Roberto Franco, titiritero salvadoreño desaparecido un 23 de noviembre de 1983, difícil de olvidar esa fecha porque mientras a Franco lo conducían al peor de los destino, junto a 2 compañeros del bachillerato en artes (CENAR), nos llevaban al centro penal La Esperanza, en Mariona, Mejicanos. A Roberto lo conocí mientras estudiaba Teatro en el CENAR, nuestros primeros encuentros fueron tirantes, los títeres nos convirtieron en enemigos.
Franco era un titiritero fogueado y yo apenas comenzaba a crear y manejarlos. Yo cargaba dos muñecos guiñol y de varillas, una mezcla abrupta de las que Franco al verlo se reía. A mis 15 años la afrenta era responderle con desprecio directamente a su Rana Aurora, o salirse a mitad de las presentaciones de títeres que junto a Chicho (Narciso Cruz) realizaban en el teatro del INFRAMEN.
En el fondo siempre traté de copiar la estructura de los títeres de Roberto, las historias y el manejo de las escenas.
A comienzos de noviembre, lo encontré tomando café en el pan Lourdes, enfrente del teatro Nacional, era normal llegar a tomar café con pan y discutir sobre la guerra y el arte en general. Ese fue el último encuentro, el tono fue amigable, Roberto me enseñó todos los proyectos que tenía con comunidades pobres, fotografías de marionetas gigantes, me ofreció que trabajáramos juntos.
Alegre le dije que sí, que aceptaba la oferta, pero que me iría a San Miguel, de vacaciones y al regresar al CENAR el siguiente año comenzaríamos a trabajar juntos. Nunca más lo volví a ver, el 9 de noviembre de 1983 los escuadrones de la muerte nos capturaron en San Miguel, éramos 3 estudiantes del Centro Nacional de Artes, nos capturaron saliendo de la casa de la cultura, el director de dicho centro cultural nos había denunciado como guerrilleros, después de desaparecernos y torturarnos por 15 días nos trasladaron un 23 de noviembre al centro penal, acusados de sospechosos guerrilleros.
Esa misma tarde Franco había sido capturado por los escuadrones de la muerte, algunos afirman que las mismas FPL, organización a la que perteneció, lo había desaparecido; un mes después mientras guardábamos prisión, Corina Mejía, esposa de Franco, llegó a visitarnos, acongojada y destruida física y mentalmente, no la reconocí a pesar de haberla visto en el CENAR, o el teatro nacional muchas veces.
Su primera pregunta fue si habíamos visto a Roberto en las cárceles clandestinas, impactado no pude responderle, no sabía de lo que hablaba, no la había reconocido, poco a poco se calmó y me dijo que a Roberto lo habían desaparecido y lo andaba buscando. La vi a los ojos y comprendí su agonía, comprendí el dolor permanente, que por años llevaría a cuestas, como una cruz de penas y amarguras. Roberto Franco había desaparecido dejando una estela de dolor, un tiempo suspendido, hace poco he vuelto a conversar con Corina y hemos hablado sobre Roberto, le comenté que mientras me interrogaban me preguntaron si yo andaba con el de los títeres y dije que no sabía de qué hablaban.
Junto a Roberto Franco hay miles de historias, miles de rostros, sueños, vida, dolores y esperanzas, si el olvido ha sido la premisa de los gobiernos pasados y presentes, debemos de levantar las voces de los desaparecidos, asesinados, recordar que sus cuerpos ocultos gritan desde la oscuridad tantas traiciones e infamias cometidas en el país, con la impunidad que aún reina.