En el marco de la campaña electoral salvadoreña para elegir Presidente y Vicepresidente de la República (2019-2024), el ciudadano honrado presiente y resiente la inexistencia de un comportamiento digno y aceptable, especialmente de algunos políticos y las cúpulas partidarias.
Con algunas excepciones, son casi nulas las propuestas, aceptables y realizables, que los candidatos ofrecen, guiados por las cúpulas de su partido y, de manera directa, por sus equipos de campaña. Por el contrario, ofende a la dignidad e inteligencia de los salvadoreños el lenguaje y las imágenes, a veces hasta vulgares, con los que se anuncia tal o cual partido y, en el peor de los casos, con los que se insulta y difama a los contrincantes.
El afán de lograr posiciones sobre la base de que el fin justifica los medios, les hace tirar por la borda principios morales, destacando contradicciones, incoherencia, demagogia, promesas incumplibles y hasta cuestionar y condenar visceralmente a los opositores. Son los ribetes oscuros de la presente campaña electoral.
Es evidente que priva más el interés de lograr la presidencia “a como dé lugar” -acción lícita mientras no se dañe la moral ni el orden público- en función de lograr beneficio personal y de grupo, en vez de participar para contribuir al desarrollo integral del país. Sin embargo, es justo reconocer el interés de los verdaderos ciudadanos -que los hay y muchos- preocupados por servir, real y desinteresadamente, a su comunidad.
No se trata de desprestigiar o favorecer a personas o a instituto político alguno. Son señalamientos y valoraciones que hace la población honesta. Y se trata de volver por los fueros de esa misma población, que pide respeto a su dignidad e inteligencia. ¿Cómo no van a sorprender -con ira inevitable- los insultos personales directos, afectando a la familia del opositor?; o ¿las denuncias en el ámbito penal por delitos inexistentes?; o ¿la descalificación injusta a quienes, siendo personas diligentes y honradas, se les niegan tales atributos…? Y en lo físico ¿los atentados personales o al patrimonio familiar o de su partido?
Y si la población, alguna vez estuvo animada por la información veraz y oportuna, ahora cuestiona y demanda coherencia de algunos medios de comunicación, periodistas y presentadores de TV, por el evidente afán de publicitar (con todo derecho, aunque ya sin credibilidad) todo lo que pueda perjudicar al candidato desafecto, mientras, a la inversa. magnifican y hasta le enmiendan la plana al deficiente discurso de “su” candidato. Algunos presentadores en programas de debates en TV, haciendo gala de una autodefinición de veraces e imparciales, con mal disimulado manejo arbitrario dan trato diferente al entrevistado, según sea el partido al que pertenece.
Esperar una campaña de altura, de forma y contenido, resulta una utopía. En todas partes se cuecen habas, en cuanto a campañas sucias con señalamientos, ofensas, acusaciones falsas, y, sobre todo, con total demagogia; es decir, la falsa oferta de proyectos irrealizables, bien por falta de condiciones del estado de cosas o por incapacidad del candidato que los promete. La historia política del país es rica en estas lamentables experiencias y la actual campaña política no es la excepción.
¿Será que el pacto de “no agresión”, promovido por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) y suscrito por los partidos políticos, el pasado 15 de noviembre, logrará el desarrollo de una campaña verdaderamente limpia, sin los ribetes oscuros que, hoy por hoy, empañan la presente proceso eleccionario?
Por la experiencia negativa en tantas elecciones pasadas, y por la lamentable vivencia en la campaña actual, es más que razonable la desconfianza que pueda tener la población honrada y laboriosa. Sin embargo, como consuelo esperanzado, quizás conviene otorgarle el beneficio de la duda. Cuestión de tiempo, cuestión de esperar…