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Rescatar la economía para la vida y viabilizar un camino propio al desarrollo en un mundo en reset hegemónico

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Por Francisco Martínez

En los setenta años del post “Martinato” y bajo las reglas de la dictadura de nuevo tipo que le sucedió, el país se debatió entre reformismo económico con democracia controlada, crecimiento económico con represión, insurrección con guerra popular por la revolución democrático socialista; así como, por las recetas neoliberales.

Entre 1950 y 1970, la dictadura adoptó el modelo desarrollista de industrialización por sustitución de importaciones, hubo crecimiento económico con desigual distribución de la riqueza y mayor pobreza, sin espacios democráticos; la guerra con Honduras por las diferencias entre los grupos oligárquicos, cerró esa vía y cualquier intento de reforma al modelo económico y político se anuló con cruel represión a la oposición.

En los ochenta la matriz productiva del país mostraba su deterioro, el reformismo contrainsurgente no fue capaz de sentar bases para un modelo de economía social de mercado. Y, la propuesta de cambio revolucionario se diluyó luego, entre diatribas electorales y ejercicio cleptocrático del poder gubernamental. Como ellos aceptan, fracasaron.

Aupados en las políticas globales del consenso de Washington, ese consenso neoliberal, FUSADES orientó el programa político económico de ARENA, para impulsar un modelo bajo la dirección y beneficio de los privados, con un estado mínimo e intervenciones públicas focalizadas, el rebalse de aquella pensada maestra serían los ríos de leche y miel en que la población satisficiera sus reclamos.

Al termino del primer gobierno de ARENA en 1999, el modelo privatizador, estaba agotado. Derechas e izquierda no tenían propuesta para los problemas de las mayorías y la falta de alternativa seria mantuvo a ARENA gobernando hasta que la inercia los terminó sacando. Sus sustitutos, aquellos que proclamaban la revolución para un nuevo mundo, pero luego sucumbieron a las amarras institucionales del neoliberalismo y terminaron profundizando lo que en el discurso denunciaban; ambas formaciones fueron derrotadas por los jóvenes y sus nuevas ideas.

El debate sobre una propuesta viable, realizable y sostenible de desarrollo nacional ha estado planteado desde que terminó la guerra civil. Pero, para los anteriores gobernantes este debate quedó en documentos, en planes, en reuniones, en declaraciones, no pasó a acciones concretas. Los resultados de su política fueron mayor desigualdad, descohesión e injusticia social.

Aquellos partidos políticos y la clase política en general se convirtieron en defensores de minorías, en algunos de camarillas. Su enfoque a mantener la cuota de poder en el gobierno los alejó de los intereses amplios y mayoritarios de la nación. Corrupción, clientelismo, impunidad se convirtieron en ejes de su accionar.

Un esfuerzo serio y comprometido con las mayorías requería abordar los problemas por la raíz, no irse por las ramas pactando con criminales fueran pandilleros, oligarcas u operadores de cuello blanco, funcionarios corruptos o empresarios para lograr soluciones de humo y mantener la sacrosanta “Gobernabilidad Democrática”.

Era necesario un golpe de mesa, que los viejos se negaban a dar por cálculos existenciales, era necesario cerrar la puerta giratoria de la impunidad y del chantaje. Había que optar por las mayorías.

El diagnóstico estaba claro, si se quiere sacar al país y su gente del empobrecimiento estructural hay que ganar la guerra a los criminales y generar, mediante un cambio en la matriz productiva, mayor valor a los bienes y servicios que producimos para generar riqueza e inclusión.

Y en esta batalla, es clave enfrentar, aislar, desplazar y derrotar a los grupos delictivos de las maras mediante una estrategia política para disputar el poder en los territorios, con nuevos valores de convivencia, con nueva institucionalidad, con fuerte inversión social y cultural, con promoción del desarrollo y progreso de las comunidades y con un liderazgo moralmente comprometido con un nuevo proyecto social de cambio.

No es represión per se, es recuperar en esas poblaciones la fe y esperanza mediante la inclusión y generación de oportunidades, ya que las maras, con sus alianzas con el poder político, instauraron terror social al viejo estilo de orden y los escuadrones de la muerte.

