Lo he dicho siempre. El periodismo honrado no ofrece bienes económicos, pero sí satisfacciones. Son las pruebas diarias, unas agradables por hermosas; y otras, aunque no desagradables, son pruebas de fuego; es decir, afrentas/presiones que el periodista enfrenta en su cotidiana labor.
El mundo periodístico es una trilogía: -Empresa Periodística- Periodista-Fuente Informativa, las tres complementarias, pero con independencia. Esto último siempre debió ser, pero no lo fue. El sano ejercicio -veracidad e imparcialidad- que la sociedad demanda, casi nunca se ha dado.
Ante una afrenta, el periodista siempre ha estado en desventaja si se trata de cuestiones del poder; sobre todo, si su conflicto -que yo llamo prueba de fuego- es con autoridad constituida (Fuente), y peor si esa autoridad cuenta -como suele ocurrir- con la anuencia de su jefe (su Empresa), por la conveniencia de la unidad del poder político-económico.
Por eso, es impropio e inconveniente que un sector periodístico pida o acepte intervención de cierto sector político, comprometiendo la identidad gremial/profesional. Perdemos la apreciada credibilidad. Tal lo de la “comisión especial” legislativa para investigar el acoso a los periodistas que -con malicia política- ha ido más allá de investigar el “acoso”, utilizando el tema -según el informe- para consideraciones ajenas y demandas político-electoreras, contra su enemigo político-común. Eso, profesionalmente, es fácil de entender, pero no de aceptar.
Las pruebas de fuego han sucedido siempre. Muchos de nosotros hemos luchado, individual o gremialmente, contra esa actitud. De mis archivos -sintetizadas- algunas de varias pruebas de fuego: El Diario de Hoy 1964. Mi noticia aprobada por el Jefe de Redacción, Francisco R, iba para espacio privilegiado, pero para sorpresa de ambos, fue devuelta de la Subdirección, con un “Ponerla en cristiano”, que -según me dijo- significaba “darle un nuevo enfoque que favoreciera” a alguien que no recuerdo.
Diario El Mundo, abril 1967. Con gran esfuerzo una exclusiva mía, sobre actividades sindicales. Como vespertino entonces, el periódico cerraba edición a las doce del mediodía, con la noticia de última hora. La di por teléfono al jefe de información, Carlos G. Llegué al periódico y al indagar Carlos se agachó, y del recipiente de la basura extrajo un papel estrujado. Era mi noticia que Carlos había mecanografiado, pero obligado, posteriormente, a lanzarla al cesto, porque la dirección consideró que al publicarla se retiraría un buen anunciante.
Radio Popular 1969. Durante las elecciones para alcalde de San Salvador, José Napoleón Duarte era candidato. Votaría en Turismo y se me designó para entrevistarlo. Duarte tomó el micrófono y, sin que pudiera evitarlo, se extendió y se refirió a su candidatura. Ya en la radio, mi director Omar González -excelente profesional- me expresó que Casa Presidencial había solicitado mi destitución, por haber permitido que “Duarte se extendiera” -¿Y entonces?, le pregunté. -Nada,… ¡páseme el material y olvídelo! Omar estaba seguro de que Casa Presidencial no pedía mi destitución por violación a la ley, sino por la ventaja que llevaba Duarte.
-Tu primer recibo cuota mensual para el partido, me dijo Vicente R, recaudador del PCN. Yo era Director de Prensa, recién nombrado. Dice el ministro que debes aportar al partido. – Ni lo ha dicho el ministro ni te voy a cancelar cuota alguna. No estoy afiliado a ningún partido, no me ha nombrado tu partido, sino el pueblo, respondí. Informado el ministro, me dijo: – No canceles nada. Son exigencias de los desocupados, para justificar su salario. Algunos creen que cobrando esas cuotas, logran votos… Años después, muy corteses, señoras de aquel PDC: -¿Quisiera colaborar con una cuota mensual de tres colones para el partido, aunque no esté afiliado? Lamento no poder contribuir, mi condición de periodista no me permite afiliarme, ni pagar cuotas…-contesté amablemente. De igual manera, respondieron: -Le comprendemos perfectamente, Y se despidieron….
Marzo de 2004. Periódico Hoy de Los Ángeles, USA. Durante un año mantuve una columna semanal, sobre el sistema de gobierno del país: desempleo, corrupción, emigración… Según compatriotas, mi columna era muy leída, pero otros, afines al gobierno salvadoreño, no estaban de acuerdo. Un día la dirigencia del periódico, a pesar de expresarme su satisfacción, me pidió suspender temporalmente mis colaboraciones, hasta nuevo aviso. Un aviso que nunca llegó, “porque una manija del oficialismo salvadoreño intervino, para que cancelaran tu contrato”, me expresó un colega salvadoreño. Alguien de aquí seguía atentando contra la libertad de expresión, a nivel internacional…
A todo esto y más, se expone el periodista, cuando realiza su trabajo sin ataduras ni sometimientos que opaquen y denigren su profesión y comprometan su credibilidad.