Por Nelson López Rojas.
Hace años me reía de los chistes que se contaban de Calderón Sol o de George Bush, de su vocabulario, de su pronunciación, de la icónica foto falsa con el libro al revés. Yo les decía a mis amigos que él tenía a los estadounidenses contentos, pues se hicieron muchos chistes de él. Como aquel cuando entra G. W. Bush a una biblioteca y le dicen en voz alta a la bibliotecaria: “Me da una quesoburguesa con papas y una coca”. La bibliotecaria le reprocha diciéndole que es una biblioteca. A lo cual él responde susurrando: “Me da una quesoburguesa con papas y una coca”.
Pero eran chistes inofensivos.
Acabo de leer un artículo de Nate White, un escritor ingés de aguda pluma, en el que asegura que a los británicos no les hace gracia Donald Trump.
“Trump no tiene clase, ni carisma, ni humor”. Y eso es solo el comienzo de su desgarradora crítica. Según White, el presidente más polémico de los Estados Unidos carece de todo lo que los británicos consideran esencial: no tiene simpatía, ni elegancia, ni una pizca de humanidad. Y, por supuesto, su peor crimen, desde una perspectiva británica, es que ¡no sabe contar un chiste!
Es que en el Reino Unido el humor es una especie de arte refinado. Mis amigos de Londres cuentan sus chistes con una mezcla de ironía, sarcasmo y sutilezas que pueden dejarte riendo durante horas (y probablemente sintiéndote ligeramente más inteligente al final). Como cuando, en una tienda, mi interpretación de la palabra “pence” (centavos) y “pounds” (libras) generó tremenda confusión y risas al yo creer que un lapicero costaba £50 y no los 50p que la dependiente me pedía.
En cambio, Trump, según White, ni siquiera sabe qué es un chiste. Para él, lo que llama humor son comentarios groseros o insultos baratos, como cuando le ponía apodos a todos sus contrincantes políticos o como cuando denigraba a Rosie O’Donell llamándole “gorda”.
Pero no todo es un juego de palabras; la crítica va más allá del humor. Los británicos, como bien nos recuerda White, adoran a los “David”, los valientes underdogs (los que luchan contra viento y marea, no los matones). Y Trump, con su actitud de “soy el mejor, todos lo saben”, no podría estar más lejos de esa figura heroica que causa simpátía. Es más bien un “bully” de la escuela, el que le pega a los más débiles cuando ya están en el suelo.
¿Y qué decir de su intelecto? Para muchos, Trump es el as de los negocios y su inteligencia debe haberle ayudado a su éxito, pero para White, Trump es un ejemplo de la estupidez malvada. En pocas palabras, si Frankenstein hubiese intentado crear un monstruo con todas las características humanas negativas, habría creado a Trump. O sea, ni siquiera el mismísimo monstruo de la película lograría tener la misma combinación de mala intención, torpeza y maldad.
Y aquí es donde Latinoamérica mete la cuchara. Mientras los británicos se horrorizan por la falta de sensibilidad de Trump, en nuestra región tenemos una relación algo diferente con el humor. Los mexicanos se mofan de las amenazas de Trump y dicen que como el gringo no sabe pronunciar los nombres de todos los santos en las ciudades de California, a lo mejor las regresa a México. Aquí nos reímos de todo y de todos, es cierto, pero al mismo tiempo, no perdemos la capacidad de ayudar al desposeído. Si alguien se cae de una moto, nos reímos, pero le ayudamos a levantarse. La risa en Latinoamérica es una forma de resistencia, de resiliencia, y, a veces, de pura solidaridad. Es un humor que, aunque mordaz, no olvida el corazón.
Así que, mientras en el Reino Unido Trump no hace más que generar incomodidad por su falta de humor y por su comportamiento poco caballeroso, nosotros en América Latina seguimos riéndonos de todo y de todos, pero, al mismo tiempo, con una mano tendida hacia el más necesitado. Porque, a fin de cuentas, en Latinoamérica, a veces el mejor chiste es aquel que nos hace seguir adelante, juntos, aunque nos riamos de los presidentes que nos gobiernan, de los influencers ridículos, de las bailarinas descoordinadas en YouTube y de las absurdas tragedias que nos rodean tal cual Macondo de García Márquez.