Por Horacio Castellanos Moya*
No es de extrañar que la mayor parte de la correspondencia que se conserva de Dalton sea la que dirigió a su madre durante sus viajes y sus exilios (y que ella conservó como un preciado tesoro); por eso tampoco es de extrañar que en el último periodo de su vida, cuando se convirtió en el guerrillero clandestino, su madre permaneciera como una preocupación permanente: en cada una de las nueve cartas que Miguel (el nombre clandestino de Roque) le envía a Ana, su esposa, se refiere a María, su madre, y en específico al viaje que ésta se proponía hacer a La Habana para visitar a su hijo, su nuera y a sus nietos.
Así comienza la carta del 22 de mayo:
«Querida Ana:
«Antes que nada un saludo para ti, para tu esposo y para los tres muchachos. Siempre se les recuerda con el mayor cariño. Y si se les escribe poco es por las circunstancias que comprenderán.
«Yo estoy bien, trabajando mucho y ampliando las posibilidades de la empresa lo más posible.
«Voy a puntualizarte los asuntos de mayor urgencia:
«1.- Hablé con mi señora [su madre]. Ella estaría dispuesta a hacer el viaje de todas maneras pero consideramos que lo mejor sería que fuera entre septiembre y octubre por razones de clima y más desahogo de huéspedes en esa. Lo más probable es que viajaría también la otra señora de tu familia y por ello se lograría una gestión para obviar las dificultades del regreso por la vía más cómoda».
Leer ese «hablé con mi señora» me cimbró. ¿Cómo habló con ella, personalmente o por teléfono? ¿Se atrevió a abordarla en la calle o llegó a la tienda La Royal haciéndose pasar por un cliente cualquiera, con su nuevo rostro y su nueva identidad, violando las más elementales normas de seguridad? ¿O la llamó desde un teléfono público haciéndole creer que la llamaba desde el extranjero? ¿No estaba el teléfono de María permanentemente intervenido por el régimen militar? Lo cierto es que habló con ella y que trataron el plan para una nueva visita de María a la Habana, en esta ocasión junto a la madre de Aída, Carmen.
Si en mayo Miguel escribe que había hablado con su madre, en agosto dice que le ha escrito una carta, en la que le ha dado explicaciones sobre cómo resolver los problemas del próximo viaje a La Habana; también dice que doña María «está muy bien y lo estimula mucho», aunque enseguida aclara que «de salud yo no la veo nada bien». Los problemas a los que se refiere al final de la misiva se reducían a que Carmen, la madre de Aída, fuera a descubrir que Dalton estaba clandestino en El Salvador y se lo comentara a su hermano, el ex diputado del régimen militar.
La correspondencia entre Miguel y Ana da un vuelco a finales de agosto de 1974. Dalton ha salido de El Salvador por primera vez en nueve meses. La carta está fechada el 29 de agosto, escrita a mano, en tres hojas de papel membretado del Hotel Isabel (ubicado en la calle Isabel La Católica 63, en el centro de la Ciudad de México), con la agitación de quien acaba de salir a la luz luego de un encierro prolongado. Tras un efusivo saludo («Queridísima Ana: Queridísimos cipotes»), explica que está en México «por razones de trabajo», que «adelanta estas letras apresuradas para cosas urgentes», que pronto escribirá con largueza y que permanecerá en esa ciudad hasta el 15 de septiembre «y tal vez un poquito más». Pese a que la carta está suscrita por Miguel, Dalton se salta las convenciones de enmascaramiento y menciona sus libros y sus editores por sus nombres reales; también se refiere a «Jesús», el cubano que seguramente era el enlace con la embajada, gracias a quien la correspondencia correría por vía de la valija diplomática. Luego de pedir información sobre un problema entre Aída y militantes del ERP que llegaron a La Habana y sobre el estado de sus libros, Miguel retoma el tema del viaje a Cuba de su madre y de su ex suegra: «Con mi mamá quedamos en que yo te escribiría de aquí y que a tu vez tú le avisarías que yo ya regresé a La Habana. Ellas seguirán su trámite de viaje por México por las dudas. Si llegan la onda sería decirles que yo las esperé todo lo que pude y tuve que regresar a V.Nam. Te enviaré cartas para que se las entregues al llegar ella a La Habana y yo le escribiré desde aquí diciéndole que estoy en La Habana por unos días y que se apuren si quieren verme, etc. Sería bueno que hablaras por teléfono a tu mamá para ver cómo están las cosas y le dices que yo ya llegué allí o estoy por llegar (quizá mejor esto). Y así se entienden de una vez. Asimismo puedes pensar en la vía de Panamá. No sé cuando se iniciarán los vuelos, pero la cosa allí puede ser interesante. Avísame».
Lo primero que destaca es que Dalton ya se ha puesto de acuerdo con su madre sobre cómo tratar el hecho de que él no estará en La Habana cuando ambas señoras lleguen, pero lo que le preocupa es lo que pueda pensar Carmen, la madre de Aída, a quien le parecerá muy raro que su ex yerno no esté a la vista y que ni siquiera se le pueda contactar telefónicamente. Dalton teme que la cobertura de Vietnam colapse y Carmen termine sospechando que realmente se encuentra metido en la guerrilla salvadoreña, tal como sucedía.
