el mal a partir de la cual se pueden juzgar los comportamientos”. El mundo al que antes fascinó, hoy ve al vecino totalitario como la encarnación de lo falsario; lo denuncia y reclama para sus víctimas la inmediata libertad. Mucho cuidado entonces porque allá, acá y adonde sea, quienes comienzan siendo amados terminan siendo odiados al querer imponer sus sueños húmedos de grandeza por sentirse autócratas y actuar como tales. Son “hombres de paja que usan la colonia y el honor, para ocultar oscuras intenciones; tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo, hay algo personal”.
Con esta definición del gran Serrat, termino. “Corolín colorado, este cuento se ha acabado”. Moraleja: Quien hace uso del poder para imponer su capricho es, realmente, un muy mal bicho que debería poner su barbita a humedecer.