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En redes sociales hubo discusión a propósito de una nota de prensa sobre la novela ganadora del premio Alfaguara 2019, “Mañana tendremos otros nombres”, del argentino Patricio Pron. En dicha nota, se mostraba que, al inicio de la obra, hay un uso excesivo del pretérito pluscuamperfecto. Un total de catorce “había” se leen en la primera página, lo que, según el autor de la nota, no hablaba muy bien del escritor ganador del Alfaguara 2019. De igual manera se criticaba al premio en sí y de cómo había dejado de tener el prestigio de antaño.

Hoy, más que antes, los premios literarios han estado en la picota; defendidos por unos, vilipendiados por otros, estos certámenes han hecho de la literatura actual un tema más de marketing que de contenido artístico. Basta ver la cantidad de concursos literarios que existen hoy en día. En España, por poner un ejemplo, son más de 1600 competiciones conocidas. En internet existen páginas como www.escritores.org que publican las bases de concursos de todos los géneros literarios, y de todos los países de Iberoamérica. Esa explosión significativa de certámenes sorprende.

La tradición de premiar a los artistas se remonta hasta la antigua Grecia (los griegos concedían honores a los poetas de fama, y los juegos florales europeos, nacidos en la Edad Media, llegaron a su culmen hasta mediados del siglo XX). Los premios literarios tomaron la función del antiguo mecenas, aquella persona que durante la Edad Media otorgaba algún tipo de patrocinio a artistas y/o científicos para que pudieran desarrollar su obra.

En este sentido, los premios literarios valían para dos cosas: Una más subjetiva, referida al elogio público que recibía el escritor por la calidad de su obra, el reconocimiento social que implicaba “la gloria del creador”. Y dos, al hecho del beneficio pecuniario, que le servía de aliciente al autor para seguir escribiendo.

Todo cambió cuando las editoriales se dieron cuenta del valor que tenía publicar autores premiados. Fue así que iniciaron los premios literarios de las mismas casas editoras. Y así supimos del Premio Planeta, el Premio Herralde, el Premio Biblioteca Breve o el referido Premio Alfaguara de Novela.

Y en El Salvador: ¿Hay premios literarios? Y si los hay: ¿Quiénes son sus participantes? ¿Por qué lo hacen? Indagando, los únicos certámenes literarios que hay son los gubernamentales “Juegos Florales”, que pueden ser departamentales o nacionales. Además de esos, no conozco de otros concursos, a parte del Premio Nacional de Cultura, algunas veces otorgado a escritores.

Luego entonces, pareciera que aquí eso de premiar autores por sus obras es poco atractivo para las entidades, ya sean públicas o privadas. Pienso en el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias o el Certamen Nacional de Novela del Baco Agromercantil (BAM), ambos de Guatemala. Esas iniciativas aquí no se dan.

Los participantes de los pocos concursos literarios nacionales suelen ser, en su mayoría, escritores en ciernes, pero también escritores con una obra literaria que les precede. Las razones para participar son diversas: desde aquellos que creen que ganando un certamen literario van a poder publicar algo, pasando por los que necesitan un ingreso económico, aunque sea exiguo, hasta los que participan por pura vanidad.

Ante esta situación, sería interesante que las editoriales independientes que hay en el país, se tomaran a bien crear algún premio literario; para ello podrían asociarse con la empresa privada, por ejemplo. Esto permitiría que los creadores nacionales pudieran tener opciones para presentar sus obras y buscar su publicación. Recuerdo el caso de alguien que participó en unos Juegos Florales y los ganó. Dijo que ahora sí se consideraba escritor.

Cuando vemos expresiones como esa, nos damos cuenta de la importancia que se le da hoy en día a los premios literarios, tanto a nivel nacional como internacional. Pero no nos llamemos a engaño, actualmente muchos premios literarios (incluso los más importantes) valoran más lo comercial “del producto” que su valor estético. Hoy se ve la procedencia geográfica de los participantes, los agentes literarios que les representan, el “gancho” de una historia que venda y no si las obras participantes tienen calidad literaria, poseen una complejidad narrativa o experimentan con nuevas formas estilísticas. Hoy en día esas son tonterías.

¿Asistimos acaso al fin de la literatura frente al monstruo del mercantilismo? Solo el tiempo y quienes escriben nos lo dirán.

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Manuel Vicente Henríquez
Manuel Vicente Henríquez
Columnista de ContraPunto https://twitter.com/Pregonero_SV
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