La previsible llegada por etapas de las 4.500.00 dosis compradas por Suiza a comienzos de agosto pasado de la segunda de las dos vacunas que se aprestan a salir al mercado ahora, fabricada por la empresa estadounidense Moderna, cuyos “ingredientes farmacéuticos activos” los produce la firma helvética Lonza, podría empezar a inicios de 2021. Con la debida celeridad, las autoridades sanitarias locales convocaron a un panel de 65 expertos, quienes acaban de formular sus recomendaciones generales para que una vacuna contra el coronavirus se ponga a disposición de la población.
Ante todo, el gobierno federal ya anticipó que no habrá obligatoriedad para vacunarse, en un país donde los sondeos muestran que la mitad de sus 8,5 millones de habitantes es favorable, y la otra mitad duda o es adversa, sin olvidar que los derechos individuales están garantizados constitucionalmente, no obstante una ley contra las epidemias anterior a la actual crisis sanitaria, que faculta al ejecutivo federal a imponer una vacunación. Pero emplear hipotéticamente la coerción legal para vacunarse chocaría con la imposibilidad actual de los laboratorios de asegurar que la inoculación de la vacuna producirá una duración determinada de la inmunidad, y que no existirán efectos secundarios nocivos a largo plazo.
Los 65 integrantes de panel establecen como condiciones primordiales que la vacuna sea eficaz en al menos un 50%, tras finalizar la denominada fase 3, una vez respetados tres meses de pruebas en treinta mil personas, habiendo demostrado que protege de la enfermedad. Los efectos secundarios desagradables tendrían que ser raros o escasos y los riesgos detectables. Estos especialistas agregan que la vacunación debería ser de distribución gratuita, con cargo a las arcas del Estado. Ello quizá necesitaría una medida del gobierno federal suizo, pues elude la metodología en vigor para reembolsar medicamentos, todos mediante prescripción médica individual, bajo responsabilidad de las compañías de seguros de salud, que son privadas, a las cuales cotiza la población para tener cobertura sanitaria.
De momento hay más de once vacunas que van a irrumpir en el mercado, tal vez antes de finalizar diciembre de 2020, proyectadas en China, Rusia, India, America y Europa, si los “resultados intermediarios” de eficacia superiores al 90% para las dos primeras de ellas, la antes mencionada de Moderna-Lonza, precedida días antes por la de Pfizer-BioNTech, ambas piloteadas por emigrantes que terminaron trabajando en Europa Occidental y Estados Unidos, se confirman y extienden a las demás de manera equivalente. Todas las vacunas persiguen el mismo objetivo: provocar una reacción inmunitaria en la persona contra la proteína Spike, situada en la superficie del virus, que le sirve de contraseña para acceder a infectar las células del organismo.
A continuación cada una de las vacunas deberán esperar la imprescindible verificación por parte de las autoridades de los países que las comercializaran. En ese contexto se subraya que para alcanzar credibilidad mundial, les será probablemente importante conseguir la homologación de la Food and Drug Aministration (FDA), de Estados Unidos, y de la Agence européenne du médicament (AEM), de la Unión Europea, tramite que han esquivado Rusia y China. En cualquier caso, las vacunas que se homologuen y empiecen a aplicarse, deberían entrar automáticamente en una fase 4, sometidas a los reflectores de una farmacovigilancia a definir vía protocolos específicos, que consiste en un minucioso seguimiento para eventualmente detectar efectos secundarios graves o inesperados en los vacunados, susceptibles de hasta incluso frenar su inyección en las personas.
A estas once vacunas en ruta hacia la rápida protección masiva de los habitantes del planeta, se suma, entre otros, un proyecto enteramente suizo, del laboratorio RocketVax, en Basilea, que debería finalizarse para mediados de 2021. El experimento se basa en un ADN sintético del Covid 19, para concebir un virus artificial, utilizado posteriormente para gestar la vacuna. La protección que generaría sería superior a un año, o más, y no tendría efectos secundarios. De resultar aceptada por los órganos competentes de control, este modelo totalmente suizo podría compensar la insuficiente cantidad de 4.500.000 dosis que aportaran al país la adquisición anteriormente consignada respecto a Moderna y Lonza, pues de esta se necesitaran dos inoculaciones por persona, alcanzando solo para 2.225.000 habitantes, de los 8.500.000 que cuenta la población helvética.
Cabe añadir que Suiza informó a mediados de agosto pasado que incorporaba a su dispositivo la compra de 200 mil dosis de una “terapia innovante” para erradicar el coronavirus denominada DARPins, remedio imaginado por la compañía local Moleculars Partners, vinculada a la Universidad de Zurich, reservándose el gobierno el derecho de procurarse 3 millones de dosis complementarias. El medicamento en curso de desarrollo, tendría efectos rápidos, una larga vida y no necesita múltiples aplicaciones. Lo constituyen moléculas sintéticas elucubradas en laboratorio, con el objeto de impedir que ciertas proteínas dañinas del virus se adosen a células sanas del paciente y así lo infecten.
Al margen que las vacunas destinadas a preservar la buena salud a las personas son imprescindibles para frenar la expansión del virus que ha costado 1.300.000 victimas y 54 millones de contaminados en el planeta, conviene traer de paso a colación el agravante que urge la venida de las esperadas vacunas, porque para colmo de males, algunos de los medicamentos antivirales que se han venido recetando a los enfermos de Covid-19, han resultado ineficaces, están siendo cuestionados, o se hayan envueltos en polémicas. Es lo que viene sucediendo con el Kaletram, el Remdesivir y la Hidroxicloroquina. El primero, inicialmente empleado contra el VIH, se reveló inútil para pacientes aquejados gravemente por la presente crisis sanitaria. El segundo, por el que apostó la Unión Europea, adquiriendo mil millones de dosis, acaba de ser desaconsejado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El tercero, que tampoco encontró apoyo de la OMS, es sin embargo defendido por el profesor francés, Didier Raoult, microbiologo e infeccionólogo, quien lo usa en el Instituto Hospitalario y Universitario de Marsella (IHU), del cual es director, especialmente desde las fases tempranas de los síntomas. La experiencia arroja cifras alentadoras difundidas por el IHU. Sobre un total de 15.000 pacientes, en la primera ola europea (o primera epidemia), la mortalidad fue de 0,5 %, y en esta segunda ola europea (o segunda epidemia, frente a una variante del virus precedente todavía en proceso de mutación), de 0,06%; al cabo de 350.000 test, realizados a 250 mil personas. Sería conjeturalmente la excepción que confirma la regla.