El énfasis sobre el compromiso político del poeta Dalton ha concentrado nuestra mirada crítica sobre la forma en que la intencionalidad revolucionaria, en sus manifestaciones discursivas más obvias, reverbera sobre la superficie de sus textos. Se ha creído, al cabo de lecturas superficiales, que la política le estorbó siempre a sus mejores palabras, de ahí que lo único rescatable para nuestra época sean sus poemas de amor o aquello escritos donde el poeta le ganó enfáticamente la partida al militante comunista.
Detrás de estas valoraciones hay una manera simplista de comprender tanto la poesía como la política y las vías en que ambas pueden relacionarse de modo complejo. Ya no se trata de establecer lo que una y otra palabra significan ““ ¿Qué es poesía? ¿Qué es política?”“, ni solo se trata de sondear teóricamente las fronteras que las separan ni la reglas que gobiernan sus intercambios en la realidad. A estas interrogaciones se les pueden anteponer una pregunta más: ¿Quién decide qué significan tales términos, determinando e imponiendo las reglas que regulan sus diferencias y distancias aceptables?
¿Es la poesía, como quiera que se la defina, el ámbito cero de la política o la determinación de dicho ámbito es un proceso que involucra a los críticos y a las instituciones de una sociedad determinada, siendo por ello su concepto ““"su verdadera esencia””“ el resultado de una pugna entre voluntades de poder? El debate sobre lo que es o no es la poesía y sobre cuáles deben ser sus relaciones con otros planos de la realidad cultural es una discusión que no es ajena a la voluntad de influir, de intervenir sobre la manera en que la lírica se crea, se disfruta, se interpreta socialmente.
Toda poética, además de su “know how” y hasta en su mismo “know how”, tiene presupuestos ideológicos, entendiendo por tales al conjunto de creencias sobre la naturaleza del arte, y su peculiar función comunicativa, que terminan imponiéndose entre los creadores de una sociedad concreta.
Tras la inocente lírica hay una pugna de actores y pareceres que buscan estipular qué es, cómo se goza y a qué distancia debe estar el poema de otras zonas del intercambio humano. Los expertos no solo buscan establecer qué es la poesía y cuál es su papel en el teatro de la polis. Sus disquisiciones, con todo su despliegue lógico y su aparato probatorio, siempre llevan implícita una orientación prescriptiva: así es como se deben escribir buenos poemas y estos son los fines convenientes, no otros, de la poesía dentro de la ciudad.
Al igual que Platón, otro amante de la totalidad, el marxista Roque Dalton consideraba que tanto la poesía como los poetas debían rendir ciertas cuentas ante la polis y la verdad. Para un “creador literario”, según Platón, responsabilizarse de su trabajo era asumir los efectos que, desde los puntos de vista ético y epistemológico, su lenguaje podía tener entre los ciudadanos. Tras dicha asunción estaba una tesis de largo recorrido en la cultura occidental: las aladas formas, al influir emotivamente sobre la razón, son capaces de moldear o deformar el alma ciudadana.
Valiéndose del marxismo y de la conciencia literaria vanguardista, Roque se replanteó con acidez la frase latina de Horacio: “la poesía deleita e instruye”. Sus preguntas fueron ¿Cómo puede instruir un poeta de izquierda sin retornar a la didáctica estalinista? ¿Cómo puede deleitar un creador revolucionario sin renunciar a la herencia de la mejor literatura de vanguardia?
Si un poeta romántico testimoniaba sobre los avatares de su corazón asombrado ante el mundo, Dalton asumió que su corazón asombrado solo era, en aquella circunstancia histórica, un personaje dentro de los escenarios de una tragedia llamada El Salvador. De ahí el interés que mostró por representar otras voces. Para él toda la sociedad salvadoreña se convirtió en una gran taberna donde resonaban distintos lenguajes. De ahí “La segura mano de dios”, de ahí “Miguel Mármol”, de ahí “Las historias prohibidas del Pulgarcito”. Sin renunciar a su pecho, ni olvidarse del complejo mundo de las palabras, el poeta (como los antiguos aedos dirigiéndose a la tribu) quiso darle un libro a su ciudad. Con ese espejo fragmentado quiso refundarla.
