En un reciente viaje de diez días por Guatemala leí Tiempos recios (Alfaguara, 2019) de Mario Vargas Llosa (1936). Al avanzar en la lectura recordé una larga conversación en Managua con Ricardo Ramírez de León (1929-1998), el comandante Rolando Morán, y otra en México con Rodrigo Asturias (1939-2005), el comandante Gaspar Ilom.
El primero cabeza del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y el segundo de la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA), ambas organizaciones integrantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que reunió a las cuatro fuerzas guerrilleras que en 1996 firmaron la paz con el gobierno, para poner fin a 36 años de guerra civil.
En esas conversaciones, eran los años ochenta, plantearon el análisis de la situación de su país y la idea de que la única vía para cambiar la realidad era tomarse el poder por la vía de las armas y así iniciar el proceso de construcción de una nueva y mejor sociedad. Una donde los indígenas y los pobres tuvieran mejores condiciones de vida.
En los noventa cambiaron de posición y se sentaron a negociar la paz conscientes de que la única posibilidad de acceder al poder era por la vía de la lucha democrática. Después de terminada la guerra en Guatemala me volví a ver con ellos. Hablamos sobre la construcción del partido y la vía electoral.
En la novela Vargas Llosa reconstruye, a partir de un conjunto de historias personales, la conspiración organizada por la CIA en 1954, para en Guatemala derrocar al gobierno democrático del coronel Jacobo Árbenz (1913-1971). Éste se había propuesto un proyecto modernizador, iniciado por el presidente Juan José Arévalo (1904-1990), que la United Fruit y el gobierno estadounidense calificaron de comunista.
El texto cuenta de manera detallada la estrategia de la CIA y de la embajada de Estados Unidos, para “fabricar” un ejército liberacionista al mandato del “anticomunista” coronel Carlos Castillo Armas (1914-1957), con apoyo de la aviación a cargo de la CIA, que desde Honduras avanza hacia Guatemala, para obligar a la renuncia de Árbenz y quedarse él con la presidencia.
En la novela hay referencia al apoyo que el general Leonidas Trujillo, el eterno dictador de la República Dominicana, da a Castillo Armas y de la implicación que éste pudo tener en el asesinato del mismo, para que accediera al poder el general Miguel Ydígoras (1895-1982). En el texto hay una clara conexión con la La Fiesta del Chivo, la obra de Vargas Llosa sobre Trujillo.
El autor, en las dos últimas páginas de la novela, ofrece su lectura de lo que implicó, para la región el golpe de Estado en contra de Árbenz. Esa acción “hizo recrudecer el antiamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, troskistas y fidelistas”.
Y los revolucionarios cubanos derivaron algunas lecciones: “Una revolución de verdad tenía que aniquilar al Ejército para consolidarse” y “era indispensable para la Cuba revolucionaria aliarse con la Unión Soviética y asumir el comunismo, si la isla quería blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de Estados Unidos”. Y añade que “otra hubiera sido la historia de Cuba” si Estados Unidos hubiera aceptado el proyecto modernizador de Árbenz.
Y termina, a manera de conclusión, “hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina. Jóvenes de por lo menos tres generaciones mataron y se hicieron matar por otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz”.