En La Prensa Gráfica del 2 de septiembre de 2016 (página 5) se puede leer la siguiente valoración:
“la Sala [de lo Constitucional] ha reivindicado el derecho a la información pública, sin el cual no puede haber una democracia ni puede ejercerse una controlaría ciudadana”.
Ante una formulación como esa es inevitable no reflexionar sobre la propensión al “reduccionismo democrático” que impera en determinados sectores del país. Este reduccionismo consiste en reducir la democracia a un aspecto de ella; ese aspecto se convierte –por juegos propagandísticos y/mediáticos— en lo que la define y en lo que se juega su destino.
En la década de los noventa –en un reduccionismo que comenzó casi imperceptiblemente en los ochenta— el aspecto erigido como un absoluto fueron las elecciones. Todo se jugaba en ellas y no cabía ir más allá, pues la democracia consistía en asistir regularmente a las urnas. Desde las filas de la derecha se abanderó esta visión que a todas luces no agota el sentido y los alcances de la democracia, pero que para los fines de la derecha –una derecha envalentonada por sus logros electorales y su poder económico— era útil.
De ahí que desde sus filas se proclamara que el “arma más poderosa de los hombres libres es el voto”. Expresión antidemocrática por dos razones: a) porque el voto reemplaza a las armas y b) porque excluye a las mujeres… y no sólo en la formulación verbal. Pero además porque, en una democracia, los ciudadanos y ciudadanas libres no sólo votan, sino que gozan de derechos políticos, sociales, económicos y culturales que aseguren su bienestar y realización humana.
Es decir, la democracia no se agota en votar. Pero a la derecha salvadoreña le gustaba sólo eso, e hizo hasta lo imposible por quedarse hasta ahí en cuanto a democracia. Luchas ciudadanas de distinto signo y envergadura perfilaron otras ideas y prácticas democráticas en el país… la derecha tuvo que aprender a convivir con una visión de la democracia no reducida a la votación.
Sus afanes reduccionistas, sin embargo, continúan. El gran reduccionismo que se fragua en sus filas apunta a hacer descansar la democracia en el ejercicio de poder de la Sala de lo Constitucional. Se trata obviamente de una Sala que ha sido ajena a las luchas históricas por la democracia en El Salvador –como lo ha sido la Corte Suprema de Justicia–, pero a la cual se le pretenden otorgar los poderes y la “legitimidad” para hacer avanzar –según sus valedores— la democracia hacia niveles nunca vistos en la historia salvadoreña.
¿De qué forma la Sala de lo Constitucional logrará (o está logrando) tal hazaña histórica? Con sentencias que alteren el sistema político, con sentencias que erosionen las finanzas públicas y con sentencias –como la que destacamos el inicio de estas líneas— que permitan hacer pública información estatal que hasta el momento era reservada.
En realidad, no se ve cómo con esas acciones de la Sala de lo Constitucional la democracia salvadoreña esté dando un salto de calidad. Pero la vocación reduccionista es tal que se es capaz de sostener que no puede haber democracia sin el derecho a información pública, olvidando no sólo que antes la derecha redujo la democracia a elecciones, sino que en ese momento quedaban fuera de la democracia importantes de derechos económicos, sociales y culturales sin los cuales es imposible que se constituya un orden democrático.
Ahora que se reivindica el papel de la Sala de lo Constitucional como guardiana de la democracia y se hace descansar la democracia en derechos como el de la información pública, también se dejan de lado como prioridades ineludibles los derechos económicos, sociales y culturales. No se entiende (o se desconoce) que la democracia no sólo no puede reducirse a un aspecto de ella (por importante que sea), sino que hay una jerarquía de conquistas democráticas que no se tiene que olvidar.
Es decir, la democracia tiene sus prioridades, y una de ellas es que la vida ciudadana, además de expresarse en elecciones periódicas o de tener acceso a información, sea una vida segura y digna, lo cual pasa por un bienestar social básico, salarios decentes y unas posibilidades reales de crecimiento personal y comunitario.
Sin esto último, jamás habrá democracia real, por más que haya quienes crean que la democracia descansa en el voto o en el acceso a la información estatal. Estas son conquistas que sólo tienen sentido en una sociedad en la cual los ricos más ricos son contenidos en sus afanes de pisotear la dignidad de los pobres más pobres. Claro está, a los reduccionistas democráticos esto es lo que menos les importa.