Claro que sabía de la autonomía del lenguaje poético, claro que amaba las palabras y le conmovían los pétalos como a cualquier persona al recorrer los jardines más fragantes. Para refundar la ciudad, sin embargo, se impuso la difícil tarea de compaginar el lenguaje de la poesía moderna con el propósito de incidir sobre las manos que deberían luchar para volver a construirla. Ese inestable equilibrio entre la vanguardia literaria y la comunicación retórica señaló el azaroso trayecto de su mejor poesía.
Los imperativos de la comunicación política fueron asumidos por un creador que hacia suyo el lenguaje de la poesía moderna. Así, de esa forma, fue cómo la presencia de un lector concreto, en cuyas manos deseaba influir, se convirtió en componente esencial de los dolores de cabeza creativos de un poeta que también amaba experimentar con el lenguaje.
Quienes pretender separar al político del creador que hubo en Dalton, no terminan de comprender la manera en que los fines “extra-literarios” se convirtieron en un problema creativo para el poeta.
Comprender su zigzagueante aventura poética no es fácil. Nuestra dificultad para acercarnos a ella empieza por la forma en que la etiquetamos. El compromiso sería uno de sus rasgos esenciales, por supuesto, pero, al juzgar dicho rasgo en su obra, importa mucho saber cómo lo definió creativamente, más allá o más acá, en el mundo de las palabras. Si la política en su conjunción con el lenguaje de la vanguardia se convirtió en un gran dolor de cabeza creativo, la moral no basta para definir la poética de Roque Dalton. Para definir esta última hay que situarla en su dialéctica interna y seguirla hasta dar con el perfil de su lenguaje. Sí, la poesía era una conducta, pero eso no implicaba que fuese cualquier palabra en cualquier contexto.
No resulta fácil dar una imagen del perfil de la poesía daltoniana porque esta no fue una foto fija sino que un itinerario sobre el cual cabe discutir si era lineal (de una menor a una mayor complejidad hasta desembocar en una supuesta caída panfletaria) o si tuvo tramos zigzagueantes en el que los movimientos de sus palabras obedecieron a criterios de oportunidad retórica.
Algunos críticos literarios actuales subestiman la conciencia literaria de Roque y cometen un gran error. Tuvo pronunciamientos deplorables, pero, y esto es lo importante, también hizo juicios sobre la forma en que entendía la problemática de los estilos en el poema que resultan vitales para comprender su poética de la madurez. Trocear al poeta en tres Dalton o periodizarlo en cinco etapas quizás sea útil para describir las singularidades estilísticas de un largo trayecto creativo, pero dichas subdivisiones del creador o su itinerario no necesariamente revelan de forma clara y plena su poética.
La poética del Dalton de Praga no era un recetario rígido de procedimientos estilísticos aplicables a cualquier tema y en cualquier circunstancia. Rasgos como la claridad o la oscuridad en los textos no cabía estipularlos a priori, en abstracto. El estilo sublime o el llano no serían fines en sí mismos sino que medios a elegir según complejos criterios de oportunidad, según fuese el caso. El poeta ya era consiente entonces de que la claridad estilística de un verso ampliaba el universo posible de sus lectores. Esa posible ampliación del público lector, sin embargo, no podía hacerse sacrificando la calidad de los poemas. Dicha claridad tenía que ser una criba digna desde el punto de vista literario, tenía que ser una sencillez trabajada, lograda. Por otra parte, la poesía “por” el pueblo no estaba esencialmente reñida con los experimentos formales y cierto hermetismo. En tanto que medios y no como fines absolutos, el estilo llano y el sublime eran recursos válidos para un poeta revolucionario. Elegir uno u otro dependía de complejos criterios de oportunidad.
