En mayo se cumplen 84 años del nacimiento de Roque Dalton y 44 de su cobarde asesinato. Ningún otro poeta salvadoreño, vivo o muerto, genera tanto morbo como Dalton, y no es de menos, pues con justicia es considerado como uno de los grandes poetas salvadoreños del siglo XX. Su vida y su obra pueden verse en varias claves: la literaria, la política, la militar, la vital; y dentro de cada una de esas claves hay pequeños submundos o microcosmos que a su vez tienen muchas derivaciones, ramificaciones, vertientes. En el plano poético, Dalton fue Nerudiano, luego se pasó a la familia de Vallejo, con éxito transitó por el surrealismo, se montó en la ola generacional latinoamericana de la poesía de emergencia y finalmente unificó palabra y ejemplo hasta llegar a las últimas consecuencias.
Roque vivió, bebió, bailó, ganó premios internacionales de poesía, viajó, escribió libros memorables, se ganó el respeto de sus contemporáneos y de generaciones subsiguientes, escribió una novela, ensayos políticos, dramaturgia, etc. Todo esto lo logró a menos de cuatro días de cumplir sus cuarenta años. Pocos poetas salvadoreños, ya sean de esos que llaman «consagrados», contemporáneos o jóvenes, pueden presumir de tales logros a tan corta edad, por lo que Roque se constituye un caso aparte dentro de nuestra historiografía literaria. A cuarenta y cuatro años de su asesinato, y más allá de la siempre infaltable exigencia a sus asesinos para que confiesen adónde están enterrados sus restos, Roque está más vivo, más indócil que nunca, porque a su ya famosa leyenda ahora se le van sumando estudios serios sobre su poesía. Los libros Las brújulas de Roque Dalton, de Luis Melgar Brizuela; y Roque Dalton: la radicalización de las vanguardias, de Luis Alvarenga, se constituyen en pilares fundamentales sobre los cuales se puede iniciar una discusión seria sobre una obra que es tan polifacética como polémica. Mucho se ha escrito sobre la poesía de Roque y sobre Roque mismo, pero muy poco con suficiente claridad y profundidad como para generar luces sobre esa gran ruleta rusa que es su poesía. Más allá de los ensayos de James Iffland sobre el humor, de Rafael Lara Martínez sobre la invención literaria de Roque, de Rafael Menjívar Ochoa sobre el «apologismo póstumo», y de una gran cantidad de artículos y comentarios que se centran más en la leyenda que en la obra, los estudios de Luis Melgar Brizuela y de Luis Alvarenga son los verdaderos interlocutores de una discusión que tienda a edificar la crítica objetiva sobre la totalidad de la obra poética de Dalton. Sobre estos pilares faltaría edificar estudios más profundos sobre la utilización del humor, sobre la influencia de los poetas franceses, sobre su poesía con matices surrealistas, sobre su poesía amorosa, etc.
Las publicaciones recientes que han habido, como los títulos del Ministerio de Educación (Para ascender al alba, antología poética; Pobrecito poeta que era yo, novela) y las antologías temáticas de Editorial Cinco (Hace frío sin ti, País mío vení), son otros ejemplos de lo indócil de Dalton y su obra, y es que después de cuarenta y cuatro años, por fin empezamos a colocar la obra de Dalton en su justa dimensión, sin los pasionismos propios de la leyenda, sin los endiosamientos de unos y la utilización como bandera de otros, simplemente como una de las mejores obras poéticas salvadoreñas del siglo XX, pero también con sus aciertos y desaciertos, con sus grandes elevaciones y sus caídas, con sus luces y sus sombras. A pesar de todo, Dalton sigue y seguirá siendo uno de los puntos más altos de la poesía salvadoreña, pero con el valor agregado que ahora tenemos referencias puntuales que junto a futuros estudios, colocarán la obra poética de Dalton en su justa dimensión.