jueves, 25 abril 2024
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Sobre lecturas arduas

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Estoy en un cí­rculo virtual de lectores, un reto de lecturas que mes tras mes debemos presentar a los demás participantes, con los cuales intercambiamos ideas, párrafos de los libros leí­dos y opiniones. Uno de los retos era “leer un libro que no habí­as terminado” y siendo sinceros, hay un libro que no he podido terminar desde que lo inicié y es “Una cuestión personal”, de Kenzaburo Oé. Es una gran novela, pero siempre se me ha dificultado terminar, a pesar de no tener una gran extensión, pues, como se sabe, no es lo mismo leer un libro de gran longitud que un libro difí­cil.

Pues bien, tomé el libro de marras y, pensando que era perfecto para el reto de ese mes, reinicié su lectura. A los cinco dí­as volvió a la estanterí­a. Como me ha pasado las veces anteriores, no pude continuar con su lectura. Y ‒entre la decepción que me produjo volver a no poderlo terminar‒ me puse a reflexionar, ¿por qué hay libros que no podemos finalizarlos? ¿Por qué hay obras que nos resultan tan difí­ciles de leer, que nos cuesta llegar a su última página o de plano desistimos de su lectura?

Las razones son variopintas. Algunas ocasiones decidimos leer una novela breve porque pensamos ilusamente que será fácil y nos sorprendemos al no terminarla, ya que nos resultó aburrida, de texto moroso o porque las expectativas que tení­amos al iniciar su lectura eran diferentes. De igual manera, encontramos libros que realmente son difí­ciles: las historias se entremezclan a lo largo de la obra, la argumentación es exasperante, la misma temática puede ser complicada. De cualquier forma seguimos en la nuestra y le hincamos el diente al libro, a ver si esta vez podemos con él.

Quienes disfrutan del placer de la lectura sabrán que existen innumerables listados literarios: Los 100 mejores libros de la literatura; las 10 obras que debes leer, al menos, una vez en tu vida; las 20 mejores novelas policí­acas. De igual manera, también existen listas de los libros más complicados para leer. Le dificultad de estas obras literarias radica en que poseen lí­neas narrativas desconectadas, tienen múltiples personajes, hay una complejidad en las tramas, usan lenguaje poco común, poseen densidad conceptual y, en algunos casos son de gran extensión. En estas enumeraciones encontramos libros como La Broma Infinita, de David Foster Wallace; Ulises, de James Joyce; Cien años de Soledad, de Garcí­a Márquez y El Lobo Estepario, de Herman Hesse.

Quienes hayan leí­do éstos y otros libros similares sabrán que sí­ tienen un grado de dificultad que hace compleja su lectura. Y, siendo sinceros, hoy que vivimos en la época de la fugacidad y del consumo de información hiperbreve y desconectada, leer un libro de más de 800 páginas como Moby Dick, requiere de un esfuerzo tenaz de tiempo, disciplina y concentración.

En el grupo virtual de lectores del que hablé antes lanzaron la pregunta de cuál fue el primer libro que leí­mos cuando pequeños y se hací­a la diferencia entre los que leí­mos por obligación en el colegio y los que leí­mos por placer. Creo que ese es el desafí­o de los sistemas escolares: Cómo crear programas de literatura que encuentren el equilibrio entre el deber y el placer. Porque finalmente, leer es una actividad placentera. Los libros son vehí­culos que, si sabemos manejar bien, nos llevarán a mundos maravillosos, a historias fascinantes y a experiencias transformadoras.

Llegados a este punto, creo que si uno lee por placer tiene el soberano derecho de dejar de leer un libro que no lo atrape. Y así­ como personas, hay opiniones y lo que para uno puede ser un gran libro, para otro puede no serlo. Ya lo dijo el filósofo Arthur Schopenhauer: “La vida es demasiado corta para leer malos libros”. Y si es muy corta, no vale la pena dedicarla a actividades que no nos motivan. Así­ que si después de 10 o 20 páginas uno no se siente enganchado a una historia, no siente esa especie de hipnosis que se da al leer un buen libro, lo mejor es dejarlo y pasar a otra lectura. No pasa nada, solo hay que seguir buscando los libros que a uno lo seduzcan y lo inciten a seguir leyendo.

Yo, por de pronto, espero retomar el libro de Oé y volverlo a poner en mi librera una vez lo haya finalizado. A ver cómo me va.

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Manuel Vicente Henríquez
Manuel Vicente Henríquez
Columnista de ContraPunto https://twitter.com/Pregonero_SV

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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