Roque Dalton era en la clandestinidad Julio Dreyfus Marín
Salvemos a Roque de ese falso dilema entre la sencillez o la oscuridad textual. Que optase por una en una determinada circunstancia no suponía un rechazo dogmático de la otra. Un movimiento táctico en el universo de los estilos como el que representaron los “Poemas Clandestinos” no implicaba postular la sencillez como el fundamento doctrinal y rígido de una nueva poética. Fue más bien un giro en el lenguaje de un creador que consideraba lícito maniobrar entre la sencillez o la complejidad estilística según criterios de conveniencia retórica.
El Dalton maduro era una inteligencia reflexiva que se colocó por encima del falso dilema doctrinal entre lo sublime y lo coloquial. Ya no era un adicto a las poéticas entendidas como recetario. Sus decisiones estilísticas eran el producto de una inteligencia literaria pragmática como la que Quintiliano exigía a los mejores oradores: “Pues asunto muy fácil y de poca importancia sería la retórica, si se resumiera en una sola y breve ordenanza; puesto que la mayoría de las normas cambian según los pleitos, circunstancias temporales, oportunidad o situación ineludible. Y por eso la principal cosa en el orador es la reflexión, porque desde ella puede moverse con holgura y en relación con la peculiar importancia de los temas” (Quintiliano, Obra completa, tomo I, pág. 249, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca).
Observaciones como las de Quintiliano desconcertarán a esos críticos partidarios de las taxonomías estilísticas donde reina con rigidez, por encima de las circunstancias, por encima de los destinarios concretos de un texto, por encima de la intencionalidad del escritor, por encima de la sencillez retórica, lo sublime vanguardista como medida exclusiva de la excelencia literaria.
El problema se complica todavía más, si tenemos en cuenta que, a la hora de valorar una zigzagueante aventura creativa, debemos poner sobre la mesa los criterios con los cuales intentamos juzgarla. En este juego se juzga el juicio de los jueces y también las opiniones de los vanidosos y no siempre inteligentes poetas que presumen de haber dejado atrás a Roque Dalton. En su vertiente académica, ya contamos con voces muy respetables en este juego crítico que entraña una disputa interpretativa”“ James Iffland, Rafael Lara Martínez, Ricardo Roque Baldovinos, Luis Melgar Brizuela, Luis Alvarenga, Carlos Roberto Paz Manzano”“, pero en ese punto en el que la poética de un creador no es solo un cuerpo dispuesto para el bisturí de los sesudos investigadores académicos sino que es también un objeto analizable con fines constructivos en el cual la palabra del poeta ha de estudiarse como una herencia de la que pueden extraerse todavía miradas fértiles y procedimientos enriquecedores para la poesía viva, en ese punto, se echa en falta entre los poetas del presente esa lucidez crítica necesaria para juzgar el itinerario poético de Roque Dalton.
La audacia formal de un poeta asesinado en 1975 continúa rebasando las pequeñas audacias de los poetas vivos en el 2019. Pocos juegan ahora el juego de ser otras voces, otros personajes. Muy pocos mezclan el humor con la melancolía al escribir poemas de amor. A nadie se le ocurre que una historia de amor, trasladada al poema, puede convertirse en una pequeña e irónica pieza teatral ¿Quién ambiciona poseer una visión panorámica de la ciudad en la cual vive para reconstruirla con fragmentos de otras voces? ¿A quién se le ocurre meter mano en la historia reciente con las herramientas más blasfemas de la lírica vanguardista? Casi nadie pone en aprietos las divisiones entre los géneros literarios. La poesía maldita ha sido redescubierta como la limonada y sabe a limonada que simula ser alcohol. Como antaño, el reino de la lírica continúa siendo el pecho más pequeño como en aquel romanticismo con disfraz surrealista que intentó trascender irónicamente quien es todavía el poeta más joven de nuestra lírica.