Por Mario Roberto Morales
O el rotundo fracaso de ser presidente en este simulacro de país
Divierte observar a quienes viven obsesionados con ser presidentes de parajes que navegan por el mar de la historia con bandera de países y hasta de naciones, pero que no son sino simulacros de ello y, además, tristes ejemplos de todo lo que un país y una nación no deben padecer para ser tales. Estos especímenes invierten gran parte de sus vidas en procurar por todos los medios el apoyo de cualquier remedo de partido político para llegar a ser presidentes, como si eso garantizara que pueden cambiar las estructuras del mencionado simulacro, ignorando que un presidente que encaja en una organización de poder corrompida no tiene más alternativa que contribuir al desarrollo de la misma si quiere salir bien del juego del que ahora forma parte.
En qué momento brota en una débil mente la convicción de que se debe ser algo en la vida que no forma parte de los impulsos y vocaciones genuinas ―sino que se trata de una obsesión que cobra vigencia por imitación, egolatría, inseguridad y miedo― es algo que necesitamos establecer si queremos vivir una existencia en armonía con nosotros mismos y con lo que de verdad somos, evitando todo lo que nos forzamos a ser por temor a desencajar en esquemas rígidos convertidos en necedad por falta de serena conciencia crítica sobre lo que sí podemos ser y para lo que servimos eficazmente en la vida. Es por ello lastimoso presenciar obsesiones como estas. Por ejemplo, malos músicos empecinados en ser intérpretes geniales, poetas medianos obstinados en compararse con autores cumbres de la literatura, políticos fracasados viéndose como estadistas en parajes que son remedo de repúblicas, y empleadillos imaginando ser empresarios en feudos de oligarquías atrasadas.
Decía Jung que “El privilegio de una vida es convertirse en quien realmente se es”. Pero resulta difícil saber quién es uno realmente y para lo que concretamente sirve en esta vida, cuando casi todos andamos por ahí ofreciendo una falsa imagen de nosotros mismos, adquirida en un seno familiar que nos ha inculcado nociones contrarias a nuestras vocaciones y habilidades, las cuales nos han causado complejos que buscamos anular mediante comportamientos obsesivos que nos hacen querer encajar en espacios en los que sencillamente no cabemos porque nos quedan demasiado chicos o demasiado grandes. Cuántos pretendidos santos o demonios fracasan miserablemente en su intento de estar a la altura de lo que no pueden ser porque no tienen ni la vocación ni las aptitudes para ello, y menos la entereza de hacer en la vida aquello para lo que sí sirven y para lo que tienen capacidad y natural vocación. Estas equivocaciones producen mucho sufrimiento, aunque algunos alcancen un pírrico “éxito” en aquello para lo cual no sirven. Por eso decía también Jung que “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir.” Morir por frustración, en el caso por ejemplo del falso puritanismo, o de desilusión, en el caso de haber escogido una vida para la que no servimos, como les pasa a quienes le venden su alma al diablo para ser presidentes de simulacros de países y de naciones sólo porque alguna vez soñaron infantilmente con que eso era lo máximo a lo que podían aspirar y por eso no les importa qué partido los lleve al puestecito al que llegarán a hacer el ridículo y a ser despreciados por la historia.
Es obvio que cualquier semejanza con fracasados presidentes y presidenciables conocidos en este simulacro de país, es una mera ―y deliberada― coincidencia.www.mariorobertomorales.info