lunes, 13 enero 2025
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Titanes en el Ring 

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"Vivíamos en el San Salvador de los setenta tan diferente al actual... tal vez porque aquel tiempo era lo único que teníamos y jamás pensamos que íbamos a crecer, la infancia cuando se vive jamás se acaba": Gabriel Otero

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Por Gabriel Otero


Debo admitirlo, la Momia de Titanes en el Ring me aterrorizaba. Tenía seis años cuando me hice amigo de Juan Carlos, mi vecino de toda la vida en la colonia Toluca, con él veíamos el programa de luchadores argentinos grabado en blanco y negro en el Luna Park de Buenos Aires y transmitido a América Latina. 

Era todo un espectáculo encabezado por Martín Karadagian, el luchador armenio y su troupe, en la emisión pasaban seis luchas en las que participaban personajes entre lo literario y la publicidad: Don Quijote y Sancho Panza y Yolanka, Gran Pan o STP; entre los técnicos y los considerados rudos: Caballero Rojo y Rubén Peucelle y Tufic Memet y Mercenario Joe. Todos tenían su canción antes de entrar al cuadrilátero, nuestras mentes de infantes captaban todos los detalles y los emulábamos en nuestros juegos de patio y parque. Estos no eran ni por asomo el Santo ni Blue Demon que peleaban contra brujas y extraterrestres rubios, Titanes en el Ring representaban lo palpable y lo real. 

Vivíamos en el San Salvador de los setenta tan diferente al actual, tal vez por la ingenuidad y lo pedestre, tal vez porque aquel tiempo era lo único que teníamos y jamás pensamos que íbamos a crecer, la infancia cuando se vive jamás se acaba.     

Decía don Juan Bautista, papá de Juan Carlos, que le causaba ternura el chelito que se asomaba tímido entre los crotos y luego se escondía. Cosas de la niñez, me costaba relacionarme hasta que me sobornaban con pan caliente con mantequilla y mermelada de fresa y café Listo a las cuatro de la tarde. Su casa fue mi casa todo el tiempo y creo que lo sigue siendo.

Titanes en el Ring irrumpió con vigor nuestra vida provinciana, y cuando la Momia aparecía en la pelea estelar, me daba tanto miedo el luchador sordomudo jalando aire por su boca entre las vendas que don Juan Bautista me tenía que acompañar a la esquina de mi casa, y yo entraba corriendo en el zaguán para guarecerme de esa visión monstruosa de un paladín que luchaba por la justicia y quería a los a niños muy tiernamente, según afirmaba su canción.

A Titanes en el Ring los vi en el antiguo centro de espectáculos del Poliedro del municipio Lourdes, departamento de La Libertad en El Salvador y fue el primer álbum de cromos que llené con fruición, los recuerdo con un cariño inmenso como el de aquel que contempla toda su vida satisfecho y nostálgico pero aún asustado de recordar a la Momia con sus brazos en equis.

Qué tiempos aquellos, se oyen lejanos, tanto que ocurrieron hace cincuenta años, uno como quien dice se vuelve antiguo, uno como quien dice ya creció.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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