Desde una perspectiva poética, los términos científicos cobran un giro radical. La filosofía define la sabiduría (sophos) del amigo (philos) a desglosar en seguida. Igualmente sucede con la referencia al pasado, la cual no la monopoliza la historia. Al carácter particular y concreto de la historia —"mi alumno-amigo-colega Luis Borja (1985-2021) murió de Covid-19 el 3 de marzo de 2021"— la poética añade la abstracción de lo general: "muchos murieron de Covid-19/el prototipo del enfermo es…", sin especificar lugar, fecha ni persona. Esta doble distinción se vincula con la rima que asocia el concepto mismo de poética al de ética. "No matarás": "Honrarás a los Muertos".
La poética no habla de hechos precisos —siempre traducidos en palabras. A la vez, refiere ideales o axiomas, tal cual un mandamiento o un proyecto político a realizar. Por un doble sentido de la misma voz, la objetividad depende del objetivo selecto. Además, una confusión entre los datos y el formato le impone una rectilínea al reporte científico. Se imagina como estilo único de presentación. Ese formato lineal dicta el ideal del uniforme, mientras la poética no sólo reclama revelar los fracasos de la experiencia. Sin desdén, da cuenta de los experimentos fallidos de todo análisis científico progresivo y de las acciones políticas sin resultado. También, la poética exige escribir a manera de chispazos, cual estallido del morro. En erupción volcánica, actúa según un trayecto tan sesgado como el descenso ondulado de la lava hacia los valles aledaños.
En esta complejidad, rememoro el legado ensayístico —es decir, poético del amigo (philos)— cuya escritura se dispersa en fragmentos encendidos de piedra. Su poética se esparce en fuga de estrella. La deuda con lo general la recaba de la literatura. Luis Borja verifica la división paradójica entre la historia social y la artística. Mientras la primera se dedica a condenar los actos militares y dictatoriales del pasado, la segunda se arraiga en su legado cultural en alabanza. No en vano, ausente hoy en día, desde mayo de 1932, el "Boletín de la Biblioteca Nacional" declara cómo la censura de prensa dictatorial convive con la apertura artística a autores canonizados, emblemas del presente. Por una unión de los opuestos, el hecho de la historia lo completa el cohecho de la poética. Al incluir a personalidades tan célebres como Pedro Geoffroy Rivas, Amparo Casamalhuapa, etc., la condena actual de la política martinista culmina en la celebración cultural del mismo régimen. La izquierda intelectual cumple el postulado de "honrarás a tu padre y madre", así como olvida la osamenta silenciosa: el "Umit" de Luis Borja. Los fundadores del canon cultural salvadoreño logran su cometido gracias al apoyo estatal. En plena democracia, este patrocinio ya no existe. A la. lectura incrédula le corresponde indagar la ausencia de un Boletín semejante en la Biblioteca Nacional.
La documentación demuestra cómo el presente inventa el pasado a su beneficio político. A la unión de los contarios —reproche político y elogio cultural del martinato—le prosigue otra paradoja. El 32 no sucede en 1932, ya que la historia suele reducir ese año al mes de enero y eliminar toda referencia a las "actividades literarias del año de 1932" (JF Toruño, "Boletín", 1934). La consciencia intelectual del pasado discrepa con la del presente. De igual manera, nuestra percepción del Covid-19 deberá ignorarla el futuro para adecuar esta época sombría a su objetivo oficial de renovación.
Para rematar, en historiografía desdeñada, las letras registran la larga dimensión de la violencia de género. Transcriben símbolos arquetípicos del masculinismo. La llamada ficción rescata una arista de lo social que la historia convencional considera tabú. Esta arista califica como sexualidad violenta en su disparidad de clase, género, etnia y raza. Basta leer "Agar o la venganza de la esclava" de Francisco Gavidia y "Otra más…" de Roberto Suárez Fiallos —publicados en el "Boletín de la Biblioteca Nacional", mayo y junio de 1932 respectivamente— para certificar esta disparidad entre la historia y la poética. Ambos relatos transcriben la relación dispar entre un hombre blanco poderoso con una mujer negra o indígena campesina. Certifican el olvido de la historia convencional. Ese encuentro jerárquico sucede antes de acuñar el concepto jurídico de acoso sexual, hacia la década de los setenta del siglo pasado.
En este entronque entre la poética y la filosofía rindo homenaje al amigo (philos) Luis Borja. Asumo que la historia es un responso. En el discurso coral que los vivos elaboramos sobre la Muerte —po-Ética de la historia— siempre seleccionamos a quien honrar (poetas, artistas…), a quien condenar (militares…) y a quien olvidar (mujer afro-descendiente, objeto del deseo viril…). Por mi parte, realzo el legado de quien fue mi estudiante, colega y amigo. Ofrezco un réquiem y epitafio fúnebre a su herencia en flor (Anthos).