El 2017 es un año de significativas conmemoraciones de hechos histórico-sociales que han marcado sustantivamente el proceso de construcción de nuestra identidad y que, además, son hitos en la edificación de la memoria colectiva.
Así sucesos como el vigésimo quinto aniversario de la suscripción de los Acuerdos de Paz en el Castillo de Chapultepec, México, los 85 años de la rebelión campesina e indígena de enero de 1932 en el centro y occidente de la nación, el centenario del nacimiento del profeta social y pastor mártir el beato monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez (1917-1980) y otros, son acontecimientos relevantes e inéditos que propician una introspección colectiva como individual.
Una lectura crítica del actual momento socio-económico y socio-político por el que atraviesa El Salvador nos permite calificar al mismo como de carácter excepcional. Pese a saber ya que todo período adopta necesariamente, o más bien inevitablemente, una serie de rasgos que le singularizan, lo cierto, es que el presente reflejaría, a mi juicio, características de auténtica crisis.
En el entendido, sin embargo, que el orden social de nuestro país se ha desarrollado desde siempre prácticamente en una condición de crisis permanente, la afirmación antes dicha apuntaría a carecer de valor y significado.
Empero, y pese a que se tiende a utilizar vocablos indebidamente, hasta el punto de vaciarlos conceptualmente; lo cierto, es que vivimos (¿sobrevivimos?) un momento crítico y de transcendencia insospechada. Un instante de parteaguas y de efectos no predecibles.
Más allá de las diferentes percepciones que se tengan sobre la naturaleza y el alcance del cambio en que nos hallamos inmersos; la verdad, es que este punto de inflexión exige impulsar una serie de tareas claves, entre ellas, la reconstrucción del tejido social, la reconfiguración del sistema político, la revisión de los nortes axiológicos, el visibilizar sujetos sociales (Por ejemplo, mujeres, grupos indígenas etc.). Todo ello, creo, hace parte de una dinámica más de fondo:
La refundación social. Refundación que incluye pero trasciende la mera reforma política legal e institucional contenida en los entendimientos suscritos bajo la supervisión de las Naciones Unidas hace un cuarto de siglo ; y, que más bien, apuntaría a constituirse en un ejercicio de revisión profunda del catálogo y de los parámetros éticos que hasta hoy nos han guiado. Esto la hace más bien una refundación moral.
Muy cercana a esta empresa en la que todos tenemos un sustantivo rol que desempeñar, se encuentra el debate sobre la necesidad de impulsar una nueva generación de acuerdos y, otro, todavía en ciernes para la promulgación de una nueva Constitución de la República que sustituya a la cada vez más disfuncional Carta Magna de 1983. Debates que, en mi opinión, deberían de extenderse o profundizarse hasta la conveniencia de rediseñar el contrato social que nos rige.
En síntesis, la nación salvadoreña se encuentra, hoy por hoy, en un momento social tan incierto como delicado. Se trata entonces, de asumir, por un lado, con un auténtico espíritu patriótico y, por otro, de sacrificio por el bien común y con altura ética, el proceso siempre desafiante de redelinear integralmente el orden social vigente a efectos que el mismo sea participativo y compartitivo, o más bien humano.
En pro de ese superior empeño se deberá trabajar afanosamente con firme voluntad y con creatividad, en suma adoptando un compromiso social inigualable, para llevar adelante un proceso de refundación social y moral. Un reto que demandará, seguramente, de nuestras mejores energías y al que no podemos escapar.