Para quienes le conocieron, Rutilio Grande era un hombre humano conciliador y cercano al pueblo. Nacido el 5 de julio de 1928 en El Paisnal, San Salvador, se caracterizó por su labor pastoral enfocada en la creación de comunidades “comprometidas” desde las que enseñó no solo el evangelio, sino que habló a los pobres por primera vez sobre sus derechos como trabajadores.
Esta visión pionera de educación integral en derechos humanos se enmarcó en la efervescencia de un conflicto social que marcaría la historia de El Salvador.
“Era un pastor muy sencillo, muy cercano al pueblo. Y sobre todo muy presente. No se quedaba en su parroquia sino que le gustaba muchísimo ir a visitar comunidades y a las familias. Ahí se encontraba él, diríamos, como en su casa. Y todos se sentían con él como en casa. Ese era Rutilio”, relata el padre jesuita Vicente Espinoza.
Grande se encargó de la parroquia del Señor de las Misericordias de Aguilares desde septiembre de 1972. Desde su llegada realizó un trabajo pastoral extenso, ahí creó permanentemente Comunidades Eclesiales de Base y “fue muy querido entre los campesinos”.
Según Espinoza, lo otro que reflejaba Rutilio -aunque con reserva- era el dolor que llevaba por dentro al ver el sufrimiento del pueblo ante las violaciones que llevaban a cabo las fuerzas del orden y particularmente “las injusticias, las violaciones del derecho laboral, las amenazas”.
En una publicación de la Revista Latinoamericana de Teología, el sacerdote jesuita Jon Sobrino recuerda “la profecía” de Rutilio Grande. “Ay de ustedes que se dicen católicos del diente al labio, y por dentro son inmundicia de maldad. Son Caínes que crucifican al Señor, cuando camina con el nombre de Toño, de Licha, del humilde trabajador del campo”.
De acuerdo con Sobrino, esta profecía sigue siendo absolutamente necesaria, pues sigue “campante la injusticia, la corrupción, la impunidad… producen pobreza, desempleo, violencia, muerte, tener que abandonar el país… generan miedo, desesperanza… y exigen una Iglesia de la denuncia para defender a las mayorías, víctimas de un sistema criminal”.
La labor pastoral en de Rutilio, coincide con un momento de convulsión social. Tiempo después de su asesinato la efervescencia de las injusticias desencadenó en años de lucha y confrontación.
La estructura económica profundizaba la inequidad en El Salvador. Por muchos años fue un país dependiente de la agroexportación principalmente de café, azúcar y algodón. A pesar del constante crecimiento económico que alcanzó un 5.2 % entre los años sesenta y setenta, el empobrecimiento y las precarias condiciones laborales y explotación asediaban a la mayoría de población.
La socióloga, Gabriela Mena, indica que fue esta coyuntura la que coincidió con una nueva corriente en la iglesia latinoamericana. “Rutilio también impulsó la creación de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBS) en El Salvador, consideradas además uno de los aportes más significativos de la Iglesia latinoamericana a la Iglesia mundial por la idea del compromiso en la transformación del mundo en que se desarrollan”, explica.
Esta nueva dinámica, planteaba que el pobre y creyente reflexiona en la comunidad lo que siente en sus propias carnes: las consecuencias de las estructuras injustas, y además impulsaba una transformación radical de las personas.
“Promovió toda la dinámica de los delegados de la palabra, para crear comunidades vivas que vivan la palabra, la mantengan y se comuniquen a través de estos delegados. A través de esa dinámica Rutilio quería que el pueblo viviera su propia identidad cristiana. Que no la disociaran de la realidad que estaban viviendo”, relata Espinoza en una homilía sobre el papel de Rutilio.
Como expresan quienes le conocieron y convivieron él, el sacerdote aspiraba a formar comunidades que sepan vivir el evangelio alegremente, proclamarlo para que puedan ver y denunciar la realidad.
La iglesia católica ha indicado que espera una pronta beatificación de Rutilio, quien fue asesinado en 1977 por el Ejército a las puertas de la guerra civil (1980-1992). También se sabe que Grande inspiró a monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien después de su partida optó por seguir sus pasos y abanderó la lucha por los pobres, por los humildes. Ambos fueron pioneros en la lucha por el respeto a los derechos laborales y humanos en El Salvador