En su libro “La paz secuestrada”, Christine J. Wade cita un informe de la Secretaria General de las Naciones Unidas que señala que en las elecciones del 2004 en El Salvador hubo una ola de polarización política nunca vista desde la firma de los acuerdos de paz. Dos años después, el 5 de julio del 2006, Mario Belloso, un simpatizante del FMLN, asesinó con un arma larga a dos policías. Los disparos de Belloso de alguna manera confirman que a mediados de la primera década del siglo XXI salvadoreño existía un peligroso clima de polarización política en nuestro país.
Evoco el informe y el suceso y los coloco en la mesa frente a ustedes para recordarles que la violencia verbal y física siempre ha estado ahí moviéndose subterráneamente en el paisaje de nuestra política. Y voy a colocar otra carta sobre la mesa: Bukele, nuestro presidente polarizado y polarizante, no es un rayo que irrumpa en un cielo sereno.
¿De dónde viene Bukele, dónde se formó políticamente? La respuesta es simple: Bukele es una figura salida del FMLN, parte de su cultura política procede de ahí. Yo les pregunto, para acercarlos a un rasgo que define la cultura política de un partido: ¿Cómo ha resuelto la antigua guerrilla sus conflictos internos? En el pasado –allá por 1975, allá por 1983– eliminando a balazos a los cabecillas de las facciones disidentes; en años más recientes, ya en democracia, procediendo a la expulsión y eliminación simbólica de aquellos que discreparan de la línea política o de los intereses de la dirigencia del FMLN.
Bukele se formó en este maniqueísmo político que ve al disidente o al adversario no como un interlocutor con quien se debe negociar, sino que como una figura que se debe aplastar políticamente. Esa beligerancia maniquea Bukele la heredó de la cúpula.
Conviene recordar –para explicarnos algo del presente, aunque no para justificarlo¬– que la expulsión de Bukele del FMLN, la denuncia judicial que el Frente le puso por agresión a una compañera y la voluntad manifiesta de sus antiguos camaradas de impedir que presentara su candidatura a la presidencia son capítulos que explican, aunque no justifican, la beligerancia del presidente hacia el partido al cual perteneció.
Hay que decirlo –porque si no el talante polarizado de Bukele se nos presenta como un rayo en un cielo sereno–, su antiguo partido después de expulsarlo intentó destruir su carrera política, intentó destruirlo simbólicamente tal como hizo antes con otras disidencias. Hay aquí, a estas alturas, un odio que es mutuo. El frente odia a Bukele (y si dice lo contrario, miente) y Bukele odia al Frente.
El odio al FMLN es el odio que sienten los disidentes hacia el partido del cual fueron expulsados. El crudo antagonismo entre Nuevas Ideas y el Frente puede verse como un pleito de familia. Todavía los domina la violencia que suscitan los cismas. Y en este caso, el maniqueísmo de los bukeleanos es una réplica del maniqueísmo de la organización que los expulsó. Quienes hoy juzgan con razón al presidente polarizado y polarizante lo presentan como un rayo en un cielo sereno y por eso se limitan a condenarlo como la fuente de todos los males de nuestra cultura política olvidando señalar que es también un producto de ella.
Si Bukele quiere ser un buen presidente a partir de ahora, tendrá que anteponer la fría política y el interés general de la nación. No se puede permitir el lujo de que lo siga dominando el rencor de los cismáticos.