Como bien observó Daniel Defoe, en su magnífico libro “Diario del año de la peste”, las epidemias más letales sacan a la luz lo mejor y lo peor de la especie humana. Nosotros, por ejemplo, pleiteamos como perros en la gran plaza de la opinión pública mientras el coronavirus ya avanza seguro por las calles y veredas de nuestro país.
Y no es divididos políticamente como mejor podremos hacer frente a una pandemia que va dejando regueros de muertos por los países donde pasa. Pero que debamos unirnos ante dicha amenaza, escúcheseme bien, no significa que debamos abandonar la vigilancia crítica de las acciones gubernamentales. Esta vigilancia, ejercida por la opinión pública, es fundamental en el proceso de rectificación o mejora de unas medidas gubernamentales adoptadas con cierta urgencia e improvisación.
Haríamos bien reconociendo ya que tanto el gobierno como su oposición política han fallado a la hora de sumar las voluntades e inteligencias que hacen falta, a escala nacional, para enfrentar la gran amenaza que ya se cierne sobre nuestras ciudades.
Estamos atrapados entre la propaganda del gobierno y la histeria de la oposición, entre los aplausos ciegos que rodean a Bukele y los anatemas que le lanzan sus adversarios ¿Qué podemos hacer en el reino de las orejas sordas? ¿Qué podemos pensar y decidir entre la alabanza y la condena?
Alguien le exigía ayer, y con toda la razón, un poco de autocrítica a Nayib Bukele. Es completamente cierto, no se puede hacer una buena gestión de la actual crisis si no se posee un carácter autocrítico y ágil para rectificar aquellas acciones gubernamentales equivocadas.
Ya dije, un par de párrafos atrás, que en una democracia la opinión pública ejerce una vigilancia fundamental sobre las acciones del gobierno, pero esta vigilancia ha de ejercerse también con lucidez y con un gran sentido de la ética informativa que sea capaz de adaptarse a coyunturas tan especiales y dramáticas como esta que ahora vivimos con la peste. No hablo, por supuesto, de que la peste nos obligue a la autocensura, hablo de que la peste nos obliga a apartarnos de la lógica del desgaste político y nos impone situar la crítica dentro del marco de la colaboración con las instituciones que se enfrentan a la amenaza de la epidemia.
Para que esto funcione hace falta que el Presidente abra las orejas a las críticas razonables y hace falta que también los críticos sean razonables e inteligentes a la hora de plantear sus cuestionamientos. Ni la hagiografía ni el insulto valen para abrir las orejas de nadie en este momento, al contrario, solo clausuran la posibilidad de un entendimiento general que es necesario y urgente. El presidente tiene que rectificar, la humildad no es debilidad. Y los opositores deben abandonar la dinámica de la crispación y el oportunismo político.
La UCA, que prosigue enriqueciéndonos con sus buenos artículos de opinión, haría más todavía si diese un paso adelante y plantease de manera urgente una mesa de diálogo donde pudiesen encontrarse el gobierno con los demás partidos políticos y todas aquellas figuras e instituciones que puedan aportar ideas y recursos para afrontar los días oscuros que se nos vienen encima. Para que sea posible un encuentro así, haría falta que todas las piezas de este rompecabezas se administrasen a sí mismas una buena dosis de autocrítica.
Ahora no se trata de ganar o perder elecciones o de ensalzar líderes o repudiarlos, ahora se trata de impedir que la peste nos golpee con toda su devastadora fuerza.