Soterrada por la imprudencia, la prudencia urge de ser revitalizada, pues sin ella, como autocorrectivo individual y colectivo, el sentido de los límites y las precauciones ante los propios excesos se pierden de manera inexorable. Y es que precisamente a lo que apunta la prudencia es la autocontención, al autocontrol, a evitar los excesos en acciones y palabras, a no traspasar ciertos límites, a evitar los extremos en lo que hace o en lo que se dice.
Prudencia no es igual a cobardía, pues quien es prudente sabe ser valiente cuando las circunstancias lo ameritan. Por tanto, lo opuesto a la prudencia no es la valentía, sino la imprudencia, bajo cuyo apartado se engloban todos aquellos hábitos y prácticas fuera de control, excesivos y sin límites. Se trata hábitos y acciones imprudentes un sentido ético-moral: dañan moralmente a otros, alteran la vida los demás, tienen implicaciones negativas en la convivencia entre las personas.
En nuestro país, la imprudencia verbal es un mal endémico. Las “redes sociales” están ahí para corroborarlo. También están los programas de entrevistas en la televisión y las columnas de opinión en la prensa escrita. Muchas veces, quienes son imprudentes en el uso de las palabras lo hacen sin la intensión de causar daño a terceros. Sin embargo, en incontables ocasiones, la imprudencia verbal sí tiene como objetivo causar daño: en los años setenta y durante casi todos los años ochenta la imprudencia verbal (por ejemplo, de los medios de comunicación en la muerte de los jesuitas de la UCA o de los llamados “orejas” que delataban a los opositores de los gobiernos militares) se tradujo en la muerte de personas inocentes.
En cuanto a acciones imprudentes, las hay en abundancia. A los conductores de vehículos particulares, microbuses y autobuses se suman ahora los conductores de motocicletas, a quienes casi en bloque les ajeno el sentido de los límites y del autocontrol. Su imprudencia, en este caso, pone en riesgo la integridad física de quienes caminan, ciertamente con dificultades, por las calles y avenidas de las ciudades del país, principalmente en San Salvador. Hay, por supuesto, otras acciones que se pueden ser leídas desde el término que nos ocupa. Por ejemplo, el evento de jóvenes de ARENA auspiciado por la embajada de EEUU en días recientes, fue un acto imprudente por parte de la embajadora de ese país en El Salvador.
Cuánta falta nos hace la prudencia. Cuánta falta nos hacen esos valores que le son afines: la mesura, el silencio, el sentido del equilibrio y del tiempo, la templanza y la claridad mental (que sólo da un buen uso de la razón). Decir lo primero que se viene a la mente es un atentado contra la prudencia verbal. Actuar sin medir las consecuencias de lo que se hace es un atentado contra la prudencia en las acciones.