Los paradigmas de izquierda y derecha heredados de la guerra fría perdieron fuerza posiblemente por la desilusión que sus paladines protagonizaron en la posguerra, o por el relevo generacional entre los votantes que jamás estuvo en la agenda de ninguno de los partidos mayoritarios que pensaron que las masas seguirían respondiendo igual a los gritos de “¡Revolución o muerte venceremos!” y “¡Presente por la patria!”.
El fracaso del FMLN en las pasadas elecciones municipales y legislativas no fue labrado por el buen trabajo de ARENA. El partido oficial se lo buscó. De igual manera, ARENA haría muy mal interpretando su mayoría legislativa como una prueba de “fortaleza representativa”.
Sin embargo, ni uno ni otro ha sido capaz de entender los continuos llamados de atención que la población les ha hecho durante todos estos años a través de las encuestas de opinión. “¿Quién podría dejar de quererme si les doy un vaso de leche?” “¿Quién osaría dejar de creerme si mi gobierno tuvo sentido humano?”
Las cúpulas fueron soberbias al no reconocer la muerte de sus héroes y demonios. Lo que antes enardecía ahora despierta risas (y memes); lo que otrora asustaba y nos mantenía alejados del voto enemigo, ahora poco importa. ¿Qué puede ser peor que una mezcla simultanea de violencia, corrupción, desempleo, cambio climático, y moralismo hipócrita ahogando a la población mientras ellos se señalan unos a otros para culparse?
La alternancia de partidos no tuvo el efecto que los analistas predijeron en 2009, augurando el fortalecimiento democrático del país. Lo que consiguió fue apresurar un revisionismo ideológico que según las encuestas de opinión, para bien o para mal, va a tener un impacto directo en el resultado de las elecciones presidenciales quizá mucho más marcado que el que tuvo en 2018.
Las encuestas han mostrado que el voto de 2019 no estará guiado por las líneas ideológicas tradicionales (izquierda y derecha). Los diferentes estudios coinciden en que los votantes han decidido apoyar a una tercera figura política porque representa una voz que apoya su frustración.
No obstante, el discurso de Nayib Bukele no es racional, es más bien oportuno al canalizar ese pesimismo y presentarse a sí mismo como la mejor opción. No importa si profesa una fe musulmana, si miles de cuentas falsas lo siguen en Twitter. La decisión de voto de la población (repito, según las encuestas) está inspirada en la venganza.
Pero apartemos las elecciones del mapa. ¿Está acabado el partidismo en El Salvador? Sería necesario algo más que una elección presidencial para poder afirmar algo así. Sin embargo, considero que sí podría (¿debería?) ser el momento para que los institutos políticos se sometan a un revisionismo ideológico que permita replantear sus objetivos, su trabajo y puedan adecuarse a lo que la población les demanda.
Es hora de replantearse frente a la crítica, de darse cuenta de que no basta llamar “errores” a los desfalcos que la población ha tenido que pagar con sangre y lágrimas. Deben asumir la responsabilidad que a cada uno corresponde y purgarse, abrir paso a una reformulación por el bien del país.
El revisionismo ideológico no tiene nada que ver con “traicionar sus ideales” (como si no pareciera que lo hubieran hecho ya hace tiempo). Se trata de que abandonen sus esquinas y se acerquen más a lo que el país les pide.
Y no es ninguna idea innovadora. En realidad, es lo que les toca hacer por obligación constitucional como representantes populares. Tal vez esta podría ser la oportunidad y la excusa que deben tomar para forjar nuevas dinámicas políticas entre sus bases y cúpulas.
Sería lo más inteligente, lo más adecuado, lo más favorable. Pero no lo harán.