lunes, 15 abril 2024

Un nuevo pacto con Roque Dalton

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Me gustarí­a comenzar esta reflexión con un poema que Ezra Pound le dedicó a Walt Whitman. Lo que diré sobré Dalton ya está contenido en los siguientes versos de Pound:
–Un pacto–

Haré un pacto con vos, Walt Whitman–
Te he repudiado ya lo suficiente.
Ante vos me presento como un hijo grande
que ha tenido un padre muy testarudo;
ahora ya tengo edad para elegir amigos.
Fuiste vos quien cortó la madera nueva.
Ha llegado el momento de tallarla.
Tenemos la misma savia, la misma raí­z–
que haya comercio, pues, entre nosotros.
A medida que maduramos o conforme varí­an las circunstancias, nuestro trato con ciertos autores y su obra va cambiando. Una época eleva a los altares a un escritor, pero un cambio de gustos posterior lo relega al olvido hasta que nuevas condiciones permiten redescubrirlo y sacarlo del purgatorio. Por lo que uno intuye en el poema de Ezra Pound, en cierta época –para buscarse a sí­ mismo, para crecer–, este rompió su relación estética con Walt Whitman. Pero ya dueño de sus propias armas y de sus propias elecciones, como un hijo ya crecido, Pound restableció el trato con el padre que tanto habí­a detestado. Lo reconoce, se reconoce como su hijo, admite su aporte, pero también admite que hay que continuar y depurar la obra iniciada por Whitman (Fuiste vos quien cortó la madera nueva / ha llegado el momento de tallarla).
A diferencia de Withman, Roque Dalton murió joven por lo que no tuvo tiempo de superar (contra la dura historia) sus testarudeces. En su literatura hay una mezcla de rigidez y flexibilidad, de doctrinarismo y herejí­a, que pueden dar lugar a interpretaciones contradictorias. Pero también nosotros, que somos sus hijos, arrastramos nuestras propias testarudeces y no hemos sido demasiado sutiles a la hora de interpretarlo y repudiarlo.
Pound nos habla de un gran padre cabezota, dando por supuesto que sus hijos ya crecidos y dueños de sus elecciones eran también poseedores de la lucidez. De Pound me creo la lucidez literaria, pero ¿Qué decir de nosotros como herederos del gran padre Dalton? En mi opinión, y puedo equivocarme, todaví­a no hemos alcanzado la madurez crí­tica suficiente (I come to you as a grown child) para establecer una relación de horizontalidad plena con Roque.
Más que ofrecer respuestas profundas, las crí­ticas a Dalton hechas a partir de los años noventa del siglo pasado han sido un sí­ntoma de la necesidad de un cambio de aires o de la necesidad de abrirle su propio espacio a una literatura que estuvo demasiado tiempo encerrada en la polí­tica y en los designios polí­ticos. Sacudirse esas rejas era necesario y se creyó que el emblema de dicha prisión era el autor de Taberna y otros lugares.
Dejar atrás los años 80 suponí­a dejar atrás a Roque Dalton. Para que el argumento del repudio funcionase era necesario caricaturizar la compleja y contradictoria obra del poeta y convertirlo a él en el rey de esa década trágica y convertirlo, además, en el único gran culpable de las limitaciones que vivió la lí­rica en ese tiempo. No puede negarse que algunas ideas del poeta y algunas zonas de su obra, mal interpretadas, pudieron influir en el horizonte de esa época, pero si no queremos hacer un análisis idealista (suponiendo que la fuerza de una sola voz logró imponer un mundo y un horizonte de existencia a toda una lí­rica), habrá que investigar las condiciones polí­ticas e ideológicas que durante los años del conflicto asfixiaron a la palabra poética. Conviene recordar que esta asfixia también contribuyó a la pésima recepción e interpretación de la obra compleja de Dalton.
Acabada la guerra, podí­amos haber propuesto interpretaciones más elaboradas de la obra del poeta, pero lo que muchos escritores jóvenes y ya no tan jóvenes decidieron entonces fue caricaturizarlo y convertirlo en el gran culpable, en el autor que le robó la voz a toda una generación de poetas, en el enemigo de la pluralidad, en el gran adversario de la subjetividad, en el cultivador de una sola temática. La emergencia de esa imagen quizás se debió al hartazgo de la polí­tica y a que los noventa fueron los años en que ciertas ideas posmodernas penetraron en nuestro medio cultural. Esa fue la época en que se puso de moda derribar los grandes mitos culturales de la izquierda; la época en que al cansancio de la polí­tica se sumaron las teorí­as que condenaban las relaciones del arte con la polí­tica; ese fue el tiempo en que se reconvení­a a los escritores para que separasen su lenguaje de los grandes panoramas y relatos históricos; fue la época en que proliferaron los libros, los ensayos, los artí­culos periodí­sticos que denunciaban como una asunción nefasta el compromiso de los intelectuales. Toda esta presión ideológica, que coincidió con el auge del neoliberalismo, creó las condiciones para que los poetas diesen la espalda a lo público y privatizasen su lí­rica de una forma muy determinada.
Es cierto que hubo revisiones serias de la obra y de la figura del poeta, pero estas se dieron principalmente en el mundo académico sin que alterasen las imágenes de Dalton que algunos escritores fabricaron con el objetivo de apartarse presuntamente de su camino para elegir otras sendas creativas.
Uno de los grandes malentendidos respecto a Roque es que se ha confundido su influencia moral e ideológica con su influencia literaria. Sí­, su ética influyó a muchos creadores, pero no cometamos el error de confundir el impacto moral de su figura con el impacto mucho menor que su poética ha tenido entre los lí­ricos salvadoreños de los últimos cuarenta años. Al contrario de lo que muchos creen, adoptarlo como modelo literario es difí­cil porque hay que dominar varios campos (la historia, el pensamiento, los debates ideológicos, el lenguaje de la vanguardia literaria, etcétera) y saber conjugarlos y trasladarlos con ironí­a al plano subjetivo del poema. Esta dificultad explica la poca influencia que en realidad han tenido el pensamiento estético y las poéticas de Roque Dalton. 41 años después de su muerte la comunidad literaria salvadoreña no ha sabido capitalizar todaví­a la herencia del poeta asesinado en Mayo de 1975, saqueándolo y traicionándolo con personalidad e inteligencia. 41 años después de su muerte, la comunidad de los poetas salvadoreños aun no dispone de una visión compleja de la poética y de la obra de Roque y sin ese cuadro de conjunto no es posible desarrollar un balance riguroso de las varias dimensiones y encrucijadas que encierra su obra. Ganarí­amos mucho, si al menos nos diéramos cuenta del lugar en el cual estamos ahora respecto a la clarificación y capitalización de su legado poético. Porque dicha sea la verdad, aun lo necesitamos para sacudirnos esa ingenuidad y fatuidad que hoy dominan nuestras cabezas. Y esto de ninguna manera supone que debamos imitarlo (ya lo dije, no es fácil). De lo que se trata es de alimentarnos con el legado de su lucidez y de su ironí­a, tomando conciencia de cuáles son los delicados y complejos destinos de la palabra poética en la que quizás sea la ciudad más violenta de la tierra.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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