domingo, 14 abril 2024

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En cursos que he dictado sobre estudios latinoamericanos mis estudiantes solían preguntarme si era yo chicano, latino, hispano o latinoamericano, entre otros. Mi respuesta hacía reír a muchos: “yo no sabía que era latino hasta que llegué a los Estados Unidos.” Aunque definía cada término y lo que incluía, les inculcaba que uno es lo que uno acepta en nuestras intervenciones con los demás, las etiquetas que uno permite y que hay que respetar lo que los demás acepten como propio, es decir, si a un hondureño le gusta que le digan catracho, está bien; si a un guatemalteco le molesta que le digan chapín, llamémosle guatemalteco; si a alguien de la comunidad LGBT+ quiere que se le llame con un pronombre distinto al que aparenta, ¡usemos ese pronombre! Tenemos ya diversas manifestaciones económicas, sociales y políticas que nos estresan para complicarnos la vida con situaciones que podemos controlar.

Definía chicano como otro término para los nacidos en EEUU de padres mexicanos; latino es quien ha nacido en aquella nación pero que tiene herencia de cualquier país de Latinoamérica, no necesariamente de habla española; hispano fue un término acuñado por los Estados Unidos en el censo de 1970 y que incluía a todos los que hubieron nacido en EEUU y tuvieran español como herencia familiar; y latinoamericano es todo aquel que vive en el país del norte pero que no ha nacido en él.

En nuestra realidad salvadoreña somos eso: salvadoreños primero, antes que cualquier otro calificativo.

Somos lo que aceptamos y de la misma forma aceptemos lo que los otros dicen ser, sin descalificarlos y no insistamos en llamarles negro, enano, puñito de sal, etc., sin haberles consultado si esos términos los ofenden. Rafael Correa, expresidente ecuatoriano, en una entrevista con TVE se refiere a la entrevistadora Ana Pastor como “Anita” y esta le recrimina que no está acostumbrada a que le llamen así. Claro, en nuestro ambiente decirle el diminutivo al nombre de alguien es una muestra de cariño pero en España no se toma de la misma manera sino que se entiende que el interlocutor minimiza a la persona.

Como salvadoreños nos hace falta mucho mundo que recorrer para respetar a los demás. Llamamos de “indio” a todo aquel que no forma parte de nuestras convenciones sociales. Y no nos referimos a los indios de Asia, sino que usamos ese adjetivo descalificativo para los campesinos, los indígenas y a los que, a nuestro parecer, son inferiores que nosotros. Exponía el caso de mi amigo “puñito de sal” que él mismo prefería su apodo a su nombre de pila, un horroroso nombre dado por sus padres. Y el desconocimiento de la gente puede llevarla a pensar que se le está denigrando por haber tenido polio de pequeño pero que sus amigos nos referimos a él de esa manera por el cariño y la confianza que se le tiene. Desde luego, si viene Ana y te dice que su nombre es Anita, por cortesía no la llamemos Ana.

Comencemos llamando a las personas tal cual desean ser llamadas y veremos un cambio actitudinal favorable para nuestra sociedad. A partir de ahí podremos exigir que se nos llame según nuestros intereses: licenciado, doctor, Juancito, Juancho, gordo o niña Anita.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.
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