En su obra más emblemática La democracia y los partidos políticos, Moisei Ostrogorski plantea la “paradoja democrática” en la que coexiste un aparato público junto con los partidos políticos que al tiempo que promocionan la democracia terminan siendo organizaciones antidemocráticas —es decir, quienes se convierten en depositarios de la voluntad popular y de la democracia por medio del voto popular— internamente carecen de democracia y terminan siendo un obstáculo para la consolidación de la misma.
Idealmente, los partidos políticos en El Salvador debieran ser instituciones que canalicen las demandas de la sociedad por medio de la representación política. Sin embargo, la organización política partidaria se adapta a las necesidades de su élite dirigente y no a las necesidades de la población que representa. El liderazgo político se define por la capacidad económica de un sujeto y no por las características de un líder que busque alcanzar el poder y satisfacer las necesidades de quien representa.
El sistema político salvadoreño está definido por una competencia en el plano político y económico de una clase oligarca tradicional y una nueva clase en ascenso que busca ocupar puestos de representación política. De esta manera, se cumple lo establecido por Robert Michels cuando nos dice: “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.
Este domingo se llevarán a cabo elecciones municipales y legislativas en El Salvador, pocas propuestas, pocos debates, mucha publicidad, polarización y violencia electoral. Los partidos políticos no han sabido ejercer el papel de intermediadores entre la población y el Estado, de ahí que no resulta extraño que la apatía a los procesos electorales y a la política atraviese estratos socioeconómicos, niveles de escolaridad y ubicación geográfica.
Por un lado, un partido anticomunista —que se asume de derechas y siguiendo la agenda de las entidades financieras internacionales— se opone a todo lo que implique desarrollo, incluyendo un sistema de tributos progresivo; por otro lado, un partido que se ufana de ser “el cambio” y se niega a impulsar transformaciones de fondo al sistema político y económico, impulsando medidas que castigan a los más empobrecidos, de quienes se cuelgan para usarlos como elemento iconográfico en sus respectivas campañas, es decir como mero adorno. Dicho sea de paso, sin un proceso de elección interna, ambos partidos mayoritarios se encuentran en campaña presidencial.
Si bien votar nulo no tiene mayores efectos y al repetirse una elección el incremento del gasto electoral aumenta, esto no tiene comparación con la posibilidad de plasmar la rabia contenida en la papeleta. La realidad muestra que el sistema político, es decir, “las reglas del juego” no responden a las necesidades de democratización de la población salvadoreña.
Por ahora me reservo el derecho de marcar la bandera de algún partido o rostro. Ninguno me representa, incluso de las candidaturas no partidarias, que, aunque tengan una agenda con reivindicaciones democráticas, terminarán aislados y plegándose a las agendas de los partidos mayoritarios. Si usted duda que su partido político es distinto a los demás, le invito cordialmente a acudir a la evidencia empírica. Haga patria, vote nulo.