En su carta de respuesta, fechada en septiembre, pero con el día tachado, Ana lo tranquiliza: «En cuanto a las recomendaciones que me haces para cuando vengan las señoras madres será así como me indicas, pienso llamarlas por teléfono la próxima semana para (que) viajen ya en el próximo mes o a fines de este. La vía Panamá todavía no se cuenta con ella, así es que todo se arreglaría por México , no te imaginas las inmensas ganas que tenemos de verlas a las dos. Ojalá todo les salga bien y podamos dentro de poco gozar de tan querida presencia».
Los preparativos de esas coartadas, sin embargo, no sirvieron de nada: Dalton regresa de México a El Salvador a incorporarse a su trabajo clandestino sin que el viaje de las «señoras madres» María y Carmen se haya producido. Algo, que no está registrado en las cartas, ha fallado. Transcurren octubre, noviembre y la mayor parte de diciembre sin correspondencia y, por lo mismo, sin noticias del viaje. Dalton cumple un año de vivir clandestinamente en su país y, tal como se desprende de la siguiente carta, ha permanecido en comunicación con su madre. La misiva de Miguel está fechada el 23 de diciembre, aunque Ana la recibió hasta el 18 de enero ““según el registro manuscrito a un costado”“, y sobre el viaje de las señora dice: «Salen el día 3 y tienen el proyecto de estar tres meses allí. Esto tiene para mí la dificultad que supones: tu señora verá raro mi problema. Creo que lo mejor es decir que yo estuve, no pude esperar más y me fui. Con mi señora he hablado esto y lo que haremos es escribirle, etc. Te envío la primera carta. En esto tú y los muchachos deberán tener los cuidados necesarios. Por un momento se dio la posibilidad de que yo cayera por allí mientras ellas estaban, pero por ahora eso se ha descartado, aunque si hay un chance se trataría de hacer y matar varios pájaros de un tiro. Difícil, por el trabajo intenso, pero a lo mejor. Mientras tanto hay que partir del hecho de que yo estuve y me fui y que no podré regresar en el tiempo en que ellas están, por razones de mi trabajo y que el plan sería que mi señora volviera un año después para vernos, etc. Deben de ver que no se vayan a desesperar y que si han decidido tres meses que en eso queden para no andar cambiando los planes. Se podría aprovechar para que mi señora se hiciera un buen chequeo, sobre todo del corazón y las vías respiratorias. Por favor se lo pides a Gui».
La última carta enviada por Miguel que se conserva en los archivos de la familia Dalton está fechada el 5 de enero de 1975, dos días después de la supuesta partida de las señoras, y en ella el autor da por un hecho que Ana ha recibido la anterior misiva y por ello se limita a decir: «Ya te adelanté sobre el viaje de mi señora». Pero Aída no recibe la carta hasta el 18 de enero, como hemos visto, y responde tres días más tarde, con evidente preocupación, en la que será la última carta de la carpeta: «En cuanto a las señoras te diré que estoy tremendamente preocupada pues hasta la fecha no han aparecido, hace como diez días hablé por teléfono con la hermana de mi madrina y me dice que están trabadas con los trámites ».
María y Carmen llegaron finalmente a La Habana en los últimos días de enero, según me refirió Aída en una de las sobremesas. Ella y los tres chicos siguieron el guión según el cual su padre estaba en Vietnam. Hasta dónde lograron engañar a la abuela Carmen es algo que no le pregunté a Aída, pero Juan José Dalton me asegura que Carmen nunca sospechó de la estratagema y que no se enteró de que Dalton estaba en El Salvador sino hasta que se dio a conocer públicamente su asesinato; también reconfirma que su abuela María «sí vio a mi papá en la clandestinidad». Las ex consuegras permanecieron en Cuba con Aída y sus nietos un poco más de tres meses. Salieron hacia San Salvador a través de México en los primeros días de mayo, tal como se desprende de un recibo oficial del consulado mexicano en Cuba, fechado el 30 de abril y que dice: «Recibí de María García Medrano, autorizado por el Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, la cantidad de 100 pesos. Cuenta de aplicación: FM6. Concepto: Ley de impuesto de migración». No es una exageración afirmar que María llegó a San Salvador en momentos en que la conspiración para matar a Dalton estaba a punto de culminar; tampoco es una exageración suponer que ella llegó con la ilusión de que ese 10 de mayo, Día de la Madre, su único hijo la contactara, con la ilusión de poder hablar con él luego de tres meses de silencio (llamarla desde San Salvador a La Habana para Dalton hubiese sido mortal en sus condiciones). ¿Habrá sentido ella en su corazón que el silencio de su hijo ese 10 de mayo era el silencio de la muerte, que mientras ella esperaba su aparición, o su llamada, sus camaradas lo estaban ejecutando?
*Este es un fragmento del artículo original. Puede consultarlo aquí.