(Diálogos sobre la democracia I)
La forma y sentido con el que se toman las decisiones y con el que se legislaba en El Salvador mutó radicalmente con el cambio en la composición (Elecciones 28.02.21) de la Asamblea Legislativa de El Salvador. Paralelamente, afloraron reclamos apasionados sobre la vigencia o no de la democracia. Esta querella se había iniciado ya con los resultados de la elección presidencial, pero se exacerbó, más aún, con las primeras decisiones del nuevo parlamento.
Desde las primeras decisiones tomadas por los nuevos diputados, aquellos que fueron desplazados de sus curules y de respetables posiciones intelectuales, que el régimen democrático de posguerra les aseguró, alzaron su voz diciendo: “se perdió el pluripartidismo, a muerto la democracia”. Los reclamos fueron más dramáticos cuando los nuevos parlamentarios, -haciendo uso de su mayoría calificada-, destituyeron a los Magistrados de la Sala Constitucional y al Fiscal de la República.
Ante ese acto, aquellas voces, acompañadas ahora de otras en el ámbito internacional, subieron de decibeles y repetían: “el equilibrio de poderes se ha roto, se ha perdido la democracia”, otros más exacerbados alzan la voz para decir: “el pueblo se equivocó éste deberá rectificar”, mientras los propios rebatían diciendo: “no hacemos más ni menos que cumplir la voluntad popular”.
Ante estas posiciones cabe preguntarse, ¿porqué para los sectores, que ahora temen por lo que califican de muerte de la democracia, no es suficiente -para aquilatar el juego democrático-: elecciones libres, votaciones mayoritarias y alternancia en el poder?
Los reclamos antes señalados quizás se sustentan en lo que algunas corrientes académicas han observado: una tendencia a que mandatarios electos popularmente, ya en el poder, tienden a perpetrase en él. Dejaremos esto para que, en el caso de El Salvador, sean los hechos y la correlación de fuerzas de los poderes económico, social y político sean las que determinen si esto pueda llegar a ser realidad o no.
Más allá de eso que podemos llamar predicciones agoreras, con responsabilidad ciudadana y académica debo preguntarme ¿qué características tenía ese régimen democrático que sus creadores y defensores ahora lo ven como muerto?
No voy a referirme a los hechos de corrupción ni a la impunidad de esos delitos, tampoco quiero hablar del juego de alianzas que se dio en el seno de la Asamblea Legislativa y fuera de él, entre líderes de dos partidos sustentados en paradigmas supuestamente contrapuestos y que se enfrentaron en una larga y cruenta guerra civil. No me voy a referir a la precariedad de la división de poderes que caracterizó a ese régimen y su consecuente debilidad institucional, proclive a favorecer la impunidad.
Quiero centrarme, para entender lo que ha pasado con aquel régimen democrático en El Salvador en lo que, en mi criterio, es aún mucho más relevante que lo anterior. Me refiero a la débil o ausente construcción de ciudadanía en el régimen político de posguerra. El régimen que ha entró en crisis es una democracia, por paradójico que resulte, sin apoyo ciudadano.
Al observar y analizar los hechos concretos e históricamente dados se concluye que el debate, reflexión y análisis sobre la construcción y vigencia de la democracia, durante 30 años, se evadió o al menos no se dio en los años en los que estuvo vigente el Régimen de la posguerra. Se puede verificar que no hubo voluntad política para realizar una reflexión semejante ni, menos aún, para involucrar a la población a la ciudadanía en ese debate. Por supuesto que tampoco hubo ningún esfuerzo por construir una ciudadanía social, basada en la vigencia de derechos, como lo visualizó Thomas Marshall hace más de 50 años.
Los hechos demuestran que el reclamo sobre un supuesto deterioro o muerte de la democracia en El Salvador, no está sustentado en una crítica a la democracia real o, mejor dicho, al tipo de régimen democrático que se construyó después de los Acuerdos de Paz de 1992.
Todo parece indicar que los que forjaron el régimen democrático, que rigió luego de los Acuerdos de Paz en 1992, al descuidar la construcción de ciudadanía como referente para fortalecer la democracia, no imaginaron que fuera posible que la voluntad expresada en las urnas, pudiera revertirse contra ese régimen que le permitió a sus líderes disfrutar del poder y de claros privilegios derivados de éste, por 30 años, mientras la población, carente de los derechos ciudadanos básicos, sin empleo, fue forzada a la migración.