Por Gabriel Otero
La mente de los niños es más simple que la de las niñas, las féminas por naturaleza siempre han llevado la ventaja, crecen más rápido, su cerebro es más versátil y desarrollan el instinto de supervivencia a edades tempranas, ellas maduran dinámicas y van adquiriendo capacidades que les permiten adaptarse a cualquier circunstancia.
Los niños son más lentos, sus procesos son pausados, el aprendizaje es a base de repeticiones en la memoria, el razonamiento es mimético, la experiencia sirve de adiestramiento.
La sociedad manipula a su conveniencia los roles a desempeñar por niñas y niños. De bebés los márgenes entre géneros son difusos, pero son mamá y papá quienes establecen las fronteras al pintar de rosa la habitación de ellas y de azul la de ellos.
En el seno familiar tradicional y binario a ellas les fomentan a ser delicadas, tiernas, emotivas, lindas, coquetas y amorosas, juegan al té y a las mamás desde pequeñas, son princesas y reinas de territorios imaginarios. A ellos a se les enseña a ser fuertes, a no llorar, a competir y a desplegar destrezas físicas.
Pero no hay que engañarse al percibir a través de maniqueísmos falaces, el género siempre ha sido un territorio minado, han existido niñas fuertes y niños débiles y una inmensa variedad de tonalidades grises entre el blanco y el negro.
Las diferencias se van complementando, en el transcurrir de la vida requerimos más nosotros de ellas que ellas de nosotros y con lo inteligentes que son es muy probable que en algunos años prescindan de nuestro género.
Su madurez emocional les ayuda a resolver cualquier inconveniente y la irresponsabilidad y la desidia masculina las han convertido en proveedoras, en paladinas de la subsistencia diaria, miles de madres solteras que sortean gráciles los laberintos de la existencia.
Históricamente el patriarcado las ha relegado a segundos y terceros planos, su papel era la de estar expectantes y abnegadas, siempre a la espera de atender a marido e hijos sin derecho a cuestionarlos.
Las condiciones han cambiando, el matriarcado es lo de hoy, tal vez sea la opción para que recuperemos como especie nuestro paraíso perdido, ese del que nos exiliaron hace milenios por comernos la fruta prohibida.