lunes, 15 abril 2024
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¿Un orden económico inestable?

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La gran mayorí­a de las economí­as del mundo son parte de un sistema multilateral que da enormes privilegios a sus contrapartes en el mundo avanzado, especialmente a Estados Unidos y Europa

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LAGUNA BEACH ““ Últimamente ha recibido mucha atención el repliegue de las economí­as avanzadas de la economí­a global y, en el caso del Reino Unido, su salida de los acuerdos de comercios regionales. En tiempos en que las estructuras subyacentes de la economí­a global se encuentran bajo grandes presiones, esto podrí­a tener consecuencias de largo alcance.

Sea por opción o necesidad, la gran mayorí­a de las economí­as del mundo son parte de un sistema multilateral que da enormes privilegios a sus contrapartes en el mundo avanzado, especialmente a Estados Unidos y Europa. Tres son los que más destacan.

En primer lugar, debido a que son las que emiten las principales monedas de reserva, las economí­as avanzadas pueden cambiar sus billetes por bienes y servicios producidos por otras. Segundo, para la mayorí­a de los inversionistas globales los bonos de estas economí­as son un componente cuasi automático de sus carteras, por lo que los déficits de sus gobiernos se financian en parte con los ahorros de otros paí­ses.

La ventaja clave y final de las economí­as avanzadas es su poder de voto y representación. Tienen poder de veto o una minorí­a que les permite bloquear decisiones en las instituciones de Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), lo que les da una influencia desproporcionada sobre las reglas y prácticas que rigen el sistema económico y monetario internacional. Y, dado el predominio que históricamente han tenido en estas organizaciones, se garantiza de facto que ciudadanos de estos paí­ses tengan puestos directivos en ellas.

Son privilegios que no vienen gratis, o al menos no deberí­an. A cambio de ello, se supone que las economí­as avanzadas han de cumplir ciertas responsabilidades que ayudan a garantizar el funcionamiento y la estabilidad del sistema. Pero los acontecimientos recientes plantean dudas sobre si las economí­as avanzadas pueden cumplir su parte del trato.

Quizás el ejemplo más obvio sea la crisis financiera global de 2008. Como resultado de la toma excesiva de riesgos y normativas flojas en las economí­as avanzadas, el cuasi colapso del sistema financiero perturbó el comercio global, lanzó a millones al desempleo y casi llevó al mundo a una depresión de varios años.

Pero también ha habido otros errores. Por ejemplo, en muchas economí­as avanzadas los obstáculos polí­ticos a la determinación de medidas de amplio alcance han obstaculizado la implementación de reformas estructurales y polí­ticas fiscales responsables en los últimos años, frenando el aumento de la productividad, agravando la desigualdad y amenazando el crecimiento potencial en el futuro.

Estos errores económicos han contribuido al surgimiento de movimientos polí­ticos antisistema que apuntan a cambiar ““o ya lo están haciendo- relaciones comerciales internacionales de larga data, como las de la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Mientras tanto, la dependencia prolongada y excesiva en las polí­ticas monetarias, como la participación de los bancos centrales en actividades de mercado, ha distorsionado los precios de los activos y contribuido a que los recursos se asignen erróneamente. Y las economí­as avanzadas ““especialmente Europa- han demostrado escasa voluntad de reformar los elementos caducos de gobernanza y representación en las instituciones financieras internacionales, a pesar de los grandes cambios ocurridos en la economí­a global.

Como resultado de todos estos factores, el sistema multilateral es menos eficaz, menos colaborativo, menos fiable y más vulnerable a ajustes puntuales. En este contexto, no deberí­a sorprender el que la globalización y la regionalización no tengan el grado de apoyo del que disfrutaban en el pasado, o que algunos movimientos polí­ticos en ascenso a ambos lados del Atlántico los condenen para ganar apoyos para sus propias causas.

Todaví­a no está claro si es un fenómeno temporal y reversible o el comienzo de un largo desafí­o al funcionamiento de la economí­a global. Pero es evidente que está afectando dos relaciones importantes.

La primera es la relación entre las economí­as pequeñas y las grandes. Por largo tiempo, las economí­as pequeñas, bien administradas y abiertas fueron los principales beneficiarios del sistema de Bretton Woods y, en términos más generales, del multilateralismo. Su tamaño no solo les dio acceso a los mercados exteriores, sino que también hizo que otros actores de mercado tuvieran más disposición a integrarlos a pactos regionales, debido a su limitado potencial de desplazamiento. Ser miembros de instituciones internacionales eficaces llevó a estos paí­ses a participar en importantes debates sobre polí­ticas globales, al tiempo que sus propias capacidades les permitieron aprovechar oportunidades en cadenas de consumo y producción internacionales.

Pero es probable que, con todo lo bien administradas que estén, estas economí­as pequeñas sufran los efectos del ascenso de los nacionalismos. Sus relaciones comerciales son menos estables, los pactos de los que dependen tienen una mayor vulnerabilidad, y es menos seguro que tengan espacios en los debates sobre las polí­ticas globales.

La segunda relación es la que existe entre las instituciones de Bretton Woods y los acuerdos institucionales paralelos. Por ejemplo, aunque no tienen el peso de, por ejemplo, el Banco Mundial, las instituciones impulsadas por China han demostrado su atractivo para una creciente cantidad de paí­ses; la mayorí­a de los aliados de Estados Unidos se han unido al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, a pesar de la oposición estadounidense. De manera similar, cada vez hay más acuerdos de pagos bilaterales (a los que hasta hace no mucho la mayorí­a de los paí­ses se habrí­a opuesto a través del FMI, por su falta de consistencia con el multilateralismo). La preocupación es que estos enfoques alternativos puedan acabar socavando, en lugar de reforzar, un sistema predecible y beneficioso de normas para las interacciones entre los paí­ses.

Existe el riesgo de que las organizaciones de Bretton Woods, creadas tras la Segunda Guerra Mundial para mantener la estabilidad, pierdan su influencia. Los paí­ses con el peso para afianzarlas parecen poco dispuestos a emprender con decisión las reformas necesarias. Si persisten estas tendencias, probablemente los paí­ses en desarrollo sean los más afectados, pero no serán los únicos. En el corto plazo, la economí­a mundial tendrí­a un menor crecimiento económico y correrí­a el riesgo de una mayor inestabilidad financiera. En el largo plazo, se enfrentarí­a a la amenaza de una fragmentación del sistema y al surgimiento de cada vez más guerras comerciales.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Mohamed A. El-Erian, Asesor Económico en Jefe de Allianz, es Jefe de Consejo de Desarrollo Global del Presidente Barack Obama y autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (La única apuesta: los bancos centrales, la inestabilidad y la necesidad de evitar el próximo colapso).

Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org

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Mohamed A. El-Erian
Mohamed A. El-Erian
Es presidente del Queen´s College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania y el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016). Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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