En el mes de octubre pasado estuve por una semana en Taiwán. Fui invitado a formar parte de una delegación de periodistas internacionales para participar en los festejos del Aniversario de fundación de aquella pequeña e impresionante isla.
No niego mi cierto poco entusiasmo por aquella visita. Quizás mi razonamiento era más de orden histórico-ideológico. Taiwán ayudó al ejército salvadoreño durante la guerra civil, igualmente que después de la guerra apoyó al partido ARENA a ganar elecciones. Todos conocemos las formas en que partidos conservadores y derechistas de Centroamérica recibían de Taipei fondos con tal de ser reconocido diplomáticamente frente al reclamo de Pekín de sumar la “isla rebelde” a su gigante territorio.
El escándalo de los 15 millones de dólares por los que se acusó al fallecido ex presidente Francisco Flores, discípulo del expresidente taiwanés Chen Shui-bian, quien guarda prisión perpetua, fue parte de aquella corrutela, de la cual seguramente no se ha llegado a todos sus confines. Todo aquello me producía malos recuerdos y sabores.
No obstante, al llegar a Taiwán y conocer lo que hoy es esa pequeña isla súper poblada y con un territorio un poco mayor al de El Salvador, mi entusiasmo cambió positivamente.
Taiwán ha emprendido un ataque frontal contra la corrupción interna; sus formas de gobierno son cada vez más democráticas al estilo occidental. Pekín reclama el territorio como suyo, pero dudo que los taiwaneses deseen estar gobernados bajo la tutela de un solo partido político.
Lo que observé es una buena y efectiva organización socioeconómica. Vi modernidad y capacidad de gestión. Claro que el poco tiempo que permanecí en aquella isla no me permite tener un juicio a profundidad.
Pese a que Taiwán tiene una densidad de población que duplica la nuestra (668 hab./km²), no vi el desorden que prima en nuestro país. En una semana vi un solo choque de tránsito, pese a que hay miles de motos y bicicletas en las calles, túneles y paso a desniveles. Hay gran tráfico, pero nunca el desorden y la suciedad que prima en nuestras calles.
Me impresionó una cosa; creo que esto dice mucho de las prioridades que tiene una nación. Mientras nosotros nos debatimos en el mundillo miserable de las intrigas políticas, donde los liderazgos se dan zancadillas por detrás y por delante se abrazan, Taiwán quiere dar a sus jóvenes bienestar social. La presidenta Tsai Ing-wen en su informe a la nación el 10 de octubre dijo que los jóvenes al salir de la universidad, tienen que tener trabajo y vivienda, que era una prioridad del Estado. Para nosotros eso es hablar en “chino”.
Así que creo que los taiwaneses son laboriosos, respetuosos e inteligentes. Ojalá que la historia determine que este pueblo viva en paz y en independencia, y jamás vuelva la dictadura ni la corrupción del pasado reciente.