A esto hemos llegado
Sobre el estado actual de la política en mi país
En mi país, la dominación y la hegemonía oligárquicas han llegado a un punto tal que las opciones electorales son la derecha y la derecha. Gracias a que Soros y amigos compraron a todas las izquierdas con sus financiamientos para reivindicar culturalismos por medio de oenegés, y así montaron una falsa sociedad civil de rebeldías enlatadas, lo que otrora pudo haber sido la oposición a las derechas, ahora forma parte de ellas. Veamos por qué. Aquí, la derecha se divide en dos: la corporativa, financiera y progre (que enarbola la bandera de la lucha contra la corrupción y la impunidad y que se alinea con la agenda sorosiana de los demócratas gringos), y la terrateniente, militarista y atrasada (que todavía iza la bandera del anticomunismo de guerra fría y que se alinea con la agenda puritana del ala más derechista de los republicanos). A la primera la llamo derecha dionisista y a la segunda derecha arzuista, aludiendo a sus respectivos propietarios.
La ex izquierda, hoy vendida a los financiamientos del capital especulativo global ―representado localmente por la derecha dionisista―, abraza con fervor la agenda culturalista de las instituciones controladas por aquel: la ONU, la AID, el NED, los medios masivos del mainstream, como CNN y FOX, etc. Por eso, la derecha arzuista identifica como de ultraizquierda a los operadores políticos de la derecha dionisista, es decir, a los oenegistas culturalistas de la ex izquierda que saturan la falsa sociedad civil montada por Soros. Esta derecha, que contiene en su seno a la ex izquierda, se ofrece como “democrática” frente a la otra, a la que llama “pacto de corruptos”. Pero siempre que la sangre está a punto de llegar al río, ambas negocian para mantener el privilegio histórico de la clase oligárquica, mientras la ex izquierda calla a cambio de puestos públicos y privados para sus otrora vociferantes (y hoy discretos) miembros, los cuales justifican su acomodamiento arguyendo que estos tiempos exigen “mente amplia” y “moderación” política. Lo que hay es simple oportunismo y cobarde claudicación. Por eso, a esta ex izquierda la he llamado rosada. Y a la derecha suave de agenda progre y lucha contra la corrupción, la llamo derecha lila. Los límites porosos entre ambas han dado origen a una mezcla rosalila que define bien el tinte ideológico de sus “democráticos” miembros, alineados con el capital financiero global y con el dionisismo local.
La derecha arzuista ha gobernado con Pérez Molina, Jimmy y Giammatei. Y la derecha dionisista busca ganar las próximas elecciones con un(a) candidato(a) rosalila. En ambos casos se trata de la continuidad de la dominación oligárquica y del estado de cosas que nos caracteriza como un ex país, porque en lugar de Estado tenemos una estructura delincuencial que se apropia no sólo de lo que la ciudadanía paga en impuestos, sino de los préstamos que, con el pretexto de combatir la “pandemia”, ya endeudaron a los nietos de los centennials.
Haría falta una fuerza popular organizada ―inmensamente aplastante― con un partido político que capte el voto disciplinado de esas masas, para superar la posibilidad de otro fraude electoral y para consolidar así a un autónomo interlocutor alternativo a la oligarquía ante la tripolaridad global. Es obvio que una fuerza tal no podría darse el lujo de forjar alianzas, sino sólo de admitir adhesiones subordinadas, porque todo está absorbido por las derechas, empezando por las “izquierdas”. Ni modo. A esto hemos llegado.