En Una nota explicativa, con la que inicia el opúsculo como Castañeda lo califica, asegura que “siempre he pensado que el papel de los llamados “˜intelectuales”™ en la gesta política consiste en proponer ideas para armar un programa. Lo hice con Vicente Fox, trabajando directamente en su campaña; entre 2009 y 2012, con Héctor Aguilar Camín al publicar tres textos cortos de corte programático dirigidos a quien se pusiera el saco. Lo hago ahora de nuevo, en parte con Aguilar Camín, a quien agradezco la autorización de reproducir largas citas de sus diversos ensayos”¦”.
El texto tiene tres partes. La primera es una crítica demoledora al gobierno actual en el tiempo que lleva. Faltan todavía tres años. En su versión “la mancuerna mortal de corrupción y violaciones a los derechos humanos, unida por el pecado mayor de la impunidad, hundió al sexenio de Peña Nieto”. Y añade que las reformas, “muchas de ellas necesarias, virtuosas, productivas a mediano plazo”, quedaron opacadas por hechos asociados a la corrupción como la Casa Blanca, Malinalco y el tren chino, pero también por eventos relacionados con la violación a los derechos humanos como Ayotzinapa, Apatzingán, Tlatlaya y Tanhuato. En su versión en los primeros tres años el presidente agotó su proyecto y ya no tiene nada relevante que ofrecer en lo que queda de su mandato.
En la segunda parte presenta lo que piensa son los puntos medulares de una agenda ciudadana. Están relacionados con la corrupción, la violación de los derechos humanos, la reforma del sistema de partidos y de representación, la defensa de las minorías y “la desdichada mayoría compuesta por los consumidores mexicanos”. En su versión sólo una candidatura apartidista puede hacer suyas estas demandas. Una agenda ciudadana debe hacerse cargo de los temas que también asumen los partidos como el crecimiento económico, la salud, la educación y combate a la pobreza, pero en el texto hace “hincapié en lo que no se menciona tanto, o en lo que se dice pero no se hace, y no se hará, si todo queda en manos de los partidos”.
La tercera parte sostiene que los cambios que México necesita solo los puede realizar “un gobierno exterior a la partidocracia, que nazca de fuera de los partidos, que como fuerza externa al sistema lo obligue a transformarse”. Ese gobierno añade, solo “puede provenir exclusivamente de una candidatura independiente a la presidencia, única y con un programa, con un equipo de campaña y de un gobierno, y una planilla de candidatos independientes que la acompañen”.
En el Epílogo afirma que ahora “la única incógnita yace en la sucesión”. Quedan dos posibilidades: seguir por el sendero de lo conocido a pesar de que ya sabemos que el resultado es “magro crecimiento, salarios raquíticos, masificación de la informalidad, corrupción continua, violación lacerante de los derechos humanos, una sociedad civil poco y mal organizada”. Eso supone “el triunfo y la ratificación de la partidocracia, y la permanencia en el poder de la mediocridad. No es el fin del mundo, pero tampoco el paraíso”. Y la otra opción es que el descontento popular contra los partidos tradicionales se organice electoralmente y conduzca “en el mejor de los casos a la victoria del outsider” que provoque “una potente sacudida del statu quo, una revolución dentro de los partidos, una actualización radical del sistema político a través de la derrota parcial o completa de la estructura partidista tradicional”.
El análisis que Castañeda hace del gobierno, la agenda que propone debe impulsar un candidato independiente y la afirmación de que solo uno así puede realizar los cambios que requiere el país son posturas polémicas. Me ha tocado platicar con personas que se identifican con estos planteamientos, pero también con otras que consideran es una posición esquemática. Sé que Castañeda siempre está abierto al debate y eso es lo que ocurre en las presentaciones que ahora realiza por el país.