Ganar esta batalla es a lo que renunciaron los viejos políticos y se acomodaron a pactar con criminales, beneficiaron a las minorías a costa de inviabilizar el bienestar y el progreso de las mayorías.

Por eso, este momento político especial, en que después de la revolución electoral de 2019 y 2021 son los jóvenes liderados por el disruptivo Presidente Bukele, los que han asumido el mando de las decisiones políticas, no debería extrañar que asuman con valentía y sin dudas los retos de adoptar decisiones fuera de la lógica de lo “políticamente correcto” o que se alejen de los proforma de “no atentar contra la gobernabilidad o la estabilidad”, estos muchachos hicieron una revolución en las urnas y quieren y tienen derecho a impulsar sus ideas para viabilizar un modelo de desarrollo para las mayorías.

Conscientes están estos jóvenes de que es urgente adoptar medidas para superar el empobrecimiento continuo de la población, que es preciso generar una oferta de transables con el mayor valor agregado que genere más y mejores empleos de calidad, que un cambio implica ajustar cuentas con los sectores empresariales y de una reforma fiscal que distribuya más equitativamente el ingreso nacional.

Saben también, que, si bien el país debe atraer inversión extranjera, no son los capitales que van a México, a pesar de sus distorsiones, o los que buscan un paraíso democrático donde la forma es más importante que la esencia.

No tenemos petróleo, minerales, o amplias extensiones de tierra, nuestra inserción a este nuevo mundo post pandémico y en ajuste de hegemonías debe ser a partir de crear diferenciales de innovación, de conocimiento tecnológico y científico.

El mundo y particularmente las mayorías pobres enfrentamos los efectos de la multi crisis, cuando casi se declaraba la post pandemia y en El Salvador recién se celebraba los resultados país durante 2021; de pronto, nos encontramos ante la guerra de invasión de Rusia a Ucrania, un hecho con efectos mundiales y riesgos cataclísmicos.

Y los peores adagios se presentan en el horizonte y en la vida diaria: estanflación, alza de precios, crisis energética, escasez de alimentos y de suministros.

Ante este panorama de crisis mundial, un país como el nuestro debe, desde el no alineamiento activo, condenar al invasor y las respuestas militaristas, movilizarse para pedir el cese de la guerra y pugnar por un nuevo orden mundial en donde la vida y el progreso de las personas esté al centro.

Frente a las multi crisis que enfrentamos, el Presidente Bukele debe estar con las mayorías y enfrentarse a las elites minoritarias, oír y responder a los problemas de la gente, mostrar una conducta valiente y levantar la fe en el futuro, entender los aplausos, las odas, los susurros y el silencio de la gente. Las 11 medidas, van en esta dirección. El régimen de excepción es una respuesta de contención a la amenaza criminal.

No se debe perder lo estratégico de los cambios para el desarrollo sostenible, la reforma a la constitución, un nuevo sistema de pensiones y de protección social, la reforma tributaria, la recuperación del agro y de los ecosistemas, la seguridad y soberanía alimentaria, la transformación de la matriz energética, la seguridad ciudadana y la justicia social. Y un Estado fortalecido al servicio de la nación.

Este es el momento de encontrar una vía propia al desarrollo, que desamarre la política económica, social y el rol del Estado de los enfoques neoliberales que nos impusieron la cohorte local oligárquico-burguesa de ARENA y continuaron los gobiernos del frente, con los aliados en el concierto internacional, esos mismos que hoy condenan la guerra de Putin.

La respuesta es mayor igualdad, es combatir la precarización, es asegurar mejores salarios y crear un ingreso mínimo vital por habitante, un sistema público de protección social, crecimiento de la economía con redistribución, estado fuerte con opción por los pobres, seguridad, cohesión y justicia social.

Este es el momento de crear las sinergias nacionales para empujar las fortalezas del país y su gente y construir nuestra vía propia la desarrollo.

Foto de El Salvador Times

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Francisco Martínez
Francisco Martínez
Columnista y analista de ContraPunto. Consultor en temas sociolaborales, exdirigente sindical y exmilitante insurgente. Con experiencia en capacitación y organización popular, formación en finanzas corporativas y gestión de recursos humanos.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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