A las puertas del bicentenario de la república y tras 27 años de la firma de la paz, conviene preguntarnos si el sistema educativo, está a tono con los desafíos que la sociedad salvadoreña atraviesa. Los fundamentos del currículo nacional, surgidos de la reforma educativa de los 90, establecieron los estudios sociales y cívica como el área que principalmente debía aportar a la construcción del ciudadano y la ciudadana a la altura del proceso de democratización de la sociedad.
En el año 2008, entraron en vigencia los actuales programas de estudios sociales y cívica para todos los niveles educativos, los cuales sustituyeron a los de 1996. Los programas del 2008 surgieron en medio de una transición. A los dos Gobiernos más recientes (2009-2019) ha correspondido cosechar sus virtudes y deficiencias. En primer lugar, hay que señalar que la elaboración de dichos programas careció de consultas y de la participación del magisterio nacional, a pesar de que el proceso inició en el 2005. El cambio de gobierno no favoreció la continuidad de la implementación; no se planificó la formación docente y una adecuada inserción de los libros texto y guías metodológicas. La colección cipotas y cipotes para estudios sociales que se elaboró para cada grado, finalmente no logró cuajar y convivió como documento canónico con otros, como el libro de Historia de El Salvador cuya primera versión se remonta a 1994 y que tuvo una revisión en el 2013.
Los programas y materiales educativos para cada área curricular forman una constelación fundamental para la práctica pedagógica, la enseñanza se tensiona entre la hoja de ruta del programa y los enfoques y metodologías que ofrecen los materiales; esto, junto con la formación y motivación docente, más la gestión del currículo en la escuela y el aula, condicionan la efectividad de los aprendizajes de los niños y las niñas. Es claro al evaluar los programas y libros que estos han dejado de estar a la altura de la sociedad y sus dinámicas, pues tímidamente abordan la realidad de las migraciones; no reconocen la transformación del mundo rural y la relación compleja del país con el mundo; no están pensados para encarar la problemática de la violencia social y la multiplicidad de manifestaciones, y nos dibujan una encapsulada versión de la historia de El Salvador donde no hay espacio para la mujeres, los indígenas y los afrodescendientes. No tenemos una evaluación que nos diga si han generado dinámicas que fortalezcan las competencias ciudadanas, aunque a ojo de buen cubero podemos decir que han aportado muy poco en este sentido.
Estos programas surgieron en el marco del giro hacia la educación por competencias, que noblemente se propuso superar la tradicional educación por contenidos, la cual se sustentaba en el dictado y el copiado, y no lograba desarrollar aprendizajes significativos y útiles para la vida. Si somos honestos, en 10 años, ni los programas se diseñaron por competencias ni hemos logrado superar una enseñanza centrada en la memorización de contenidos; incluso la PAES ha sido un instrumento centrado en la evaluación de los contenidos y no en la capacidad de resolver problemas. Esto revela otras deficiencias de los programas vigentes, y es que tienen tal acumulación de contenidos que los docentes coinciden en que es imposible agotarlos en el año escolar; sobre todo hoy que se ha sumado una nueva asignatura (Moral, Urbanidad y Cívica) la cual ha venido a limitar la carga horaria destinada a estudios sociales. Solo esto último ya demanda un replanteamiento de las cosas en la escuela.
El docente de estudios sociales suele reclamar que su área curricular es vista con desdén, y cómo no, si en términos epistemológicos el currículo nacional no reconoce estatuto de cientificidad para esta, como sí lo hace respecto de las ciencias naturales. Los estudios sociales son vistos como una pálida imitación de las ciencias sociales; un conjunto de relatos que carecen de la rigurosidad y criticidad del abordaje científico de la realidad; paradójicamente, la primera unidad de los programas para bachillerato está dedicada a los métodos de investigación en las ciencias sociales, una discusión ausente en los programas de formación inicial docente para la especialidad. Y este es un punto relevante, acostumbramos hacer cambios curriculares sin que estos completen su ciclo, es decir, cambiamos los programas para los primeros niveles educativos olvidando que necesitamos formar a los futuros docentes que impartirán estas especialidades. El currículo nacional está absolutamente fragmentado, no hemos construido las mediaciones entre las diferentes especialidades, existen serias deficiencias en la correlación y continuidad de un grado a otro y no tenemos procesos de formación docente a tono con las expectativas planteadas en los programas.
El Ministerio de Educación ha impulsado en los últimos tres años procesos de revisión curricular en las áreas de matemática, lenguaje y estudios sociales; introduciendo la participación del magisterio desde los procesos formativos de los docentes en servicio, que integran como componente de cada módulo la reflexión sobre la práctica pedagógica que en muchas ocasiones se orienta a la revisión crítica del currículo. Además, ha incorporado a los especialistas y expertos formadores en el diseño de documentos de discusión y propuestas curriculares que posteriormente son discutidas y validadas en los territorios. Asimismo, la implementación implica la formación docente, que puede hacerse dado que el Plan Nacional de Formación Docente es una estructura permanente. No debemos olvidar que replantear cada área curricular en todos los grados supone la formación de no menos de 35 mil docentes.
El Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD) ha retomado esta problemática y ha planteado una concepción de la revisión curricular en tanto movimiento social, que supera la limitada concepción tecnocrática que se contentaba con las entregas técnicas de los programas y que pretende completar el ciclo curricular. En el caso de estudios sociales, convocar a una dialogo y discusión nacional se vuelve mucho más necesario, pues es en esta área donde trasladamos nuestra idea de la sociedad, dónde construimos nuestra visión de la historia y, por lo tanto, donde enseñamos a los niños, niñas y jóvenes las herramientas y las habilidades para construir proyectos de vida anclados en su relación con los otros y con el pasado. La revisión curricular de esta área no logrará completarse al finalizar el presente quinquenio, lo que plantea una singular oportunidad para el futuro gobierno, a saber, la ocasión de tender puentes con lo avanzado y, con visión de nación, continuar con este diálogo de los sectores que está a la base de poner en claro qué ciudadanos y ciudadanas queremos construir para el siglo XXI.