El 2016 fue un año duro para muchos. La economía les sonrió a unos pocos mientras las mayorías se preocupaban por llevar el pan a sus casas. Fue un pésimo año para los desplazados por las guerras, aunque le pusimos más atención a los 15 de Rubí y a los calcetines de Nayib. Las muertes públicas desde Juan Gabriel, Fidel Castro y la eterna princesa Leia se incrementaron. Mundialmente la intolerancia aumentó, fortaleciendo las bases nacionalistas que votaron por candidatos racistas. Muchos quieren que se acabe rápido el 2016 pero en realidad si no cambiamos nada, nada cambiará en el 2017.
Rara vez uso la palabra “tolerancia” pues se me hace forzada. “Tolerar” es “llevar con paciencia” pero irremediablemente esta tiene un límite y cuando llega o se explota o se sufre de estrés por no poder expresar lo que se siente. Prefiero la palabra respeto pues hay un entendimiento que somos diferentes. Ya sean mis amigos judíos, testigos de Jehová, musulmanes o Bahá’i, de izquierda o de derecha, los quiero como amigos. No comparto ni tolero su diferencia, pero sí la respeto.
Y eso es lo que nos hace falta: respeto. Exigimos ser respetados pero cuando nos toca respetar es como si no fuera con nosotros. En Internet nos metemos a publicaciones de otras personas y los denigramos como si tuviéramos el derecho de entrar en la casa de alguien y decirles que detestamos los colores que escogieron para la sala.
Comencemos con el respeto hacia uno mismo. Hagamos las cosas por nuestra cuenta sin que los “likes” del Facebook nos validen. Saquemos a caminar a los perros y así relajarnos antes del bullicio del día. Hay que reír más, pasar más tiempo con nuestras familias, apagar la tele y el celular para prestarle atención a nuestros hijos, verlos a los ojos y decirles que los queremos. ¡Hagámoslo ahora! El mañana nadie nos lo garantiza.
Incluyamos en nuestros propósitos de Año Nuevo tener la valentía de apostarle a la paz individual, de colonia, de país. Seamos artífices del perdón, perdonándonos a nosotros mismos sin seguir con la culpa de un pasado que no podemos cambiar. Perdonemos a nuestros familiares, porque al fin y al cabo, como dijo mi amigo, tener odio o rencor hacia los demás es como tomar veneno y esperar a que se mueran ellos. ¡Seamos los artífices de nuestra felicidad!
Ayudemos a los menos afortunados dando parte de lo que tenemos, no lo que nos sobra. Ayudando porque nos nace, no por la selfie, no para contarle al mundo lo que hemos hecho. Hay que hacerlo por solidaridad para ayudar al otro, al que sufre, no por lástima para sentirnos bien ni por caridad dando lo que no sirve.
Ser felices indica también aceptarnos tal cual somos. La felicidad propia, la aceptación propia debe ser nuestro ideal. Una vez que nos aceptemos a nosotros mismos, será más fácil respetar a los demás y aceptar que somos todos diferentes y que podemos cohabitar en una misma sociedad.