Fue el pasado dos de mayo que vi el último post de Dany Portillo Flores en Facebook; por complicaciones que le aquejaban de la diabetes, tenía que volver a ingresarse al Seguro Social, con la fe puesta en Dios que podría salir adelante en esta ocasión, como había salido ya en otras anteriores. Tres días después, vi en ese mismo post que recién había fallecido. Quedé estupefacto unos segundos, pues no podía creer lo que leía. Una lágrima que rodaba por mi mejilla izquierda me sacó del estupor. Dany, el gran Dany había muerto.
Hoy que escribo esta pequeña semblanza vienen a mí los recuerdos de mi amistad con Dany Portillo, a quien lo conocí a finales de los 90, cuando estaba por terminar la carrea de comunicaciones. Él fue enamorado de una compañera mía y por ella lo conocí. Desde el inicio nos caímos bien. Me gustó su sencillez, su calidez humana y su amor por la literatura, en especial por la poesía, de quien se confesaba un completo entusiasta.
Luego yo partí a México, pero siempre mantuvimos comunicación. Años después nos volvimos a encontrar. En un curso de lenguaje y redacción que impartiera otro gran amigo en común, Alberto Gómez Font, en la Universidad de El Salvador. En ese momento Dany era un gestor cultural de tiempo completo, andaba en todo, con una energía pocas veces vista en otras personas. Le brillaban los ojos cuando hablaba de sus proyectos. Luego supe que se casó y tuvo a su hija Nerea, su gran amor, su polo tierra. La que lo mantenía con fe de vivir.
Luego comenzaron sus problemas de salud, producto de la vida bohemia que llevó en sus años de juventud. Pero su buen ánimo no decayó. Su ardua labor cultural lo llevó a ser el director de la Casa de la Cultura del Centro, lugar al que le dio un gran impulso. Luego vino su gran proyecto editorial alternativo. Cuando las editoriales independientes eran aún un sueño en el país, Dany Portillo fundó La Cabuda Cartonera, una editorial que hacía libros de manera artesanal, pero con calidad literaria. Mientras impulsaba la editorial, volvimos a hablar e incluso me propuso publicar un libro en La Cabuda, pero por diversos motivos nunca llegó a buen puerto esa idea.
Lastimosamente sus quebrantos de salud fueron mayores, lo que le impidió desarrollar como él deseaba todos sus proyectos. A pesar de ello, siguió en sus emprendimientos artístico-culturales: shows en escuelas, arte titiritero y otras expresiones artísticas. De igual manera, nunca dejó de hacer poesía y siempre que podía, en sus redes sociales o suplementos literarios publicaba sus poemas de una honda vena existencial.
Dany Portillo Flores nunca dejó de escribir poesía y escribía versos como este:
A diario la mudez de la muerte
me grita en la espalda
que está ahí esperando la caída
que una mortaja de flores
cubrirá mi rostro angustiado
El cielo derramará su llanto
sobre la colina de mi último aliento
Se anegarán los ojos de lluvia
en el rostro de mis seres amados.
Mientras tanto, aún sale el sol sobre mi cara.
Dany fue consciente de que le quedaba poco tiempo; por eso vivió intensamente y amó profundamente a sus seres queridos. Sabía que la enfermedad le mermaba sus capacidades y por eso debía apresurarse. Siempre admiré la templanza de su espíritu, pues a pesar de saber que su vida se apagaba lenta y dolorosamente, siempre tuvo palabras de aliento para los otros, siempre le regaló sonrisas a su hija, siempre tuvo tiempo para darse a los demás.
Ahora Dany Portillo ya no está más con nosotros físicamente. Ahora transita por un cálido sendero, en donde la paz y la quietud lo inundan todo y nosotros, que nos quedamos en este mundo de locura e incertidumbre, lo tenemos que recordar dando sus talleres, siendo un mimo, un titiritero, un hombre que entregó su vida a la poesía y a la cultura de este país. Un país que se sigue quedando sin sus mejores hijos.